A LOS SIETE
Por Jorge Horna
El electorado celendino se apresta a designar a sus alcaldes distritales y de la capital de provincia. Quien pretenda por voto popular ejercer como alcalde, lo primero que debe saber es que va a representar a Toda (con mayúscula) la población y estar decidido a luchar frontalmente contra el desorden, para dar bienestar y tranquilidad a quienes residen en un determinado territorio.
Con
respecto a la alcaldía de Celendín, postulan siete candidatos. Unos para
estrenar mullido sillón y suculento sueldo (Jorge Urquía, José Eloy Rodríguez,
Guido Araujo), otros, repetir el plato (Mauro Artega, Juan Tello; quienes ya
causaron tanto daño al pueblo celendino) y dos candidatos que vienen de ejercer
similar cargo en sus distritos (Ediver Dávila y Deyner Araujo).
Ante
la cruda realidad, el ciudadano consciente de sus derechos y obligaciones está
defraudado: promesas siempre incumplidas, agravios a la ciudad, oscuros manejos
económicos de los fondos comunales, desidia e incompetencia; en suma lo que se
pregona cotidianamente: corrupción. Corrupción es sinónimo de podredumbre, un
hecho que arrasa la moral y la ética y denigra la dignidad humana.
Por eso, los siete candidatos deberían comprometerse ante el electorado, en el caso de Celendín, para desarrollar un programa mínimo basado en los siguientes puntos:
Por eso, los siete candidatos deberían comprometerse ante el electorado, en el caso de Celendín, para desarrollar un programa mínimo basado en los siguientes puntos:
De
inmediato ordenar el transporte urbano de pasajeros; racionalizar las famosas
mototaxis y taxis (autos) que han desbordado lo necesario, ocasionando
accidentes y contaminación (ruidos y gases tóxicos). También es tiempo de
exigir a las empresas de transporte interprovincial que el embarque y
desembarque de sus pasajeros y carga lo hagan dentro de un espacio apropiado,
evitando el triste espectáculo de usar
las veredas, obstaculizando el paso peatonal.
Poner
freno a la proliferación de cantinas, discotecas y lugares de dudosa reputación
que con juergas diarias martirizan a los vecinos e idiotizan a nuestra
juventud. No es posible que en un pueblo pequeño, la vía pública se haya
convertido en cantina, con el consentimiento tácito de la policía y la
municipalidad.
Los
fondos del programa “Juntos” deben ser distribuidos entre aquellas personas que
efectivamente lo necesitan; hay pequeños propietarios agrícolas y ganaderos que
con desfachatez abren sus angurrientas manos para recibir los 100 soles.
Obras
a largo plazo: priorizar con asesoría especializada de arquitectos, urbanistas
e ingenieros el ordenamiento urbanístico ocasionado por el crecimiento de la
ciudad. No olvidar jamás que nuestros antepasados levantaron sus construcciones
pensando en la armonía entre el paisaje cultural y natural.
Como
proyección al futuro iniciar el proyecto de una vía de evitamiento para
Celendín. En ese mismo sentido construir un mercado mayorista para la compra
venta de animales menores y otros productos.
El
requerimiento de mejorar los locales escolares es otra urgencia, como lo es que cada capital de distrito cuente con un
local para la Posta
médica en la que atienda personal médico calificado.
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El
mejoramiento y mantenimiento de las carreteras que unen la capìtal con los
distritos debe ser una acción coordinada y permanente.
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En
consenso con los municipios distritales (Cortegana y Chumuch), evitar la tala
de bosques ancestrales (árboles que tienen más de cien años) y la quema (roso)
de arbustos, que afectan directamente la biodiversidad y el equilibrio
ecológico. Asesorar técnicamente, además, a los campesinos interesados en la
renovación de sus pastizales.
Y
en referencia al cuidado del medio ambiente es obligación, un imperativo de
cada candidato a la alcaldía evitar, convocando a todos los sectores de la
población, que la explotación Minas Conga prospere, pues es evidente –según
serios y reiterados informes de profesionales independientes- que las fuentes
de agua que abastecen a los ríos Jadibamba, Chirimayo, Sendamal y La Llanga serán contaminados,
en perjuicio irreversible de los agricultores, afectando además el
abastecimiento de los mercados de toda la provincia.
La
explotación minera enriquece astronómicamente a los inversionistas directos,
pasajeramente da trabajo a algunos profesionales, explota la mano de obra
barata, y para sostenerse -otra vez- corrompe conciencias y corazones. En
contraparte la tierra queda infértil, la agricultura y ganadería destrozada, la
vida de miles de personas a la deriva y sin futuro. He allí la responsabilidad
de las autoridades involucradas.
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Las
necesidades por atender son múltiples. En el epílogo de esta invocación debo
decir que el ejemplo de honradez, honestidad y humildad (tres aches ¿o hachas?),
debe ser el mejor escudo contra la tentación del poder desmedido, el
enriquecimiento ilícito y la mediocridad.
No
todo está perdido. Lima, 3 de setiembre de 2010
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