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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 30 de diciembre de 2013

El privatismo mal educa

Por David Roca Basadre

En México la onda privatizadora del tramposamente electo Peña Nieto recibió en el Congreso una respuesta a la madida. Inspirándose a la mala en José Saramago, la diputada Layda Sansores, del Partido Movimiento Ciudadano (MC), les dijo a los fanáticos del privatismo: "privaticen los sueños, privaticen la ley, privaticen la justicia, pero si quieren realmente que haya privatización a fondo, vayan y privaticen a la puta madre que les parió, y eso sería mucho mejor que hicieran porque al menos esa es suya; esta Patria no se la merecen, porque no es suya".


Los medios sólo retuvieron lo de "puta madre" y así el revuelo fue enorme; liberalones de todo tipo se rasgaron las vestiduras, la cosa dio para comentarios por todos lados y, si hubiera habido hoguera, la diputada estaría ya camino a la inmolación.

Por aquí sólo falta que privaticen las gónadas, en el debate sobre la ley universitaria nadie menciona que la corrupción mayor de ese sistema se origina en la privatización de la enseñanza que no sólo afecta a las universidades sino a toda la educación básica.

Si el lucro es lo que mueve a crear centros de enseñanza y estos quedan libres para hacer lo que les da la gana, el resultado no puede ser otro que aquello que-tardíamente- el presidente Humala calificó como estafa. Pero de lo que no puedes quejarte.

Un joven amigo me escribió lamentándose de la baja calidad de la costosa maestría que sigue en la universidad estatal en que estudia. Y ya no podía hacer nada. Ocurreo que las universidades estatales, en la práctica, hace años que funcionan bajo una lógica privatista y esos estudios... tienen precio de mercado. ¿Quién supervisa eso? Si nos atuvieramos a las leyes para el mercado que nos rigen, debería ser INDECOPI. Porque, finalmente, esa maestría se define en el sistema como una mercancía tan igual como un par de zapatos o un kilo de papas. Sin embargo, que se sepa, INDECOPI no se mete a los colegios y universidades para ver temas académicos, y nadie se lo permitiría.

Lo de la educación es un tema entre tantos de la vida cotidiana en los que el mercado, al covertirse en árbitro sin control, lleva al extremo la sujeción de los individuos sometidos al arbitrio de los dueños de las cosas y sus cálculos de costo beneficio.

Un "emprendimiento" que nos ayuda a entender las cosas es el del transporte público urbano, donde el beneficio del conductor, sus ventajas y desventajas someten al usuario a las torturantes esperas en las esquinas -también el carro en cuestión puede seguir de largo si compite con otro cercano-, a las carreras entre vehículos, a los accidentes en suma. Lo importante allí es llenar el bolsillo del "emprendedor" descontrolado. Los grandes emprendedores son obviamente peores, y su lógica instalada es lo único que de verdad chorrea en el mundo de Pepe el Vivo.

Las universidades -y los institutos técnicos y los colegios- no están hoy en día sujetos a ningún control real tampoco, ni la ley en debate garantiza que ahora si lo estarán. Las normas sobre acreditación y evaluación permanente ya tienen -para los colegios e institutos- algunos años de existencia sin que demuestren su efectividad, en un reino en el que la lógica "pisa hut" es lo único que pone nervioso a todo el mundo; y entonces se desesperan y hacen educación chatarra para pasar esa prueba.

La educación debe salir del pulseo del mercado, recuperar su propósito de servicio y allí tener todo el apoyo del Estado, que además deberá garantizar su independencia promoviendo políticas educativas de Estado, con participación de la comunidad.

Sin olvidar que la sociedad educa permanentemente y todos somos educadores inconscientes. Si el esquema social es para competir hasta por el aire que se respira, para destruir el espíritu colectivo de apoyo mutuo, será bien complicado alcanzar cualquier meta formativa que no sea cercana al lumpenazgo.

Fuente: Semanario Hildebrant en sus trece

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