El deseo de Berenice
(…)
8.
Cuando llegó al club, pasó un buen rato observando sorprendida su majestuosidad. Solo había visto algo parecido en revistas de peluquería. Era una especie de almodóvar decorado con enormes cuadros y adornos que parecían enchapados en oro. La recepción se encontraba dentro de un gran salón, amoblado con sofás negros de cuero y mesas para dos, todo contiguo a una amplia pista de baile. La dama que la contactó salió en persona a recibirla, le dio la bienvenida afectuosamente como si la conociera desde siempre, la presentó con el persona administrativo y luego la invitó a conocer el resto de la mansión.
—¿Impresionada con el lugar?
—Sí señora, completamente,
jamás vi algo así antes.
—Te suplicaré que no me
digas señora, es poco elegante; me puedes llamar Andrea.
—Esta bien, discúlpame, Andrea.
—Te sentirás muy bien
trabajando aquí, te lo aseguro.
—Parece un palacio, no dan
ganas de irse.
—Y aún no has visto nada,
sígueme.
Recorrieron un pasadizo en
cuya extensión se apreciaban decenas de puertas numeradas. Hacia el final
dieron con una gran terraza rodeada de albercas, cascadas y pequeñas barras de
bar distribuidas indistintamente.
—Esta parte solo es utilizada
por los clientes durante su hospedaje.
—¡Ah, todo es hermoso!
—Sí. Lamentablemente ustedes
solo pueden acceder si el cliente lo solicita y, la verdad, eso casi nunca
sucede.
Volvieron por el mismo
pasadizo, reconociendo detalladamente otros espacios, hasta que se detuvieron
frente a una de las puertas numeradas por indicación de Andrea, quien le hizo
un ademán con la cabeza para que la siguiera. La habitación estaba completamente
amoblada y tenía una cama amplia cubierta con un edredón con hilos dorados,
igual que las cortinas, lo que le daba a la alcoba un aire real.
Una mampara separaba la
habitación de cuarto del jacuzzi, y
otra de un walking-clouset que Andrea
abrió de inmediato para mostrarle un centenar de trajes que tenía a su disposición.
—¡Esto es increíble! –comento
sorprendida Berenice, que de aquellos lujos sabía poco.
—No tan increíbles como tú
querida, ni tanto como lo que vivirás, créeme.
—¡Es que todo es…!
—Sí, realmente lo es —interrumpió
la mujer— y tu única responsabilidad es cuidar todo esto como si fuera tuyo,
bueno, indirectamente lo es tanto labores para el club.
-—No se preocupe, lo haré.
-—Además de eso, recuerda que
tus clientes aquí serán turistas, empresarios y caballeros distinguidos, de
manera que siempre tienes que verte bien, espero sepas arreglarte
adecuadamente, de no ser así, me lo haces saber para enviar una persona a que
se encargue.
-—Arreglarme sí sé, señora,
perdón, Andrea, de eso no se preocupe.
Tomaron la misma ruta que
las llevó nuevamente al salón principal, donde debió firmar un contrato.
Después de recibir las
últimas instrucciones, ya de salida, volvió a pensar en el profesor; iba a
extrañarlo demasiado, tendría que encontrar la forma de volver a verlo, aunque
sea de manera furtiva. Por ahora debía ocuparse buscando la manera adecuada de
cerrar el negocio, para lo cual tenía una semana completa. En tanto, empezaba a
suponer que no sería sencillo hacerlo.
Aquella noche, la noticia
entre os viejos clientes cayó como un vade de agua helada, se formó un comité
de reclamo, mientras otro grupo numeroso alzó su voz de protesta en una
manifestación peculiar, como si de un derecho violentado se tratara.
—¡No es justo señores, no a
la privatización del placer!
—¡El pueblo, unido, sin sexo
está jodido!
—¡Berenice Ramirez, del
pueblo no te olvides!
—¡Palmas, compañeros!
Cuando el profesor se
enteró, pareció no darle demasiada importancia. Berenice tenía preparado el
discurso más sentido de su vida; sin embargo, ante tal indiferencia, resignó
con tristeza sus argumentos. Tal vez siempre estuvo interesado solamente en sus
servicios carnales.
Las protestas terminaron
bien entrada la madrugada, cuando el gentío se redujo a cuatro o cinco
elementos que no pudieron hacer nada más para cambiar su desgracia.
(...)
(...)
Páginas 49,
50, 51, 52 y 53 del libro.
Helmut Jerí, con el Gremio de Escritores de Perú / Tarma, noviembre 2013 |
Contracarátua
El lector tiene entre sus
manos una novela breve que recrea, con suficiencia, los escenarios donde los
milagros de la fe son patente de corso para que funcionarios corruptos puedan
prolongar su maltrecha condición de ungidos, al menos un poco más; y donde los
secretos de la lascivia se convierten en escándalo, pese a lo cual satisfacen
el morbo de un pueblo de doble moral.
Dos historias contadas de manera
alterna en un solo envión narrativo que nos recuerda esa ya consolidada, tradición
de la novela latinoaméricana que simplemente nos cuenta para concitar nuestro
deleite, nuestra conmiseración o nuestro asombro. Espejo sin duda de lo que
todavía seguimos siendo es El deseo de
Berenice, obra que el peruano Helmut Jerí Pabón nios entrega poblada de
humor, sarcasmo, realidad y ardorosa fantasía.
Salvador Medina
Barahona
Panamá
Helmut Jerí Pabón (Coracora, 1982) escritor Compositor, abogado y activista
social, ha publicado los libros: Culpable. La noche (2010), La última estación
(2008), El rostro del amor (2002),
así mismo aparece en diversas antologías del Perú y el extranjero. Artículos y
ensayos suyos han sido recogidos en revistas físicas y virtuales. Ha
participado en diversos festivales y encuentros literarios nacionales así como
en el extranjero. Ha merecido algunos premios y reconocimientos por su labor
como escritor y como promotor cultural. Escribe para el blog La primera estación.
La primera edición de El deseo de Berenice se publicó en febrero de 2013 en Paracaídas Editores de Jhon Paolo Mejía Guevara.
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