Por Mario Peláez
Hay un problema que requiere de toda nuestra atención, y que debemos abordarlo cotidianamente. Como decía los griegos, a veces en la redundancia está el éxito y la originalidad. Por mi parte abordaré muchas veces.
Al punto:
La cultura, la unanimidad de las humanidades, la historia, la filosofía, el arte y la literatura han ido a dar al traspatio, junto a los trastos inservibles. Con lo cual la memoria colectiva, el espíritu crítico y la sensibilidad son los nuevos moradores de la amnesia. Es decir, se depreda el conocimiento de nuestro mundo interior. Pues no basta la inteligencia del cerebro, es imprescindible la inteligencia del espíritu. Pero también la lectura ha dejado de ser nutriente y singular placer. Entendiendo por lectura no el hecho de reconocer las letras y las palabras, sino como proceso de asimilación de la realidad y de potenciar la imaginación. Situación penosa que degrada el cerebro, convirtiéndolo en solo almacén de datos, marcas, primicias engañosas y elementales emociones. Y peor si para ello el neoliberalismo cuenta con medios de comunicación que han hecho de la posverdad su arma ideológica principal.
Asi, los periódicos, revistas, publicidad, radio ,televisión y festivales, a las ganadas, olorizan los nuevos escenarios “culturales”, convirtiéndolos en altares: el futbol y la farándula, con sus pontífices, los Neymar y las Madona. Ejemplos que los niños y jóvenes idolatran. Que no significa dejan de disfrutar del rock, pop, rap y del futbol.
Las escuelas, colegios y hasta universidades no son ajenas a esta realidad. Bastaría ver como han diezmado los cursos de humanidades, los dirigidos al espíritu. Hoy los planes de estudio y sílabos solo privilegian el conocimiento concreto, ese que requiere el mercado, y que no necesariamente coincide con las reales necesidades de los sectores pobres.
Aquí están los resultados: jóvenes que no saben quién es Gonzáles Prada, que no han leído un solo poema de Vallejo, no han visto un cuadro de Humareda, no han escuchado a García Zarate, a Jaime Guardia. Jamás han tenido en las manos un libro de Shakespeare. Hasta podrían sostener que Mozart es un cantante de rap y Picasso de la fórmula uno. ¿y Frida Kahlo?, voleibolista. En cambio si les preguntamos por el futbolista Neymar darían cuenta minuciosa y de corrido de sus tatuajes, goles, peinados, juergas, vestimenta, etcétera y de las Giselas pormenorizarían hasta la marca de su ropa interior y demás utensilios.
Tales son hoy los paradigmas de la posmodernidad.
Mucho haríamos a favor de la cultura, de la vida espiritual (y estoy pensando fundamentalmente en la cultura popular) si a los nuestros: hijos, nietos, sobrinos y amigos les inculcamos el amor a la lectura, y les enseñamos cómo apagar el televisor… La escritora Rosa Montero, con vehemente franqueza, dice “si uno no se compromete con las gestas nobles, no vive”. Yo agregó, tales personas relucirán desoladas inclusive en la oscuridad… (Hasta el próximo domingo amigo lector).
Al punto:
La cultura, la unanimidad de las humanidades, la historia, la filosofía, el arte y la literatura han ido a dar al traspatio, junto a los trastos inservibles. Con lo cual la memoria colectiva, el espíritu crítico y la sensibilidad son los nuevos moradores de la amnesia. Es decir, se depreda el conocimiento de nuestro mundo interior. Pues no basta la inteligencia del cerebro, es imprescindible la inteligencia del espíritu. Pero también la lectura ha dejado de ser nutriente y singular placer. Entendiendo por lectura no el hecho de reconocer las letras y las palabras, sino como proceso de asimilación de la realidad y de potenciar la imaginación. Situación penosa que degrada el cerebro, convirtiéndolo en solo almacén de datos, marcas, primicias engañosas y elementales emociones. Y peor si para ello el neoliberalismo cuenta con medios de comunicación que han hecho de la posverdad su arma ideológica principal.
Asi, los periódicos, revistas, publicidad, radio ,televisión y festivales, a las ganadas, olorizan los nuevos escenarios “culturales”, convirtiéndolos en altares: el futbol y la farándula, con sus pontífices, los Neymar y las Madona. Ejemplos que los niños y jóvenes idolatran. Que no significa dejan de disfrutar del rock, pop, rap y del futbol.
Las escuelas, colegios y hasta universidades no son ajenas a esta realidad. Bastaría ver como han diezmado los cursos de humanidades, los dirigidos al espíritu. Hoy los planes de estudio y sílabos solo privilegian el conocimiento concreto, ese que requiere el mercado, y que no necesariamente coincide con las reales necesidades de los sectores pobres.
Aquí están los resultados: jóvenes que no saben quién es Gonzáles Prada, que no han leído un solo poema de Vallejo, no han visto un cuadro de Humareda, no han escuchado a García Zarate, a Jaime Guardia. Jamás han tenido en las manos un libro de Shakespeare. Hasta podrían sostener que Mozart es un cantante de rap y Picasso de la fórmula uno. ¿y Frida Kahlo?, voleibolista. En cambio si les preguntamos por el futbolista Neymar darían cuenta minuciosa y de corrido de sus tatuajes, goles, peinados, juergas, vestimenta, etcétera y de las Giselas pormenorizarían hasta la marca de su ropa interior y demás utensilios.
Tales son hoy los paradigmas de la posmodernidad.
Mucho haríamos a favor de la cultura, de la vida espiritual (y estoy pensando fundamentalmente en la cultura popular) si a los nuestros: hijos, nietos, sobrinos y amigos les inculcamos el amor a la lectura, y les enseñamos cómo apagar el televisor… La escritora Rosa Montero, con vehemente franqueza, dice “si uno no se compromete con las gestas nobles, no vive”. Yo agregó, tales personas relucirán desoladas inclusive en la oscuridad… (Hasta el próximo domingo amigo lector).
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