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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

martes, 30 de julio de 2013

Los caminos de la muerte

“Los que están cumpliendo su destino, caminan sin prisa, pero son incapaces de volver atrás”, dice el escritor Eduardo Gonzalez Viaña.

Por Paco Montero

Cuando habla sobre la muerte es como si hablara de la vida. Es un narrador elegante, claro y con mucha gracia y pulcritud. Más que la pena, vale la alegría. Es un “escorpión” del 13 de noviembre. Nació un miércoles, en Chepén, Trujillo, en 1941 y ha publicado ya 40 libros. Falta poco para que sean 41, como para estar a tono con el año de su nacimiento.
IMPERDIBLE
El argentino Guillermo Giacosa y el italiano Antonio Melis presentarán el libro de cuentos “Hablar con la Santa Muerte”, de Eduardo González Viaña, el próximo sábado 3 de agosto a las 17:30 en la sala Ciro Alegría de la Feria del Libro.
Dibuja en sus escritos convicciones de izquierda, derechos humanos, libertades, cuidado del planeta. “El socialismo para mí no es un partido. Es una forma ética de vivir. A lo largo de mi existencia he participado en diversas formaciones sociales en las que encontré esa posibilidad. Por eso, creo en todas las izquierdas y, sobre todo, en su alianza. Esta ha sido mi convicción desde que era adolescente. Creo que habrá de hacerlo toda mi vida. Tengo el corazón a la izquierda”, dice.

Es insistente y perspicaz, madrugador y viajero, novelista y profesor, casi agorero. Es un amante insistente de la vida que respeta a la muerte y si alguna vez se la encuentra en el camino seguro que le invita un café o un buen vino.

“Los que están cumpliendo su destino, caminan sin prisa, pero son incapaces de volver atrás”, dice.

PROLÍFICO Y METÓDICO

Ha escrito demasiado, y no se cansa. Se ha salvado de la tontería de que para ser un escritor hay que estar en la bohemia del trago, del cigarro y las otras yerbas. Se levanta a las cinco de la mañana en punto a golpe de reloj todos los días, incluso los feriados, y lee y escribe sin sosiego, dedicado cual monje a levantar muros de letras, ladrillo por ladrillo, palabra por palabra.

Vive en Oregon desde hace 25 años, un estado del país del Tío Sam, muy cerca de Canadá, y siempre vuelve con un libro bajo el brazo a su país que vive en su corazón.

Alguna vez dijo que con sus escritos quiere salvar a sus lectores, nadie sabe de qué; pero en realidad se salva él, de sus demonios. Desde niño su fuerte fue soltar historias que pescaba al vuelo en las conversaciones con su padre abogado, su abuelo querendón y dicharachero, su madre austera disciplinada y vigilante.

Cuando tenía 11 años de edad, cierta tarde trujillana, al llegar a casa del colegio vio que unos policías represores se llevan a su padre aprista, de la línea de Haya, a la cárcel por rebelde y conspirador contra un gobierno corrupto represor.

Desde entonces tiene la convicción de defender a los perseguidos genuinos por cuestiones políticas y otras causas que tienen que ver con los Derechos Humanos. Se nota claramente en sus cuentos, en sus novelas, y en su actitud frente a la vida.

Sin embargo, los temas que no sueltan al escritor y lo tienen atado a él como un castigo feliz son la muerte y los caminos, en todas sus formas y dimensiones. En los caminos de sus libros siempre anda por ahí la muerte.

Su novela más leída y traducida, “El corrido de Dante”, por ejemplo, cuenta las aventuras de un inmigrante ilegal, mientras viaja por los Estados Unidos en una Van. ¿Qué es un Van? Se sabe de su pasado porque se lo va contando a un burro que viaja con él.

“En la novela la mujer de Dante está muerta y se llama, por supuesto, Beatriz. Por su parte, el burrito se llama Virgilio, como el guía del poeta. Tal vez algún día esta metáfora será la metáfora del inmigrante en su camino por el infierno, el purgatorio y el cielo de los Estados Unidos”, dice.



LO NUEVO

En su último libro “Hablar con la Santa Muerte” (Universidad Alas Peruanas, 2013), por ejemplo, los personajes son generalmente gente que va por los caminos sinuosos de la frontera con la ilusión de cruzarla para encontrar el paraíso ficticio que supuestamente existe en los Estados Unidos.

El último cuento del libro le da nombre a este. En este relato aparece un personaje excepcional: La Santa Muerte, una mujer de pantorrillas dulces, alta y de cabellos largos como cascada fina. Viste de rojo, pero no es comunista sino una mujer que ayuda al que lo pide. Tiene una cara sin carnes, casi cadavérica. Está muerta; pero hace el bien a los que están vivos. No es mala, al contrario.

“Si dejas una copa de vino fino en la mesita cerca de tu cama y en la mañana ves que el vino ya no está, no te asustes. La Santa Muerte ha entrado en tu vida y te ayudará a ver mejor, pisar con más firmeza en los caminos. Los mexicanos que quieren cruzar la frontera no toman tanto vino, lo compran para la Santa Muerte. Es un icono de la religión popular. Los mexicanos han personificado a la muerte y le rinden culto. Sus devotos más cercanos son ahora los latinos de cualquier país que cruzan la frontera para buscar un empleo y ejercer su derecho a caminar”, dice.

Hay quienes se esconden de la muerte, hay quienes rezan para no encontrarse con ella. No es el caso de Eduardo González Viaña. “Creo que escribo sobre la muerte porque ando en una buena relación con ella; y ello se debe además al influjo que tiene sobre mí nuestra cultura prehispánica. A diferencia del trato que se le da en otras culturas, la muerte es para nosotros una mujer, a veces muy bella, con la cual podemos tratar. En uno de mis cuentos, llego a mi casa y me encuentro con que la muerte está balanceándose en la mecedora de mi jardín. Me dijo: No temas. No he tenido por ti. Más bien estoy esperando a tu vecino y se tarda en llegar”, dice.

“Me atemoriza llegar a ser intelectual aburrido y pedante”

—Tanto en sus cuentos y sus novelas como en sus artículos periodísticos, su prosa es clara, ¿de dónde cree que le viene esa claridad a su lenguaje?

—Si algo me atemoriza es el hecho de llegar a ser un señor intelectual aburrido y pedante. No me interesa serlo. Quiero ser el hombre que cuenta historias desde la chimenea. A lo mejor solamente se trata de que siempre haya querido escribir de una manera tan sencilla, tan clara, como para ser entendido por mi madre. Algo más. Soy abogado. Mi padre, que también lo era, me aconsejó cuando yo era estudiante que leyera con cariño el código civil. Me dijo que aquí nunca iba a encontrar un adjetivo ni una palabra que sobrara o que faltara. El consejo de mi padre es hasta ahora la mejor receta de estilo.

Fuente: Diario La Primera Domingo 28 de julio 2013

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