Por Mario Peláez
Sin duda, halagado por su capacidad de meditar y entonces de dialogar y crear y de siempre confrontar con la historia, el ser humano consagra la inmortalidad de su espíritu. Allí están, por ejemplo, Macchu Picchu, Los Heraldos Negros y la Casona de la Universidad Nacional de San Marcos. Por lo demás poca cosa sería el ser humano sin ese deseo de infinito.
La Casona de San Marcos del Parque Universitario es la gran matriz de la conciencia universitaria. Aquí acunaron y desarrollaron diferentes manifestaciones culturales, diversas doctrinas e ideologías. Sin San Marcos la escolástica teologal seguiría siendo el pensamiento único y la historia solo historia oficial. Por algo San Marcos es más longeva que la República, y también la contestataria por excelencia. Tal es su valor identitario y responsabilidad histórica. Amén del irresponsable presupuesto que le asigna el Estado.
¿Pero cuáles son las evidencias de su inmortal espíritu y de su fructífero diálogo?
La Casona no solo es bella por su arquitectura, barroco mestizo, conjugado con rococó y el diáfano estilo republicado, sino que su belleza también singulariza por la mucha historia que ha vivido. Los rostros y los múltiples timbres de voz doctrinarios los percibimos en sus patios, corredores, salones, recodos y balcones interiores. De pronto podemos ver el alma meditabunda y con ojeras de algún teólogo Jesuita; otras veces un catedrático positivista sonriendo sarcásticamente; y a menudo, a los marxistas encrespando el músculo. No es raro entonces, encontrarse en el Patio de los Jazmines con Baquijano y Carrillo llevando el Mercurio bajo el brazo, y con gesto adusto cuestionando a la escolástica. O ver recostado en una columna del arco frontal del Patio de los Naranjos a Hipólito Unanue citando a Newton. O a lo mejor cruzarnos en el descanso de la escalera que conduce a los salones de la Facultad de Derecho (Verdadero remanso arquitectónico) con Javier Prado dialogando con Carlos Wiesse. O con Manuel Vicente Villarán levantando el índice derecho retando a polemizar a Alejandro Deustua. O quien sabe con Julio C. Tello ingresando al Salón de Grados, meditando sobre el origen del hombre peruano. Y seguro que encontramos en los oníricos balcones del Patio de Letras a Raúl Porras conversando con Carlos Aranibar sobre Huamán Poma; y por cierto ver a Jorge Basadre cruzar raudo al Salón General para dialogar sobre el Perú real y el Perú formal.
Y al anochecer escuchar murmurar a Víctor Andrés Belaunde sobre filosofía del Derecho; y si fuera poco dar oídos a la conversación, en trio de tenores, a León Barandiarán, José Antonio Encinas y Luciano Castillo sobre la pluralidad cultural.
Y nadie descartaría ver a José Carlos Mariátegui – pese a su confeso espíritu antiuniversitario- dialogando sobre la realidad nacional. O al propio Manuel Gonzales Prada y a María Rostworowsky, ambos también imprescindibles intelectuales y soberanos autodidactas. Y desde luego a César Vallejo paladeando: “Entonces todos los hombres de la Tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporase lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar…”
Hoy, 2017 (Que cumple 464 años de vida), la Universidad de San Marcos ha enmudecido. Solo se escucha ecos velando sonámbulas metafísicas. Empero como su espíritu es inmortal, igual que Macchu Picchu y Los Heraldos Negros, San Marcos volverá a liderar la conciencia del Perú profundo, del Perú que tanto amó y defendió José María Arguedas (Hasta el próximo domingo, amigo lector)
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