Una lágrima es eso que humedece los ojos del mundo. Y que el
mundo se empeña en ocultar.
Es eso que nos tragamos tantas veces por soberbia, por
orgullo, por demostrar fortaleza y queda atorada en la garganta, aprtetada en
el corazón, comprimiéndolo todo.
Es tan profunda, que no sabemos con certeza de dónde nace, ni
si podrá morir alguna vez.
A veces una lágrima cicatriza una herida, lava una pena y
ablanda.
Una lágrima es un recuerdo, una angustia, una desesperación,
una interogante.
Una lágrima puede ser a veces el comienzo del perdón, la
primera luz de rectificación, que hace estrechar una mana.
Una lágrima puede ser el sueño desvanecido que rozó nuestros
párpardos o el amor perdido que aún está dulce, húmedo.
Una lágrima es a veces la gota mágica que hace cambiar por
dentro.
Cuando tenemos que pagar nuestra cuota de dolor, la lágrima
ayuda.
Cuando la derramamos en el corazón querido, o en la intimidad
de la amistad, la lágrima une, estrecha, funde.
La lágrima transforma, enseña, disuelve los rencores, las
espinas, las malas yerbas que van creciendo en la amistad e impidiendo
acercarse, abrazarse, comprenderse.
La lágrima descubre.
El que ignora los motivos por los que las derramas, no te
conoce.
¡Dichosos los que saben llorar!
Autor anónimo.
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