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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

sábado, 21 de febrero de 2015

MOTIVOS DE CARNAVAL

A continuación publicamos un artículo de José Carlos Mariátegui publicado en la Revista Mundial el 24 de febrero de 1928. Ha pasado el tiempo desde que nuestro AMAUTA redactara Motivos de Carnaval. JCM escribe muy bien refiriéndose a las fiestas de aquella Lima como capital de la república, y podríamos asegurar que es la falta de imaginación la que domina la fiesta del dios Príapo.Todos hablan, cuando se refieren a éstos días,  del rescate de nuestras costumbres; pero, más allá de la preocupación de uno o dos artistas, a los que nunca apoyan, que caricaturizan a algunos personajes; preguntémonos ¿qué costumbres de nuestros pueblos se rescatan en la celebración del carnaval? (NdlR)

Por José Carlos Mariátegui



I


No desdeñemos gravemente los pretextos frívolos. Ningún pretexto es bastante frívolo para no poder servir a una reflexión seria. El carnaval, por ejemplo, es una de las mejores ocasiones de asomarse a la psicología y a la sociología limeñas.

El 28 de julio es la fecha cívica en que Lima asume, con la mayor dignidad posible, su función de capital de la república. Pero, por esto mismo, por su énfasis de fecha nacional, no consigue ser característicamente limeña. (Tiene, con todo, a pesar de las ediciones extraordinarias de los diarios, un tono municipal, una reminiscencia de cabildo). La Navidad, malograda por la importación, carece de su sentido cristiano y europeo: efusión domés­tica, decorado familiar, lumbre hogareña. Es una navidad estival, cálida, con traje de palm beach,2 en la que las barbas in­vernales de Noel y los pinos nórdicos ha­cen el efecto de los animales exóticos en un jardín de aclimatación. Navidad calleje­ra, con cornetas de heladero, sin frío, sin nieve, sin intimidad y sin albura. La no­chebuena, la misa de gallo, los nacimien­tos nos han legado una navidad volca­da en las calles y las plazuelas, sin más color tradicional que el de aguinaldo infan­til. La procesión de los Milagros es, acaso, la fiesta más castiza y significativamente limeña del año. Es uno de los aportes de la fantasía creadora del negro a la historia limeña, si no a la historia nacional. No tie­ne ese paganismo dramático que debe haber en las procesiones sevillanas. Ex­presa el catolicismo colonial de una ciu­dad donde el negro se asimiló al blanco, el esclavo al señor, engriéndolo y acunándolo. Tradicional, plebeya, tiene bien asentadas sus raíces.

El carnaval limeño era también limeño, mulato, jaranero; pero no podía subsistir en una época de desarrollo urbano e industrial. En esta época tenía que imponerse el gusto europeizante y modernista de los nuevos ricos, dé la clase media, de categorías sociales, en suma, que no podían dejar de avergonzarse de los gustos populares. La ciudad aristocrática podía tolerar, señorialmente, durante el carnaval, la ley del suburbio; la ciudad burguesa, aunque parezca paradójico, debía forzosamente atacar, en pleno proceso de democratización, este privilegio de la plebe. Porque el demos,3 ni en su sentido clásico ni en su sentido occidental, no es la plebe.

La fiesta se aburguesó a costa de su carácter. Lo que no es popular no tiene estilo. La burguesía carece de imaginación creadora; la clase media —que no es propiamente una clase sino una zona de transición— mucho más. Entre nosotros, sin cuidarse de la estación ni la latitud, reemplazaron el carnaval criollo —un poco brutal y grosero, pero espontáneo, instintivo; veraniego— por un carnaval extranjero, invernal, para gente acatarrada. El cambió .ha asesinado la antigua alegría de la fiesta; la alegría nueva, pálida, exigua, no logra aclimatarse. Se la mantiene viva a fuerza de calor artificial. Apenas le falte este calor perecerá desgarbadamente. Las fiestas populares tienen sus propias leyes biológicas. Estas leyes exigen que las fiestas se nutran de la alegría, la pasión, al instinto del pueblo.

II

En los desfiles del carnaval, Lima enseña su alma melancólica, desganada y apática..,La gente circula por la calle coro un poco de automatismo. Su alegría es una alegría sin convicción, tímida, floja, medida, que se enciende a ratos para apagarse en seguida como avergonzada de su propio ímpetu. El carnaval adquirió cierta solemnidad municipal, cierto gesto cívico, que cohíbe en las calles el instinto jaranero de las masas. Quienes hayan viajado por Europa, sienten en esta fiesta la tristeza sin drama del criollo. Por sus arterias de sentimentaloide displicente no circula sangre dionisíaca, sangre romántica.

III

La fiesta se desenvuelve sin sorpresa, sin espontaneidad, sin improvisación. Todos los números están previstos. Y esto es, precisamente, lo más contrario a su carácter. En otras ciudades, el regocijo de la fiesta depende de sus inagotables posibilidades de invención y de sorpresa. El carnaval limeño nos presenta como un pueblo de, poca imaginación. Es, finalmente, un testimonio en contra de los que aún esperan que prospere entre nosotros el liberalismo. No tenemos aptitud individualista. La fórmula manchesteriana4 pierde todo su sentido en este país, donde el paradójico individualismo español degeneró en fatalismo criollo.

IV

El carnaval es, probablemente, uña fiesta en decadencia. Representa una supervivencia pagana que conservaba intactos sus estímulos en el Medioevo cristiano. Era entonces un instante de retorno a la alegría pagana. Desde que esta alegría re­gresó a las costumbres, los días de carna­val perdieron su intensidad. No había ya impulsos reprimidos que explosionaran delirantemente. La bacanal estaba reincor­porada en los usos de la civilización. La ci­vilización la ha refinado. Con la música negra ha llegado al paroxismo. El carnaval sobra. El hombre moderno empieza a en­contrarle una faz descompuesta de cadá­ver. Mássimo Bontempelli, que con tanta sensibilidad suele registrar estas emocio­nes, no cree que los hombres hayan ama­do nunca el carnaval. «La atracción del carnaval —escribe— está hecha del miedo de la muerte y del asco de la materia. La in­vención del carnaval es una brujería en que se mezclan la sensualidad obscena y lo macabro. Tiene su razón de ser en el uso de la máscara, cuyo origen metafísico es, sin duda alguna, fálico: la desfigura­ción de la cara tiende a mostrar a las mu­chedumbres humanas como aglomeracio­nes de cabezas pesadas y avinadas de Priapos.5 Los movimientos de estas mu­chedumbres están animados por ese senti­do de agitación estúpida que es propio de los amontonamientos de gusanos, en las cavidades viscerales de tos cadáveres».

En Europa, el carnaval declina. El clási­co carnaval romano no sobrevive sino en los veglioni.6 Y el de Niza no es sine un número del programa de diversiones de los extranjeros de la Costa Azul. La suma­ria requisitoria de Bontempelli traduce, con imágenes plásticas, esta decadencia.

NOTAS:

1 Publicado en Mundial: Lima, 24 de Febrero de 1928.

2 Especie de tela ligera, para la estación veranie­ga o playa.

3 El pueblo, como mayoría soberana.

4 Manchester, ciudad industrial de Inglaterra, se distinguió en las primeras décadas del siglo XIX, por ser un activo centro de propaganda tendente a la ampliación del sufragio en política y al libre cambio en economía. "Manchesteriano" llamóse al tipo clásico de la democracia capitalista.

5 En la mitología griega, Príapo es el dios del libertinaje.

6 Bailes de máscaras.

Fuente: De La Novela y la Vida dfe JCM.

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