Por Mario Peláez Pérez
La historia del Perú siempre termina contándose como historia oficial, tan maquillada que no hay rastro que se reconozca de su verdadera identidad. Se trata de una usurpación aceptada de generación tras generación. Todo empieza en la escuela, donde se paporretea acríticamente los acontecimientos. De allí que habría razón suficiente para afirmar que ir a la escuela es arriesgarse a perder la infancia en su manifestación heroica y la capacidad de preguntar por la verdad.
Se afirma, por ejemplo, que la Conquista española fue un proceso civilizador. Que la Independencia fue posible por el patriotismo de los criollos peruanos. Que la guerra con Chile la ganamos porque ganamos moralmente. Que el gobierno de Velazco Alvarado es el peor de la vida republicana, más un rosario de medias verdades o pos verdades.
Hoy, 2017, el Perú oficial agoniza. No hay remiendo, ni zurcido invisible que disimule sus felonías, su ruina estructural. Hoy, 2017, el establishment se encuentra al borde del abismo. Sus principales líderes está en cuidados intensivos, Fujimori, Toledo, García, Humala y el segundo de abordo de kuczynski y vicepresidente, Vizcarra; igual los presidentes regionales; la alta burocracia del Estado, y obviamente los empresarios, liderados por Graña y Montero. Pero para suerte suya no hay oposición organizada ni coherente que extienda el acta de defunción. La que hay (y me gustaría equivocarme), la que funge de tal, la izquierda, anda muy en lo suyo: preguntándole al espejo si su rostro es el más consecuente y bello.
Hoy, 2017, le corresponde al gobierno tecnocrático empresarial de kuczynski resocializar a los hijos descarriados de la democracia liberal, reintegrarlos al Estado, a la vida cívica y a los libros de historia. Esa es la tarea del gobernante del Perú oficial. Para eso no solo cuenta con surtidos burócratas encargados de los procedimientos y de la parafernalia para el retorno, sino con tecnócratas encargados de las estrategias.
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