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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 13 de enero de 2014

Dakar 2014: dominar la piedra salvaje

Emiliano Bertoglio
Rebelión

Durante este Dakar 2014 –así como en los anteriores- las élites y clases medias urbanas de varios países de América Latina se sienten observadores privilegiados de un espectáculo de excepción y, paralelamente, observados por un mundo siempre indiferente que pone, por fin, los ojos en estas tierras. Pero, ¿cuáles son las concepciones ontológicas respecto de lo otro, de lo vernáculo, implícitas en esta “competencia”? ¿Por qué este simple deporte, que además es entretenimiento, es también parte del cepo capitalista extractivista tan encarnado en el subcontinente?

Alrededor de quinientos hombres que en dos semanas desafían nueve mil kilómetros de tierra desconocida y agreste: sólo a occidente se le podría ocurrir una propuesta como ésta.

La anterior aseveración podría parecer tan reduccionista como absurda. Sin embargo, en la convicción de que toda creación humana está sostenida por una trama invisible e histórica, factible de ser nombrada cosmovisión, el interrogante puede tener su sustento. Y bastante interés.

Repásese pues en cómo dicha experiencia civilizatoria, occidente, ha considerado a lo largo de sus siglos de vitalidad a todo lo no-ciudad, a todo lo no-hombre blanco. La naturaleza es concebida aquí como un entramado peligroso, lejano, incomprensible, caprichoso, salvaje, irracional, al acecho de su mujer y sus hijos. Por tanto, dominable, sujetable, reducible, domesticable.

En esta forma de ver (y de hacer), el hombre es Hombre sólo en la medida en la cual pueda compararse y diferenciarse de toda otra cosa, viva o inerte, que venga a asentarse en el reino vital de su planeta.

Y la reducción ontológica de las montañas, desiertos y salares de estas sagradas latitudes a peligroso páramo -sustrato ideológico presente en el corazón de esta empresa Dakar- no es más que la expresión de esta prepotencia sobre toda diversidad, manifestada en un paisaje exótico e indómito hecho trofeo antropocéntrico, tótem de una supuesta superioridad técnica-étnica-racional. Trepar las dunas, atravesar el desierto, romper la piedra.

La travesía somete a los yermos de una América que –otra vez- vale sólo por sus recursos, en este caso sus paisajes, y no por sus saberes, por su forma de contar la vida, por sus sueños, por las alegrías, por sus mujeres y niños.

Los tramos considerados más duros y arriesgados de la prueba son aquellos que toman por escenario a regiones tan poco urbanas cuanto más pobres. Porque en esta América, la verdadera, la de adentro, páramo paisajístico y páramo social coinciden. La diferencia es que el primero de estos páramos puede al menos ser considerado bello. Ésta/esta es, sin dudas, la carrera más peligrosa del mundo.

Amén de los que viajaron desde capitales cercanas, a participar como testigos de la aventura y ver cómo el mundo los ve, los provincianos que abrieron sus ojos atónitos frente a esta manifestación de fuerza moderna sólo fueron más piedra emergiendo de la piedra. Parte del paisaje.

Pienso ahora en cómo se cruzaron dos destinos en aquella carrera del 2011, en la provincia argentina de Catamarca: un sencillo hombre de campo que fue envestido en su rastrojero por una camioneta importada último modelo. El que murió habría arrancado en aquella madrugada a cosechar sus vides u olivos, o a buscar algún cabrito, imagino; mientras el resuelto capitalino se había lanzado a jugar a la aventura [1] . ¿Pueden dos universos estar tan lejos?

Desde 2009, cuando la prueba cambió de continente se ha partido siempre desde ciudades luz, y se ha terminado en ellas nuevamente tras el periplo por los patios traseros de países casi igualmente ignotos. De regreso a la seguridad citadina los osados pilotos se reencontrarán con la seguridad que ofrecen calles asfaltadas, amplias, limpias y rectas. Es el fin de esta cacería de paisajes sazonada con pruebas físicas y técnicas: la llegada a la meta es el pie sobre la cabeza de la bestia sometida. La geografía como cadáver.

La omnipotencia de este modelo de hombre termina de manifestarse en el reconocimiento de parte de la organización de que, efectivamente, la efectuación de la carrera presenta consecuencias ambientales; pero factibles de ser salvadas a partir del aporte de dinero que evitaría la deforestación a una parte de… la amazonia peruana.

Por otro lado, se habla sólo de consecuencias desprendidas de las emisiones de carbono por los combustibles utilizados. No hay erosión, afectación de ecosistemas en general por acción directa (trazados de caminos, por caso), otras formas de contaminación y demás intervenciones agresivas que fueron más que denunciadas por organizaciones varias, pero nada reproducidas por las pantallas arto concentradas en la explosión de barro y polvo o en la Toyota dando tumbos.

En tanto, este negocio mostrado como entretenimiento, es parte del complejo capitalista-extractivo a que están sometidos estos pueblos del Sur. Como los minerales, los hidrocarburos o los granos, también aquí América importa por lo que puede entregar.

El yermo no antecede al evento: es el que queda después, con la marca bestial de los motores sobre la epidermis de la fértil Madre otra vez arrebatada a sus gentes. Pero el páramo real es el que está en quienes alientan esta maquinaria, técnica, cultural e ideológica. 

Nota:

[1] Los que llegan a emprender semejante travesía lo hacen envueltos en los colores de las más diversas banderas, incluso de muchos países no europeos, pero todos correspondiendo al selecto club de los aventureros adinerados capaces de trascender la frontera que sea para buscar adrenalina, o simplemente para escapar de la abulia en donde los deposita una vida demasiado resuelta desde lo material: además de quienes “trabajan” de correr, hay también emires o príncipes, empresarios de todo tipo (terratenientes, especuladores de bolsa, etc.) y herederos de fortunas que han emergido mágicamente

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