Semana Santa / 2.
A la memoria de Pedro
Huilca (Dirigente obrero, asesinado en 1992 por el grupo paramilitar
“Colina”) y Jesús Páez (Dirigente
obrero y barrial, desaparecido en 1977 durante la dictadura de Morales
Bermudez).
A la lucha del pueblo cajamarquino en defensa del
agua, la vida y la dignidad.
Un grupo de
trabajadores, campesinos y amigos se encontraban cenando. De pronto golpearon
la puerta. Todos se quedaron en silencio, a la expectativa, mientras la madre
de Pedro abría la puerta. Apenas giró el picaporte, los soldados, empujando a
la anciana, tirándola al suelo, atropellándola, ingresaron a la casa en busca
de los dirigentes medioambientalistas de Cajamarca. A patadas rompieron todo a
su paso. A los gritos de terroristas les ordenaron ponerse de pie contra la
pared.
Tranquilo, con
gafas oscuras y las manos a la cintura, entró el capitán Carlos. Su mirada
oculta recorrió el recinto.
—¿Quién de
ustedes es Jesús, terroristas de mierda?
Nadie contestó.
El capitán Carlos, con ese semblante de maldito, de asesino, se acercó a uno de
los campesinos. Le colocó la pistola en la cabeza.
—¿Cómo te
llamas tú, terrorista conchatumare?
—Pedro —casi
demudado, contestó el hombre.
—A ver, Pedro
—suavizando la voz—, dime ¿quien de todos estos terrucos es Jesús?
A lo lejos se
escuchó cantar tres veces a un gallo y Pedro Quesquén negó conocer a un tal
Jesús, dirigente ambientalista de Cajamarca, llamado soezmente terrorista por el omnipotente
uniformado. Un golpe secó lo derrumbó al suelo y la bota del militar,
estrellándose en su cara, ahogó un quejido. Dos invitados más fueron
brutalmente ultrajados. Cuando Jesús Mendoza, sopesando la situación, quiso
entregarse, Judas Chirinos se acercó a Jesús y le dio un abrazo.
—Este es el
hombre que ustedes buscan —le dijo al capitán Carlos.
—¿Así que tú
eres el famoso Jesús? ¡Te vas a arrepentir de haber nacido, terrorista, hijo e’
puta!
El capitán
Carlos lo cogió de los cabellos y le torció la cabeza hacia atrás, le encajó un
rodillazo en el vientre y lo remató con un golpe de pistola en la cabeza. Jesús
cayó al suelo como un pesado bulto, no tuvo tiempo de dar el más mínimo quejido
de dolor.
—Ya saben —les
dijo a sus soldados—, a este me lo llevan y así, como en Madre Mía, me lo crucifican para que aprenda a no meterse
donde no lo llaman.
Los soldados
arrastraron a Jesús Mendoza hasta la calle y lo subieron a una comioneta sin
placas. Le sacaron los zapatos y los botaron diciendo que ya no los necesitaba
más, luego lo amarraron de pies y manos. El vehículo, como alma en pena, surcó
la ciudad de norte a sur llevando su preciada carga. En una casa perdida entre
bosques y enormes peñascos se detuvieron y bajaron al prisionero. Nuevamente a
rastras lo llevaron al interior de la vivienda y lo bajaron al sótano.
El médico militar
comprobó que seguía vivo. Entonces lo amarraron a una mesa hecha de palos y le
colocaron una corona de electrodos en la cabeza. Un soldado le metió en la boca
un trapo empapado en vinagre para silenciar todo grito posible. La primera
descarga eléctrica lo hizo saltar sobre la mesa del suplicio, se le
destemplaron los músculos y chirrió su dentadura. No pudo controlar los
esfínteres y el mal olor se extendió en toda la sala. Asqueado el médico
militar ordenó a los soldados que limpien la cochinada. Luego, otro de los
soldados vino con cuatro enormes clavos.
