Juan De la Puente
Tan importante como las elecciones es el análisis de sus resultados
y, en tal medida, considero que este debe emanciparse del pesimismo de
la elite conservadora (y limeñísima) que está de duelo porque cree que
el Perú ha perdido. La recurrente pregunta: ¿Qué hemos hecho para
merecer esto? evade la aceptación de que el mensaje principal del 10 de
abril es, por un lado, el rechazo a un estado general de cosas y, por el
otro, la demanda de cambio.
Creo que al abrirse por tercera vez en una década un ciclo de
transformación, riesgoso pero ineludible, el Perú ha ganado y que si esa
demanda no se procesa ahora en democracia puede venir en otro momento
desde la calle y con otros métodos. Desde esta reflexión, lo grave de la
visión pesimista es el revanchismo que magnifica los riesgos y olvida
que antes y después de las elecciones el problema principal es uno: el
cambio y sus actores.
Me resisto a creer que todos los votos que recibieron los candidatos
que pasaron a la segunda vuelta hayan sido de electores ignorantes y no
democráticos y que lo contrario sucede con cada voto por PPK, Toledo y
Castañeda. Un ciudadano vota por convicciones pero también por
intereses, y para unos las elecciones son un riesgo, para otros una
rutina y para muchos peruanos una oportunidad.
Se anotan como riesgos la deriva autoritaria y las sobreexpectativas
sociales. Es cierto, pero el principal riesgo es el cierre o bloqueo
del ciclo de cambios ya explicitado en las elecciones del 2001 y 2006.
Los dos miedos que se han empezado a levantar desde el domingo,
especialmente el de corte macartista y sesentero, sí pueden hacer que el
Perú pierda en la segunda vuelta, es decir, que la polarización
ideológica y la división del país no sea resuelta en las urnas, un
desenlace distinto a otras polarizaciones de la región, como las que
transitaron Chile y Brasil.
Los que pretenden organizar un bloque político contra el cambio so
pretexto de oponerse a uno de los candidatos, deberían reconocer que
esta vez el cambio es absolutamente necesario y que conviene debatir y,
si es posible, consensuar sus alcances, ritmo y límites. La idea del
sida vs. el cáncer fue una construcción trágica que evidenciaba los
riesgos y los dos miedos, pero el país tiene que imponerle a sus líderes
más democracia, más crecimiento y más equidad, esa mala palabra que las
elites dolientes de hoy se niegan a aceptar.
Fuente: Diario La República 4 de abril del 2011
Fuente: Diario La República 4 de abril del 2011
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