Por
Abelardo Sánchez León
Es
una paradoja: en política, la corrupción y la eficiencia van de la mano. Los
corruptos resultan ser más eficientes porque practican en los tenebrosos
territorios de la administración estatal, en el de las empresas públicas, el
Congreso, los ministerios o los municipios. Los honestos, en cambio, prefieren
abstenerse, hacer dinero en sus empresas familiares o quedarse a ver televisión
en casa. Los decentes, por así llamarlos, no llegan a adquirir las destrezas
necesarias para alcanzar la eficiencia en el manejo del asunto público. Los
gobiernos de Alberto Fujimori y de Alan García son considerados, según una
reciente encuesta de opinión, como los más corruptos de nuestra historia; sin
embargo, si hubiese que votar, sus líderes gozarían de la preferencia del
pueblo, justamente por ser considerados eficientes, es decir, paradójicamente
corruptos.
Con
frecuencia se asocia a la corrupción con el grado de desarrollo de una
economía. La ecuación es fácil: a mayor desarrollo, mayor corrupción. Se mete
mano donde hay, se reparte donde abunda, el dinero atrae y hace bailar al
hombre como si fuese mono. Para evitar que lo filmen a uno en la famosa salita
del SIN había que permanecer muy lejos del aroma
político que emanaba del régimen de Fujimori y Montesinos. De otro modo, sea
por el cargo, la jerarquía, los contactos o las ganas, tarde o temprano ibas a
sentarte en ese tétrico sofacito de cuero. La honestidad aconsejaba tomar
cierta distancia. Los fujimoristas que Montesinos no consideraba hábiles o
inteligentes, fueron los que se salvaron. A mayor inteligencia, mayor
aproximación a Montesinos y, por lo tanto, mayor contacto con la corrupción.
La
política, sin duda, la han ido monopolizando los corruptos, es decir, los
eficientes. ¿Podrían las tías ser eficientes? ¿O aquel con cara de buenote, de
chancón, ese sacolargo sin cultura de esquina? Cuando el electorado duda de la
capacidad de gestión de un candidato insinúa que no tiene una trayectoria
significativa en el mundo de la coima. Desde 1985, la política peruana es
explícitamente administrada dentro de los parámetros de quienes entienden el
Estado como si fuese un botín que les permita hacer el negocio de su vida. Esta
situación no salva a quienes se mantienen al margen. Nos quedamos en casa,
hacemos negocio en nuestras empresas familiares, pero, sin duda, nos vemos
obligados a establecer contacto a través de nuestro voto, con la esfera
política.
Fuente: Diario El Comercio, miércoles
1 de Setiembre del 2010
0 comentarios:
Publicar un comentario