Por Raúl Wiener
El presidente Humala ha declarado en España que el proyecto Conga ya estaba concebido antes de empezar su gobierno y que él no puede abortar un feto de seis meses, tal vez porque es un cristiano conservador como dijo en las elecciones o porque la ministra de la Mujer ya lo ha convencido que aún en las violaciones se crea una conexión sobrenatural. O sea, Conga es un niño al que vamos a querer a pesar de su origen. No entiendo qué otro sentido se le puede dar a tamaña explicación.
Pero, vamos, por estos días la Conga está cumpliendo recién los seis meses, ya que la verdad histórica es que Newmont Mining aprobó el proyecto exactamente el 27 de julio del 2011, en una reunión extraordinaria de su directorio en la ciudad de Denver, Colorado, en los Estados Unidos.
Faltaban 24 horas para que Ollanta Humala jurara como presidente y los gerentes de Yanacocha tenían que haber informado que había problemas con el nuevo gobernante peruano que había ofrecido a los cajamarquinos cuidar la integridad de las lagunas.
Entonces no era necesario ningún aborto sino una simple píldora del día siguiente, para volver las cosas a un terreno en el que el gobierno entrante tuviera capacidad de negociación.
En otras palabras, apenas empezando, el nuevo gobierno estaba siendo provocado por una empresa que quería darle el hecho consumado para que el proyecto fuera el que se armó con Alan García.
Pero si reclamaba contra ese gesto inamistoso en los primeros días, cuando tenía toda la fuerza de La Victoria, es casi seguro que los inversionistas hubieran aceptado conversar una solución que tomara en cuenta la nueva situación y la opinión de las comunidades y el pueblo de Cajamarca.
Lo que más me evoca este caso, es lo que ocurrió en los últimos días del Fujimorismo, cuando, contra viento y marea, sin presidente (estaba fugado en Asia), sin vicepresidentes y con ministros en el aire, se sacó la concesión del aeropuerto Jorge Chávez y se dio vida a ese engendro llamado LAP, que nadie sabe quién lo integra y cuánto se lleva del país cada año.
Ahí también, el Castilla de la época, Silva Ruete, le dijo a Paniagua que no había base legal para discutir los términos del contrato, a pesar de la manera como lo sacaron adelante.
Era un aborto que paralizaría las inversiones. Como todos los cuentos que nos han hecho durante estos años. Pero cualquiera que revise la historia verá que ni la privatización de las eléctricas del 2002 que se dejó sin efecto por el Arequipazo, a pesar de que se decía que sin privatización el presupuesto se desfinanciaba; ni la paralización del proyecto del Cerro Quillish, por la protesta cajamarquina, que también se decía que espantaría las inversiones y a Yanacocha; ni las leyes de la selva derogadas después del Baguazo, que según la ministra haría volar el TLC; tuvieron efecto alguno sobre el flujo de inversiones ni en el sistema legal peruano.
No hubo aborto en una sola palabra, tal vez hubo otro tipo de alumbramiento, si se quiere insistir en la metáfora. Y ese país que se quería hacer respetar le dio su respaldo a Ollanta, que ahora anda por el mundo asegurando que va a cuidar de los embarazos de gobiernos anteriores, aún los contra natura.
Pero, vamos, por estos días la Conga está cumpliendo recién los seis meses, ya que la verdad histórica es que Newmont Mining aprobó el proyecto exactamente el 27 de julio del 2011, en una reunión extraordinaria de su directorio en la ciudad de Denver, Colorado, en los Estados Unidos.
Faltaban 24 horas para que Ollanta Humala jurara como presidente y los gerentes de Yanacocha tenían que haber informado que había problemas con el nuevo gobernante peruano que había ofrecido a los cajamarquinos cuidar la integridad de las lagunas.
Entonces no era necesario ningún aborto sino una simple píldora del día siguiente, para volver las cosas a un terreno en el que el gobierno entrante tuviera capacidad de negociación.
En otras palabras, apenas empezando, el nuevo gobierno estaba siendo provocado por una empresa que quería darle el hecho consumado para que el proyecto fuera el que se armó con Alan García.
Pero si reclamaba contra ese gesto inamistoso en los primeros días, cuando tenía toda la fuerza de La Victoria, es casi seguro que los inversionistas hubieran aceptado conversar una solución que tomara en cuenta la nueva situación y la opinión de las comunidades y el pueblo de Cajamarca.
Lo que más me evoca este caso, es lo que ocurrió en los últimos días del Fujimorismo, cuando, contra viento y marea, sin presidente (estaba fugado en Asia), sin vicepresidentes y con ministros en el aire, se sacó la concesión del aeropuerto Jorge Chávez y se dio vida a ese engendro llamado LAP, que nadie sabe quién lo integra y cuánto se lleva del país cada año.
Ahí también, el Castilla de la época, Silva Ruete, le dijo a Paniagua que no había base legal para discutir los términos del contrato, a pesar de la manera como lo sacaron adelante.
Era un aborto que paralizaría las inversiones. Como todos los cuentos que nos han hecho durante estos años. Pero cualquiera que revise la historia verá que ni la privatización de las eléctricas del 2002 que se dejó sin efecto por el Arequipazo, a pesar de que se decía que sin privatización el presupuesto se desfinanciaba; ni la paralización del proyecto del Cerro Quillish, por la protesta cajamarquina, que también se decía que espantaría las inversiones y a Yanacocha; ni las leyes de la selva derogadas después del Baguazo, que según la ministra haría volar el TLC; tuvieron efecto alguno sobre el flujo de inversiones ni en el sistema legal peruano.
No hubo aborto en una sola palabra, tal vez hubo otro tipo de alumbramiento, si se quiere insistir en la metáfora. Y ese país que se quería hacer respetar le dio su respaldo a Ollanta, que ahora anda por el mundo asegurando que va a cuidar de los embarazos de gobiernos anteriores, aún los contra natura.
Fuente: Diario La Primera, lunes 30 de enero 2012.
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