Por Tito Zegarra Marín
Escribo
estas líneas con una mezcla de tristeza y rabia al saber que nuestra revista se
vende y lee cada vez menos y no me consuela saber que en el país también se lee
muy poco. Mientras que en Chile los estudiantes secundarios leen 9 libros al
año, en el país se lee 0.5; y dudo que nuestros jóvenes profesionales lean un
libro al año. Así están las cosas y por cierto que existen causas para que ello
ocurra.
Nuestra
población es básicamente rural (75%) y pobre (63%). Ser poblador rural no tiene
nada de malo, lo malo es vivir en condiciones precarias: sin ingresos estables
ni servicios básicos: agua, luz, desagüe. Pero lo más grave es vivir en
condiciones de pobreza y pobreza extrema, lo que significa carencias clamorosas
en alimentación, salud y educación. Y eso es lo que mayoritariamente sucede en
nuestra área rural, aunque también, pero en menor medida en nuestros pequeños
centros urbanos.
En
relación con ello nuestra población no da muestras de crecimiento, o si la da,
es mínimamente y hay distritos en que el crecimiento es negativo, Sucre anda
por allí. Las causas son obvias y tienen que ver con lo señalado en el párrafo
anterior, lo que también conlleva a una ausencia casi total de fuentes de
trabajo sostenibles.
Por
ello, año a año, cientos de sus jóvenes y tras ellos sus familias emigran de su
terruño, en los hechos, son expulsados sistemáticamente de sus lugares de
origen, sin poder hacer nada para evitarlo. Sin duda que algunos se quedan y
necesariamente tienen que coparticipar de quehaceres diversos con familias que
vienen del interior del distrito o provincia, en su caso.
Esos
grupos de jóvenes, en su mayoría no bien formados educativa ni socialmente, con
trabajos esporádicos o sin él, viven ligados a esa práctica generalizada de
chacchar la hoja de coca, casi excluidos del sistema sociopolítico y muy cerca
de realizar acciones que afecten la vida comunitaria. Situación a la que, en
mucho, son llevados o empujados por una realidad desigual e injusta, cuyo
trasfondo tiene que ver con el modelo neoliberal que se aplica a rajatabla en
el país.
Pero
hay algo más terrible que cala en nuestra niñez y juventud, me refiero a esa
lacra de la corrupción que hoy corroe las altas esferas del gobierno y se
extiende inevitable por otros sectores del interior: el robo, la coima,
comisiones están a la orden del día. Y ese es el espejo para estos pobladores
(niños jóvenes y adultos, del campo y la ciudad), al cual deben mirar y por qué
no, aprender de ello.
Dentro
de ese contexto, las elecciones municipales no garantizan un proceso como para
elegir a los mejores (que son pocos) e instaurar una eficiente y transparente
gestión municipal. De allí, los inocultables fracasos que se observa en casi todas
las municipalidades.
Las
elecciones municipales se han convertido en una suerte de carrera desesperada
con el objetivo de llegar, a como dé lugar, a esa apetecible institución donde
son muchas las prebendas y más cosas de las que hay que aprovechar. Cómo se
extraña aquellos tiempos en que los alcaldes, regidores y demás, no percibían
sueldos, dietas, viáticos y ni otras gollerías. Solo estaba de por medio el
cariño y entrega de trabajo para con sus pueblos.
En
los últimos tiempos a las Municipalidades se les ve como fácil refugio para
ganar un sueldo (llámese dietas u otros) y una especial y casi no repetible
oportunidad de la que hay que hacer uso, ante lo cual poco importa que la
mayoría de candidatos (de ayer y hoy) muestren improvisación, desconocimiento y
mínimas condiciones para representarlo y gobernar.
Por
ello, la amplia y accesible cancha electoral se llena fácilmente de candidatos
y listas, aunque casi todas bajo arreglos y arañones para arrimarse y ubicarse
de lo mejor a partidos y grupos políticos. A lo que hay que añadir los gruesos
bolsones de ciudadanos votantes del área rural fácilmente influenciables y
manipulables, que son los que en definitiva deciden el resultado de las
elecciones, decisión que obviamente no es la mejor.
Exponiéndome
a muchas críticas debo señalar que me apena decir que seguiremos en lo mismo y
casi nada nuevo espero de la lid electoral municipal del mes de octubre. Creo
que son muy pocos los candidatos que a mi concepto reúnen capacidad, vocación
de servicio, visión para el desarrollo y sobre todo HONESTIDAD, como para
llegar al mando municipal.
Dentro
de esos pocos, debo fijar mi apoyo moral a dos de ellos: Secundino Silva en
Sucre y Coco Urquía en Celendín, apoyo que solo obedece a criterios de
conciencia y al convencimiento (espero no equivocarme) que en ellos, por sus
ideas progresistas, se cifran justificadas esperanzas para cambiar en algo el
destino de nuestros pueblos.
(*)
Fuente revista El Labrador / Edición XIX / Mayo 2010.
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