Por Mario Peláez
Se miraba con ahínco las manos buscando una explicación del tirano tiempo, de su tiempo suplementario, como gustaba decir él. Tanto sus manos como su frente y parte de su cara estaban pobladas de menudas manchas multiformes. De su extinta cabellera apenas quedaban cientos de hebras canosas. Acababa de cumplir 72 años. En su mente rondaban viejos pensamientos y recuerdos que ya no concitaban mayor exaltación, aunque tampoco estaba dispuesto a jubilarse del mundanal ruido…
—Que va —dijo sin saber por qué— cogió el vaso con Whisky Yeard Old Master de 25 años que reposaba en el carrito estacionado junto a la piscina temperada. Él descansaba en una perezosa, dueño de ochenta kilos de peso, de un metro setenta de estatura y de millones de dólares, otro tanto en acciones en empresas de comunicaciones, de automotriz y petróleo, equivalente al PBI de 137 países y con capacidad para cubrir seis veces las necesidades de la ayuda humanitaria, igual que sus pares y amigos Carlos Slim y Larry Ellison. Pero era incuestionable que su cuerpo venía perdiendo masa ósea, hidratación y elasticidad. Don Jorge Romero Nicolini ya no sentía el bullicio apasionado de su sangre a pesar de las ofertas prodigas de los fármacos.
Sin embargo (el ser humano siempre tiene a la mano un pero y un sin embargo) en su cerebro moraban “pequeños duendes” que lo auxiliaban a derrotar a la rutinaria normalidad, a ese estar porque se tiene que estar y nada mas; y mejor performance sería recordando sus años mozos y citando a Brat Eason: “soy ingenioso al tope. Soy una buena inversión, no tengo escrúpulos, lo que digo es que la sociedad no puede permitirse el lujo de prescindir de mí…”
—Jorge, ¿seguro que no queda país, paisaje y sabor que no hayas disfrutado y saciado, ni mujer que no haya rendido pleitesía a tu falo, según se dice, uno de los más ranqueados faloscentricos, o pichula como se le llama en el Perú ? —recordó las palabras de la legendaria actriz María Félix.
Don Jorge recordó haber sido elusivo. Y más bien pensó, “hermosa mujer esta María, pero jodida y frígida.
Las muchachas que lucían bikinis invisibles irrumpieron su concentración, una de ellas intentó refregar el rostro de Don Jorge con sus senos desnudos.
—Pueden tomarse el día —les dijo levantando el brazo— vayan a donde se les ocurra, que uno de los choferes las lleve.
En ese instante se acercó uno de los mayordomos trayéndole su teléfono para atender la llamada del médico Pablo Porturas.
—No es necesario que venga. Mañana o pasado paso por la clínica. En su rostro creció una sombra. Él sabía desde hace tiempo, al visitar varias clínicas de Berlín y Madrid, la prisa que llevaba la miocardiopatía hipertrófica que padecía.
También el mayordomo le recordó que en el estudio esperaba el gerente Moisés Machuca.
—Dile que venga acá y comunica a Gálvez que tenga listo el mercedes platinado, que de inmediato salimos a Chaclacayo; y como debe estar cargado el tráfico, llamas al general Noriega para que envié un patrullero que nos abra paso.
—Disculpe, disculpe Don Jorge —dijo el gerente—, pero es necesario su directiva. Todas las plantas han paralizado, los trabajadores se han plegado a la huelga.
Sin mover un músculo de su rostro le recordó sus obligaciones.
—Acaso olvidaste que eres gerente —le dijo levantando la voz—. No quiero soluciones a medias. Mano dura, sin contemplaciones. Suspende el pago de salarios y sueldos. Mantenme informado.
“Ciertamente la situación política y laboral no están para misas cantadas, se requieren acciones a favor de consolidar la autoridad” —recordó las palabras del Cardenal.
—Este carajo no es hijo de Eva sino de la serpiente pero necesario y además es nuestro —dijo a media voz queriendo parafrasear a Frank D. Roosevelt refiriéndose al dictador nicaragüense Anastasio Sonmosa: “es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta”. El gerente y el mayordomo sonrieron, ignorando a quién se refería don jorge, a quien calzaban sus palabras.
En el trayecto a Chaclacayo, al Club, y con el patrullero desenredando el tráfico, resucitó la conversación con María Félix, con la Doña. Pero entonces sintió un pequeño malestar y ordenó regresar, girar en redondo, a pesar de que solo faltaba unas pocas cuadras.
—Sí, María —recordó o imaginó que le dijo— pero tú mejor que nadie sabes cuanto vale estos deslices.
—Dime Jorge querido, hay algo más que sumar en tu vida. ¿Alguna aventura pendiente?. ¿Quién sabe una excitación rezagada?. ¿Alguna esperanza?. ¿Un conqueteo insinuador?. ¿Una elegía, una promesa?. ¿Un trunco pudor?. ¿Una alegría en tu conciencia?. ¿Tal vez una ráfaga de apetito?. ¿Un diálogo afectivo pendiente?. ¿Una utopía?. ¿Un sueño?. ¿Una acrobacia mental?. ¿Unos diástoles y sístoles por algún acontecimiento insólito?. ¿Algún hervor que incite tu imaginación? ¿Una jaculatoria?. ¿Algo Jorge, algo más Jorge?- reclamó la Doña con voz ronca cargada de intimidad. Y pensó para sí de cómo la conciencia termina abandonado al cuerpo humano.
También ahora el viejo interrogatorio de la doña le dejó extenuado.
Un sepulcral silencio reinaba en su recámara, decorada a los Luis XV. De inmediato cayó preso de un letargo que singularmente no bloqueaba las imágenes y las vivencias. Se persuadió que el Comité Internacional de Residuos Espaciales le proporcionaban un cohete de plasma de la compañía Ad Astra Rockel, en él enviaba su fortuna al espacio, sus 68 mil millones de dólares, cuidadosamente empaquetados en 15 mil mochilas, y cuyo destino estaba más arriba de las órbitas en las que danzaban las estaciones espaciales, los satélites y la propia Órbita Cementerio. Se vio sonriendo, muy emocionado y homenajeado. Todos le decían que se trataban de una excepcional aventura; y que además acercaba su espíritu a los predios celestiales.
—Solo fue una emoción ficticia, querida María Félix —dijo al momento de despertar como queriendo enlazar con el sueño. Él sabía que desligarse de lo esencial, notifica que la vida ya no es una obligación.
En su rostro preexistía la incertidumbre. Sudaba copiosamente. Contrajo la vista y miró la textura de sus manos buscando la última respuesta.
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