Por Ernesto More
(Conferencia pronunciada en las Universidades del Cuzco y Arequipa, el 15 y 29 de octubre de 1954, respectivamente)
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Vallejo no tenìa conocimientos universales. Vallejo no era un especialista. Vallejo no fue un extremista. Vallejo había llegado a la Unidad del hombre, porque había recuperado por dentro los diversos poderes y aptitudes del hombre. ¿Y cómo este hombre de Santiago de Chuco, pobre, huérfano, prácticamente desterrado, sin una cultura enciclopédica, correteado por el hambre y la necesidad, pudo haber logrado darnos una idea tan cabal, tan completa, tan escalofriante del hombre? ¿De dònde extrajoel tanta fuerza? ¿Cómo es que caminaba por el bulevar, calladita la boca, sin decirnos que tenía ese poder atómico en el bolsillo, fingiendo se un hombre cualquiera? ¿Cómo es que había logrado penetrar más allá a donde puede llevarnos el lenguaje, sin valerse de recursos musicales, pues su poesía no se distingue especialmente por ese hechizo que supieron descubrir especialmente por ese hechizo que supieron descubrir Shelley, Poe, Baudelaire y los simbolistas frances? ¿Cómo es que, valiéndose de un lenguaje corriente, familiar, empleando términos de la conversación callejera. Vallejo consigue hacer hablar a los huesos del esqueleto, a su cuchara, a sus pantalones y al dedo gordo del pie, humanizándolo todo, vivificando los objetos más vulgares y haciendo la autopsia de los hechos aparentemente menos importantes? Yo diría que todo ese poder lo adquirió gracias a su inconmovible, a su maravillosa humildad. Su poesía tiene mucho de gemido de criatura recién nacida y de estertor de agonizante. Se produce a la base misma del lenguaje, en la cantera misma de las emociones. Por eso, en sus versos no hay luz meridiana, sino esa evanescente luz crepuscular en la que los objetos adquirieren sus versos con el propósito de publicarlos, sino para descargar de su espíritu el tremendo peso de su experiencia de desgracia y de infortunio sin fin. Recuerdo haber leído en alguna parte un artículo de Pierre Féline, amigo de la infancia de Paul Valery, en el que, refiriéndose a éste, decía que solía escribir sin el prejuicio de la publicidad. Y agregaba que como los esbozos se aontonaban, el célebre autor de "Eupalinos" solía preguntarse: ¿y ahora qué haré con todo esto? La poesía de Vallejo es un documentario humano, algo que por acto de sorpresa ha podido captar repentinamente lo que no es posible con aviso previo. Vallejo ha trabajado a la luz de los relámpagos, y no ha tenido tiempo de ordenar las palabras con la lógica en vigencia, ni de buscar los términos de estilo en la poesía. Ha procedido con brutalidad tremendamente expresiva, como esos choferes que al cruzarse en el camino, a gran velocidad, no teniendo tiempo de increpar sus faltas al que viene en sentido contrario, le lanzan, o mejor dicho le escupen dinamiteras expresiones. ¿No les parece sorpresivo esto de decir:
"Y exijo del sombrero la infausta analogía de recuerdo,
ya que, a veces, me ahogo en la voz de mi vecino
y padezco contanto en maíces los años,
cepillando mi ropa al son de un muerto
o sentado borracho en mi ataud?"
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