Por: Manuel Luque Casanave*
El reglamento de bioseguridad pone a nuestro país en peligro de
perder la ventaja comparativa y competitiva que representa contar con
una de las mayores riquezas biodiversas del planeta. En un mundo que
valora lo orgánico, debemos reflexionar frente a este irresponsable
reglamento que abre las puertas a organismos genéticamente modificados (OGM)
o transgénicos, que son causa de alergias, resistencia a los
antibióticos, afectación al sistema inmunológico, riesgo de mutaciones
genéticas, potencial daño a los riñones y al hígado, como se ha
comprobado en México con algunas variedades de maíz genéticamente
modificado.
La incorporación de transgénicos compromete la seguridad alimentaria
al generarse una dependencia económica continua de las semillas
transgénicas.
En cada campaña de siembra, el agricultor tendrá que comprarlas,
pues las patentes impedirán que el agricultor las use para la siguiente
siembra; la empresa transnacional propietaria de la semilla podría
acudir a los tribunales internacionales para hacer valer sus derechos de
propiedad intelectual y demandar a los agricultores nacionales.
Dentro del alcance del reglamento nuestros recursos autóctonos
pueden ser modificados genéticamente y después patentados, luego las
empresas propietarias nos los venderán como semillas transgénicas al
amparo de la propiedad intelectual. Ello supondrá la pérdida de
variedades de plantas, al privilegiar el cultivo de solo unas pocas con
alta productividad y verse desplazadas nuestras variedades autóctonas.
Las semillas transgénicas generarán contaminación genética, poniendo
en riesgo nuestro patrimonio genético, por la polinización cruzada de OGM
de cultivos adyacentes vía el viento, insectos, aves y otros vectores
polinizadores, como también los cultivos orgánicos de exportación,
generalmente de comunidades campesinas y pequeños agricultores.
Frente a la arremetida de los transgénicos debemos implementar
bancos genéticos para ir patentando nuestros recursos genéticos
(excipientes y germoplasmas) para no perder las oportunidades que ofrece
el mercado mundial a lo natural, evitando al mismo tiempo la
biopiratería a partir de nuestra biodiversidad.
Nuestra gastronomía está en riesgo: las variedades transgénicas de
limón, maíz, ají y cebolla, tomate alterarán los sabores de nuestros
platos de bandera.
No podemos ni debemos ceder a los lobbies de las grandes transnacionales que intentan dominar el mercado alimentario del mundo.
Nuestro país no es uno cualquiera y, por ello, apetecible por las
empresas que quieren ingresar y lograr patentes transgénicas a partir de
nuestra megadiversidad. La experiencia demuestra que las semillas
modificadas genéticamente tienden a desplazar y eliminar en el campo a
las semillas naturales por polinización cruzada.
Nuestra seguridad alimentaria está en juego por la dependencia de
nuestra agricultura a las semillas transgénicas, dependencia que
ahondaría las condiciones de pobreza de nuestra población rural.
El presidente García no puede dejar esta bomba de tiempo al próximo
gobierno, tiene la enorme responsabilidad de rechazar y dejar sin efecto
el reglamento por el incalculable e irreversible daño económico, social
y ambiental que ocasionaría a nuestro país.
(*) Ingeniero
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