Por César Levano
El discurso de Mario Vargas Llosa en la recepción del Nobel Literatura suscita el recuerdo de otro discurso: el de Gabriel García Márquez cuando recibió el Nobel 1982.
El discurso de Vargas Llosa es ante todo autobiográfico y tiene como eje la pasión por la literatura y por lo que él llama “la democracia liberal”. Elogio de la lectura y la ficción es su título. El de García Márquez lleva bien puesto su nombre: La soledad de América Latina.
El Colombia no trazó, con elocuencia, con pasión, en una época de crueles dictaduras, un grabado al aguafuerte continental. “Los desaparecidos por motivo de la represión”, dijo entonces, “son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encinta dieron a luz en cárceles Argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares… De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el diez por ciento de su población.”
“Me atrevo a pensar”, prosiguió, “que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras.”
El maestro Colombiano concluyó diseñando una utopía: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
En su discurso de esta semana, Vargas Llosa se muestra satisfecho con la democracia latinoamericana, a la cual atribuye “el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos”. El autor de Conversación en la catedral no ve la negación de esos valores en el Perú, Colombia o México. No lo hieren, al parecer, el espectáculo de la miseria de millones de peruanos ni la corrupción política.
Leía en estos días el libro de ensayos Imaginary Homelands (Hogares imaginarios) de Salman Rushdie, el escritor que sabe de intolerancia, como que ésta lo amenaza de muerte. Allí hay una valoración crítica de García Márquez y de Vargas Llosa. Del primero recuerda que Cien años de soledad vendió cuatro millones de ejemplares en sus primeros 15 años y que Pinochet mandó quemar 15 mil copias de otro libro de Gabo.
Rushdie señala en Vargas Llosa cierta propensión a la intolerancia. En La historia de Mayta, escribe, “los izquierdistas son sin excepción fanáticos, débiles, románticos incurables, escritorzuelos del partido, ideólogos estrechos, estúpidos u oportunistas”. El emotivo discurso de Vargas Llosa en Estocolmo trasunta esa inclinación.
El discurso de Vargas Llosa es ante todo autobiográfico y tiene como eje la pasión por la literatura y por lo que él llama “la democracia liberal”. Elogio de la lectura y la ficción es su título. El de García Márquez lleva bien puesto su nombre: La soledad de América Latina.
El Colombia no trazó, con elocuencia, con pasión, en una época de crueles dictaduras, un grabado al aguafuerte continental. “Los desaparecidos por motivo de la represión”, dijo entonces, “son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encinta dieron a luz en cárceles Argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares… De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el diez por ciento de su población.”
“Me atrevo a pensar”, prosiguió, “que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras.”
El maestro Colombiano concluyó diseñando una utopía: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
En su discurso de esta semana, Vargas Llosa se muestra satisfecho con la democracia latinoamericana, a la cual atribuye “el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos”. El autor de Conversación en la catedral no ve la negación de esos valores en el Perú, Colombia o México. No lo hieren, al parecer, el espectáculo de la miseria de millones de peruanos ni la corrupción política.
Leía en estos días el libro de ensayos Imaginary Homelands (Hogares imaginarios) de Salman Rushdie, el escritor que sabe de intolerancia, como que ésta lo amenaza de muerte. Allí hay una valoración crítica de García Márquez y de Vargas Llosa. Del primero recuerda que Cien años de soledad vendió cuatro millones de ejemplares en sus primeros 15 años y que Pinochet mandó quemar 15 mil copias de otro libro de Gabo.
Rushdie señala en Vargas Llosa cierta propensión a la intolerancia. En La historia de Mayta, escribe, “los izquierdistas son sin excepción fanáticos, débiles, románticos incurables, escritorzuelos del partido, ideólogos estrechos, estúpidos u oportunistas”. El emotivo discurso de Vargas Llosa en Estocolmo trasunta esa inclinación.
Fuente: Diario La Primera, 9 de diciembre 2010
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