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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

sábado, 9 de julio de 2011

Narrativa: EL CRIMEN DE CASIMIRO


 Por José Luis Aliaga Pereyra

Casimiro era un hombre hábil e inteligente. Nunca faltaba a las reuniones que organizaban sus paisanos; allí se mezclaba con todos y brindaba con vasos llenos de cerveza. Era un tipo alegre y honesto, al menos eso es lo que parecía; aunque lo atormentaba una disyuntiva: no sabía si la vida lo había tratado mal o él maltrato a la vida. A los dieciocho años ingresó a la policía y a los veintidós lo separaron. Cuentan que un controvertido comandante aprovecho de su cargo para poder expulsarlo. Hoy, Casimiro, vive de trabajo en trabajo; de acuerdo a las oportunidades, recomendaciones y acomodos que sus amigos y familiares le brindan. Es por ello que “paró las orejas” al escuchar, entre vasos y botellas, que a las parrilladas que organizaban sus paisanos residentes en Lima, siempre asistía el congresista recién electo de su pueblo.

A Casimiro “se le prendió el foquito” y dijo: ¡de esta no se me escapa! Él había participado en la campaña electoral del diputado, había pegado afiches por toda la ciudad, lo había acompañado en muchos viajes y en todo momento lo aplaudió a rabiar. Casimiro amanecía frotándose las manos, esperando el ansiado día, para “tirarse de muelas” (*), como textualmente había afirmado: ¡tengo que hablar con el congresista y no se podrá negar!, repetía.

El esperado momento llegó. Celebraban el aniversario del Club del que eran socios la mayoría de sus paisanos. Casimiro fue el primero en llegar al local “La Ensalada”, donde aguardó con paciencia echándose uno que otro trago.

El congresista ingresó  a las once de la noche, rodeado de guardias y amigos. Los paisanos lo aplaudieron largo rato y Casimiro, avanzadito de tragos, gritó acaloradamente: ¡que viva el congresista, que viva el congresista! Nadie escuchó su voz que se perdió entre carcajadas y música de mariachis. El diputado bailaba con jovencitas y ancianas; vestía deportivamente y repartía sonrisas por doquier. Casimiro levantó el último trago y dijo: ¡allá voy! Se abrió paso entre la abigarrada gente y cuando le faltaban escasos centímetros para tocar el hombro del joven congresista, la mano férrea de un guardaespaldas impidió el atrevido avance de Casimiro. El celoso guardián le cerró el paso diciéndole bruscamente “El congresista ha venido a divertirse, no debe ser interrumpido”. Casimiro intentó mil veces y de mil formas llegar a su objetivo; pero la guardia personal del congresista había consultado el caso y tenía órdenes concretas: ¡el diputado se estaba divirtiendo y no aceptaba dialogar con nadie!

Casimiro se hizo muy conocido por este su atrevimiento. No había parrillada o fiesta alguna en la que no intentase hablar con el congresista electo. Sus amigos le aconsejaban, le decían que no hiciera el ridículo, pero él, no les hacía caso, era más terco que una mula y sólo comprendía que realizar sus sueños era un imposible cuando llegaba al cerco de guardias y éstos le mostraban sus caras. Casimiro retornaba a su casa triste y completamente borracho.

El pueblo, que asistía a las fiestas y que adulaba a su hijo predilecto, se incomodó por el actuar de Casimiro y fue tanta la insistencia de éste, que una tarde con órdenes de oreja en oreja, le cerraron las puertas, dejándolo con las patitas en la calle. ¡Estaba impedido de ingresar a las fiestas y todos estuvieron de acuerdo con la orden! Casimiro pidió disculpas; rogó a todo el mundo y solicitó al personal de confianza del congresista, en sus oficinas, para que intercedieran por él, obteniendo el rotundo ¡no! por respuesta. ¡Todos sabían que Casimiro quería conseguir trabajo! Así vivía. Esa era su costumbre. Por lo que le cerraron las puertas. ¡Sus paisanos estaban hartos de tanto atrevimiento!

Desde aquel día, Casimiro ya no podía dormir. Sus sueños e ilusiones se vieron tirados por los suelos y el desprecio con el que había sido tratado, anidó en su mente una descabellada idea. Al día siguiente amaneció como nuevo, relajado; como si la idea que se le había ocurrido le diera grandes satisfacciones. Se sintió contento, respiró profundo y en el almanaque que colgaba en la pared de su sala, anotó una fecha con lapicero de tinta del color de la sangre.

