La revista “Bellamar” No. 7
editada en Chimbote por la Universidad Nacional del Santa, publicó la siguiente
entrevista a don Alfonso Peláez Bazán, realizada en Celendín el año 1992.
Carátula de la revista donde se
publicó la entrevista.
ENTREVISTA
A DON ALFONSO PELÁEZ
Leonidas Delgado León
Por especial encargo del director
de la revista “Bellamar”, he realizado un largo viaje recorriendo valles y
luego bordeando los Andes de la sierra norte del Perú, cuya vegetación en esta
época del año semejan alfombras multicolores, que llenan de indescriptible
emotividad a todos los visitantes, hasta llegar a este maravilloso pueblo
andino, Celendín, tierra que tiene historia propia, porque sus habitantes
conservan sus usos y costumbres: todos saludan amablemente y responden mis preguntas. Me hallo tocando la puerta
signada con el número 713 en la calle José Gálvez en busca de nuestro
personaje, y acude al llamado, precisamente, don Alfonso Peláez, a quien
deseamos entrevistar.
Don Alfonso sin mostrar extrañeza
me recibe con tranquilidad y la confianza que sólo los serranos pueden brindar,
sonríe apaciblemente y me invita a pasar; y mientras dialogamos, don Alfonso
evoca con viva emoción sus primeras manifestaciones literarias, que cobra vigor
con el claro celeste de su mirar, y sus largos años se sintetizan en un solo
ideal: la literatura.
“Bellamar”: Don Alfonso, he viajado muchos kilómetros para
conversar con usted.
Alfonso Peláez Bazán: Honor que me hace, que creo no
merecer, le agradezco sinceramente.
B: ¿Qué puede decir de sus primeros años de escritor?
APB: Siempre me gustaba escribir algunas cosas sueltas,
pequeños cuentos, como una inquietud. Sucede que el año 1945, si mal no
recuerdo, el Estado da una ley estableciendo el Primer Concurso de Cuento; así
que envié a Lima mis manuscritos, referidos a temas andinos; tocaba algunos
aspectos de las costumbres de nuestros
pueblos serranos, especialmente de Celendín. Los miembros del jurado eran: José
María Arguedas, Clemente Palma, José Diez Canseco y otro cuyo nombre he
olvidado.
B: ¿Cuál fue el resultado?
APB: Un día recibo un telegrama de José María Arguedas,
a quien no lo conocía, donde me solicitaba copia de mis cuentos; esta
circunstancia me sorprendió y motivó mi curiosidad por averiguar.
B: ¿Averiguar qué?
APB: Me enteré que los miembros del jurado, decidieron
dar como ganador a un concursante limeño que tenía vinculaciones políticas; por
lo que Arguedas protestó enérgicamente, aduciendo la calidad de mis cuentos por
su fuerza expresiva y su temática.
B: Sin duda, don Alfonso, por la connotación histórica que esto
significaba, por tratarse del Primer Concurso de Cuento realizado en el Perú.
APB: Por supuesto; según ellos no
era justo que un shilico se lleve el premio y el prestigio.
B: Bueno, ¿Arguedas logró su objetivo?
APB: Mire, pretendieron frustrar
el propósito de Arguedas, un hombre de una calidad moral excepcional, al
desaparecer mis cuentos, pero yo le alcancé copias lo que motivó el inicio de
nuevas discusiones, queriendo favorecer a un periodista de “El Comercio”, un
tal Carrera. Arguedas nuevamente protestó con argumentos válidos, por lo que
decidieron declarar desierto el concurso. Esta determinación causó risa a
Arguedas, y con la finalidad de evitar mayores escándalos, me otorgaron una
distinción y la recomendación para que el Ministerio de Educación publique mi
trabajo.
B: ¿Y lo publicaron?
APB: Sí. Fue un libro de buena
presentación y en la segunda parte de éste se publicó un trabajo de un joven ya
desaparecido: Francisco Izquierdo Ríos.
B: ¿Tiene usted algún ejemplar de ese libro y de las publicaciones por su
propio esfuerzo?
APB: Verá usted. He publicado siete libros, y por esas
cosas raras que suceden, sólo el primero: “Cuando recién se hace santo” y
“Tierra mía” publicado por el Ministerio de Educación, que mi hijo Alberto pudo
conseguir, los he tenido en mi poder hasta hace poco. Pero a solicitud de unas
alumnas del Pedagógico les concedí prestado para que documenten su monografía;
y no es por hablar mal, sino que lo hago con cariño: aquellos ejemplares ya no
regresaron a mi poder. De tal manera que ahora no tengo absolutamente nada mío.
B: ¿Alguna editorial se ha interesado por la publicación de sus obras?
APB: En circunstancias que salía de la casa de uno de mis hijos en Lima, hace muchos
años, me abordó una señorita que había estado buscándome; creo que se
desempeñaba como secretaria de la Universidad de San Marcos, y me manifestó que
la editora Berlín tenía interés en publicar mis trabajos y que deseaban conversar
conmigo. Una dama alemana receptó mis cuentos y según tengo entendido
publicaron algunos en alemán. Pasó el tiempo, mis hijos escucharon comentarios al
respecto, pero la verdad que a mis manos nunca llegó nada. Mi hijo Alberto
acudió una vez a gestionar en la embajada, sin resultados favorables.
B: Nos hubiera gustado contar con algún libro suyo, yo recuerdo que en mi
época de estudiante leí un cuento que me agradó, “El gallo aprero”.
APB: Me da gusto escucharlo, ese cuento por su
contenido político lo han publicado varias veces, yo sé que gusta mucho al
igual que“Querencia” que en opinión de Arguedas tiene inmenso vigor.
B: Don Alfonso y ¿Ud. logró conocer personalmente a Clemente Palma?
APB: Luego de su intervención en el referido concurso,
yo tuve el atrevimiento de llevarle un cuento al Viejo - que pese a su
desacertada actuación como miembro del jurado, le tenía respeto y admiración-
para que lo publique en su revista “Variedades”, me dijo que lo iba a revisar,
pero nunca lo publicó.
B: ¿Algún proyecto literario?
APB: Sí. Una novela: Ideal y el pequeño durazno que
estoy concluyéndola. Mis hijos se empecinan en llevarme a Lima para que me
atiendan de la vista, dicen que mi empeño en estas cosas avanza mi ceguera,
pero yo considero que no habría perdón
si dejo abandonado este trabajo que tanto me apasiona.
Interrumpimos momentáneamente
nuestro diálogo, don Alfonso se disculpa y acude al elocuente gesto de su hija
Malena. Vi cómo se alejaba pausadamente, hasta desaparecer por la puerta del
fondo. Discretamente quedo observando los muebles, los adornos de sala, los
libros, en fin todo el ambiente de solaz donde discurre la vida de nuestro
viejo escritor que a sus 83 años hace gala de una lucidez sorprendente. Lo veo
reaparecer sonriente con unos papeles en la mano, me los alcanza y a la vez me
dice:
—Apreciado amigo, como Ud. Verá,
hasta las cosas también tienen su destino. Aquí tiene estas copias de mi cuento
“Querencia” como si hubiera estado reservado para Ud., papeles que alguna vez
estuvieron en manos de mi distinguido amigo Arguedas.
—Mi agradecimiento eterno, don
Alfonso.
Nuevamente estreché la cálida mano
de este excelso escritor, me despido con el compromiso de visitarlo en otra
ocasión.
Celendín, 24 de enero de 1992
Publicado por Jorge Horna
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