—¿Para que es
eso? —Preguntó el médico militar.
—Jefe
—contestó—, el capitán Carlos ha ordenado que lo crucifiquemos para que haga
honor a su nombre.
—Enfermo de
mierda, ¿y seguro quiere también que le pongamos una corona de espinas y lo
llevemos al cerro Santa Apolonia? En fin, a mí que chucha me importa. Entonces,
¡clávenlo de una vez!, conforme les ha ordenado su jefe.
Los clavos como
rayos de fuego perforaron las extremidades de Jesús Mendoza. Sus gritos
estremecieron el recinto, en el momento que el trapo con vinagre escapó de la
boca. Sus gemidos de dolor eran balbuceos lastimosos.
—¿Por qué no
mejor me matan de una vez?
—Estás muy
huevón —dijo el Capitán Carlos que acababa de entrar—. ¿Quieres que te matemos
para que resucites después de tres días?
Los
torturadores, acompañando al capitán Carlos, echaron a reír estruendosamente.
—¿Por qué me
hacen esto? ¿Qué mal les hice? —Preguntó Jesús Mendoza haciendo acopio de todas
sus fuerzas
—Conchudo de mierda,
te pasas todo el tiempo pregonando igualdad, justicia social, levantas a la
gente contra el progreso, en defensa del agua y la vida. ¿No eres acaso el
inventor de ¡Conga no va!?
Atormendado o
compadecido, un soldado le clavó la bayoneta en un costado. La sangre se apuró
a borbotones y Jesús Mendoza cerró los ojos martirizado por intensos dolores.
Un sueño urgente lo introdujo en una de las lagunas de Celendín. Desde lejos su
padre le tendía una mano inalcanzable. “Hijo mío —le dijo el anciano— yo no te
he abandonado”. Mientras el agua cristalina lo cubría, un coro de gritos
distantes de ¡Conga no va! ¡Conga no va!, lo acompañó hasta el fondo de la
laguna.
El capitán
Carlos ordenó que despertaran al prisionero con un baño de agua fría y,
diciendo dijo, ¡cuídenlo, carajo, no dejen que se nos muera rápido! Abandonó el
recinto de torturas pues debería acompañar a su esposa a la misa de resurreción
en la iglesia de Belén.
María
Magdalena, enterada del secuestro de Jesús por los militares, fue en busca de María,
madre del joven dirigente cajamarquino, para ir en su busca y exigir su
libertad. Poncio Valdés, jefe de la soldadesca, lavándose las manos, les
manisfestó que ese asunto no era de su incumbencia.
De pronto el
cielo se nubló y en pocos minutos una tremenda tormenta sacudió a la ciudad.
La escuela
Mi escuela
funcionaba en una casa vieja y tenía un patio pequeño. Por todo sitio las
paredes se desmoronaban que a veces imaginaba que un día ¡pandangán! la casa se
venía patas arriba. Tenía dos pisos y las escaleras de madera estaban pintadas
de marrón. Cuando subíamos al segundo piso las escaleras se sacudían, crujían
como si fueran a romperse. Por las barandas a veces bajaban las arañas que
habían tendido sus telarañas en las esquinas bajo el techo.
Mi escuela no
era una escuela reconocida ni por el gobierno ni por el ministerio de
educación. Era una escuela, digamos, ilegalmente legal, o sea, el pueblo la
reconocía como su escuela. Se fundó por iniciativa de un grupo de padres de
familia y dos jóvenes maestras recién egresadas de la Escuela Normal de
Cajamarca. En ese tiempo el gobierno no se fijaba si en los pueblos alejados de
la capital habían muchachos con ganas de estudiar. Al poco tiempo se hizo una
fiesta para reunir dinero para la delegación que viajaría a Cajamarca, y si
fuera necesario hasta Lima, así diciendo se decía, a solicitar el
reconocimiento de nuestra escuela.