¡Tres de noviembre será la fecha! –se prometió Casimiro–. ¡El crimen tiene que ser perfecto! – agregó sonriendo, acariciando sus pensamientos. Al principio, tomó la idea como una broma que le daba cierta tranquilidad a su espíritu. Pero después, conforme pasaban los días, la broma se tornaba realizable. Casimiro se estaba convenciendo de a poquitos y esperó tranquilamente el día señalado, otra fiesta, una nueva parrillada.

Con el transcurrir de los días, Casimiro maduró su idea. Al acostarse, antes de dormir, agregaba algo a su plan; perfeccionaba al que ya  había  llamado “El Crimen Perfecto”. Y fue así como una de esas lucubrosas noches, habló para sus adentros: “si lo elimino en una parrillada, los guardias me acribillarían o me atraparían; sería fácilmente identificado; tiene que haber otra forma”-se aconsejó convencido.

Casimiro averiguó la dirección exacta del congresista; le hizo un seguimiento. El diputado vivía por la Santullana, un lugar medio acomodado del distrito El Hurto, al que visitó en reiteradas oportunidades. Casimiro ya no aparecía rogando por las fiestas, ya nadie comentaba que lo vio merodeando por la esquina del local o tomando cerveza solo, en el rincón de una cantina. A Casimiro se lo tragó la tierra, ya nadie se acordaba de su existencia; pero, en cambio, él sí que se acordaba de todo. Se había llenado de un odio del que hasta el mismo tenía miedo. Estudió los pasos del congresista, observó que en las fechas en que los paisanos organizaban las parrilladas, aflojaba la guardia; se descuidaba, principalmente por las mañanas en que, caminando, se dirigía al puesto de periódicos solo y confiado. Allí lo esperó y allí lo acribilló de un certero disparo en la cabeza. El congresista murió en el acto y Casimiro cumplió rigurosamente su plan: se dirigió, luego de esconder el arma, a la parrillada, para así establecer su coartada. Casimiro había pensado en todo, por ello se sorprendió bastante cuando dos fuertes  brazos lo detuvieron cerca al local fiestero, en el preciso momento en que bajaba del microbús que lo condujo.

     ¿Qué pasa? ¿Por qué me detienen? –preguntó Casimiro con pasmosa serenidad.

     ¡Te estábamos esperando Casimiro! Sabíamos que llegarías; tu señora nos lo dijo –le aclararon sus captores.

Casimiro, esa mañana, se había despedido de su esposa diciéndole: “voy a la fiesta de mis paisas”, y todo estaba claro.

La puerta del local se encontraba adornada con globos multicolores en forma de arco y el vigilante que en otras veces no lo había dejado ingresar, le dijo: ¡adelante, pase usted don Casimiro!. Había una mesa larga cubierta con un mantel color melón y alrededor de ella sus paisanos se hallaban sentados. Todos sonrieron al ver a Casimiro. A los costados del presidente del club había dos sillas vacías y en una de ellas hicieron sentar a Casimiro. El presidente se puso de pie y tomó la palabra:

     Señor Casimiro –le dijo–. Esta fiesta la celebramos en su honor. Es una fiesta sorpresa y sólo esperamos la llegada de nuestro ilustre congresista, para que sea el mismo, quien le haga entrega de la copia de la Resolución del Congreso de la República donde es usted nombrado ANFITRIÖN de los padres de la patria, con un sueldo de dos mil ochocientos soles con veinte centavos.

Todos aplaudieron las palabras del presidente, con excepción de Casimiro que se lo vio pensativo y nervioso, preocupado, mirando por los cuatro costados del local fiestero.

(*) Conversar con alguien sin solicitar audiencia; incluso, en contra de su voluntad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades amigo:
Tu cuento posee encanto como de travesura juvenil y me parece interesante. Tienes un desparpajo, una frescura mediata que me gusta, además porque sale de lo trillado. Hay un exceso de exclamaciones, si, pero tratándose de una parodia…con el paseo del congresista, los aplausos de los paisanos, es casi obligado el "excelsus gloria" en el contexto de tu cuento, que a veces parece un chiste casi cruel. Es más profunda esta crítica soterrada al retrato del pueblo y sus paisanos de lo que parece al primer pasa ojos.
Como seguro que no ha sonado la flauta por casualidad ( en esto tuyo hay observación y pensamiento) quedo a la espera de tu próxima aportación.

Jorge Frosa, Baires
Argentina

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