Sucedió mucho antes de la refacción de la fachada del campo santo por la que ahora pasan los paisanos a cada rato, diciendo, sin temor y para sus adentros: "Ananau mi cementerio, qué lindazo que ha quedau".
Cuentan que un borracho había ido a festejar por el Oratorio, cerca al túnel que construyeron nuestros antepasados, el cumpleaños de su compadre.
Eran las dos y treinta de la madrugada de un día martes y el borracho caminaba muy confiado por la carretera, hasta que se dio cuenta que tenia que pasar por frente a la puerta principal del cementerio.
Felizmente, contó después el borracho a su mujer, que en la esquina del cementerio, antes de pasar, había un hombre flaco, alto; que, de pie y muy elegante, contemplaba las estrellas y el paisaje. Vestía un terno beige, corbata roja y zapatos color guinda que brillaban como espejos.
-Señor -le dijo el borracho-. ¿Podría hacermiuste el favor de pasarme a la otra esquina del cementerio?
-Encantau -contestó el hombre y, tomándolo del brazo, luego de pasar la puerta del campo santo, le habló con voz media rara: -"Cuando yo era en vida, tenía miedo; ahora no".
"¿Cuando yo era en vida?", se preguntó el borracho, unos pasos más arriba-. "¿Cuando yo era en vida?", repitió.
Al comprender lo que querían decir estas palabras, al borracho, pálido de espanto, le faltaron piernas para correr.
Al día siguiente, la mujer del borracho, dijo a todas las chismosas que era falso que su marido había estado tomando toda la noche, como aseguraban ellas; pues, su compañero, "había llegau a casa sanito... y sin tufo".
Fotografia del portón antiguo del cementerio de Moisés Rojas Aliaga.
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