Es sabido que quienes
gobiernan piensan que una caja de balas es más barata que una de tizas. Entonces, como
el ministerio no daba nada de nada, cada alumno tenía que llevar su propia
carpeta. Mi tío Absalón, conocido como El
Bulecas, me hizo una linda carpeta con un cajoncito bajo el asiento para
guardar los útiles escolares. Pero yo sólo tenía un cuaderno y un lápiz que los
llevaba en una alforjita que la tejió mamá. En esta escuela sólo aprendíamos el
abecedario y a multiplicar y por eso no teníamos una biblioteca. Entonces uno
de mis tíos diciendo decía que “pa’ trabajar en el campo no se necesita ser
letrado”. A mí no me gustaba trabajar en la chacra, yo quería ser poeta y por
eso me apuraba en aprender a leer y escribir.
Mi escuela no
tenía servicios higiénicos y había que aguantarnos de hacer pipí hasta llegar a casa. Esa era la
razón por lo que mamá todas las mañanas antes de salir de casa diciendo decía:
“Harás pis antes de ir a la escuela”.
Una vez una chica se hizo pis en su
carpeta y cuando sonó la campana anunciando el recreo, ella no quería moverse
de su asiento. Al ver el pocito que la orina había formado entre sus pies, supe
porque no quería salir a jugar, entonces diciendo le dije: “No importa, Rosita,
yo tampoco tengo ganas de salir al patio, hace frío”. Y jugamos a los sueños.
Soñamos que íbamos a la capital sentados en la parte alta de un camión del Champa Mario, el sol hiriendo nuestros
ojos y el viento chicoteando los cabellos de Rosita.
Para el 28 de
julio, las fiestas patrias, se organizaban actividades culturales para resaltar
el heroísmo de quienes se sacrificaron para dejarnos una patria sin amos ni esclavos.
Nos dieron la tarea de aprender poemas a la libertad y a los héroes de la
independencia, hacer teatro, cantar o bailar. No sé de dónde diablos saqué la
poesía que me puse a recitar: América, /
no puedo escribir tu nombre sin morirme. / Aunque aprendí de niño, / no me
salen derechos los renglones; / a cada sílaba tropiezo con cadáveres, / detrás
de cada letra encuentro un hombre ardiendo, / y no puedo ni cerrar la a / porque alguien grita como si se
quedara dentro...[1]
Ante los
primeros versos se produjo un silencio entre los “notables” que estaban
sentados en primera fila. Mi maestra me miró inquieta, pero yo, orgulloso,
levanté la voz y seguí: ¡Amargas tierras,
/ patrias de ceniza, / no me entra el corazón en traje de paloma! / ¡Cuando veo
la cara de este pueblo / hasta la vida me queda grande!
Mi voz,
convertida en ventarrón, en trueno estallando en el patio frío de la escuela,
reventó huracanes y tempestades: ¡Pobre
América! / En vano los poetas / deshojan ruiseñores. / No verán tu rostro
mientras no se atrevan / a llamarte por tu nombre, / ¡América mendiga, /
América de los encarcelados, / América de los perseguidos, / América de los
parientes pobres! / ¡Nadie te verá si no deshacen /este nudo que tengo en la
garganta!
De un salto el
jefe de la policía me cogió de un brazo y me bajó del estrado, zarandeándome,
casi por los aires, me llevó al aula donde, asustada, esperaba mi maestra.
—¡Tenga cuidado
con lo que le enseña a sus alumnos, señorita, espero que no se vuelva a
repetir!
La maestra sin
decir nada me acarició el cabello.
Así aprendí que
era muy peligroso ser poeta y decidí convertirme en chofer como El gordo Yeckle.
[1] “América, no puedo escribir tu nombre sin morirme” poema del
escritor peruano Manuel Scorza (Lima, 1928-Madrid, 1983).
(*) Walter Lingán es actualmente miembro de la Nueva Junta Directiva del Gremio de Escritores del Perú.
0 comentarios:
Publicar un comentario