Por Manuel Guerra
En los últimos días los comentarios en los fueros de la izquierda se han concentrado en las fisuras dentro del Frente Amplio, que amenazan con hacer explotar al espacio que obtuvo un importante desempeño electoral en torno al liderazgo de Verónica Mendoza, en los últimos comicios.
Era previsible que se agudizaran las contradicciones al interior del FA, las mismas que estuvieron presentes desde un inicio, y que al no haber sido adecuadamente tratadas han llegado a un punto cercano a la ruptura.
Una visión más detenida nos revela, sin embargo, que el FA no es la única organización que tiene problemas de este tipo, y que el conjunto de la izquierda se encuentra inmersa en una crisis profunda, que viene desde fines de los 80, y aun no ha sido superada. Contamos en el presente con organizaciones de izquierda que tienen poco o nulo enraizamiento en las bases populares, con estructuras débiles, deficiencia de cuadros, escaso interés por investigar y conocer la realidad nacional y mundial que permita un enriquecimiento programático, reticencias para llevar adelante procesos de renovación interna y promoción de nuevos liderazgos, etc.
La izquierda ha perdido la batalla de ideas y gran parte de los sectores populares, que otrora fueron su base natural, han sido ganados por el neoliberalismo a través del asistencialismo, la acción mediática, su incidencia en el sistema educativo.
Lo más grave es que parte de la izquierda ha cedido también frente a la ofensiva ideológica neoliberal, haciendo abiertas concesiones o asumiendo valores y comportamientos pragmáticos impuestos por el modelo, a la vez que ha perdido, o no ha asumido, la visión y misión transformadora, en tanto se constituya como una fuerza moral y material que encarna, lucha y cristaliza un proyecto de país, lo cual trasciende los asuntos anclados en la coyuntura, la dinámica puramente electoral, o la práctica que se reduce a los límites de la acción de los gremios.
Este achatamiento impide ver la política en grande y genera el terreno propicio para el fetichismo electoral, el nocivo caudillismo, las mezquindades, la disputa a muerte por los cargos, las candidaturas, las pequeñas cuotas de poder, y con ello la inevitable fragmentación, la imposibilidad real de generar espacios unitarios consistentes. Esto, en mayor o menor medida sucede en el Frente Amplio y en el conjunto de la izquierda peruana.
La izquierda debería convertirse en una fuerza renovadora de la política peruana, lo que no puede lograrse si en ese proceso no se renueva a sí misma. En este camino la Juventud tiene un papel destacado que cumplir, a condición que tengan el rumbo claro y no se dejen ganar por los cantos de sirena del anarquismo, el negacionismo o el nihilismo, tan activos en las presentes circunstancias.
Es un lugar común decir que la izquierda unida jamás será vencida, pero justamente, la unidad, que representa el eslabón clave es lo mas complicado de conseguir, y una y otra vez venimos fracasando en el intento. No se trata de señalar culpables; es preciso combatir las ideas incorrectas, la mentalidad estrecha instalada y que se disfraza con ropajes principistas, el sectarismo que se alimenta de la menudencia. Todo esto rompiendo con tradiciones burocráticas para construir una nueva cultura política de cara a las bases y a las masas. Si no lo hacemos asistiremos en el 2018 y el 2021 a la crónica de una tragedia anunciada, ya vivida y experimentada desde varias décadas.
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