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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ernesto More: Vallejo, en la encrucijada del drama Peruano, Exhumaciones (anécdota)



César Vallejo, meditaba un negocio lucrativo.

De esto hace cinco o seis años y sucedió poco antes de que el poeta bohemio sintiera una mañana en el espíritu, caer íntegramente a plomo, el gran tedio flotante de la ciudad, sobre su espíritu. Poco antes de que, portando al cuerpo un palm-beach chocolate, por toda indumentaria, cinco libras peruanas de a cien francos, el bolsillo extrañado, y el manuscrito grueso de una novela autóctona en la diestra, en un camarote de tercera de la P.S.N.C., partiera hacia París.

¡A conquistar París!...


¡Las que pasó él las sabe!

—¡Me he golpeado contra todas las contras  —escribía —. Pero ya convalezco y plantaré mi tienda en este ombligo. Levantaré hasta el tope el oriflama de la única camisa que me resta!

¡Y así ha sido!

Su retrato os lo voy a mostrar:

Miradlo acá:

Erguido el cuerpo magro, sostiene la terracota de una cabeza fuerte. Bajo la tupida cabellera lacia, un noble rostro de indio, trazado a cuatro trazos poderosos por la mano segura de un alfarero artista. Un gran frontal a todo lo ancho, una nariz famosa y un gran mentón potente. Tal el rostro de huaco del gran cholo poeta, por afuera del cráneo… Por adentro era el orbe en el caos en una pieza pero con sensibilidad y todo con conciencia y voluntad para ordenarse a tiempo y a capricho y porque sí.

La libertad es arte: ese es Vallejo y muchas cosas más que no se nombran porque sería largo…

Cuando llegara a Lima en mala traza y en plan de conquistar su poco mundo, halló que resultaba difícil comer todos los días en la ciudad ilustre que fundara el marqués Pastor de Puercos y pensó en trabajar al margen de la literatura… Pero no había adónde… Al fin encontró la singular rendija por la que comenzó a enseñar castellano en un Colegio, en la sección primaria. Por entonces le conocí y ya vestía un chaquet bien cortado para sugestionarse… y sentirse otro… Había comenzado a enseñar un castellano bastante vanguardista que hacía la delicia de sus discípulos selectos… Conste que sus alumnos devendrán literatos algún día, pero él, honradamente, les inculcaba horrores de las letras… Ellos se portaban muy bien en clase. Además le apreciaban y leían sus versos. Se ingurgitaban “Trilce”… ¡Y lo entendían!... Todo estaba muy bien, solo que sus colegas de primaria, los maestros, le tomaban por loco… de reojo lo miraban pasar. Se miraban entre ellos. Y, disimuladamente sonreían… El cholo regocijábase del caso. Exageraba el gesto y acentuaba los tonos. Paradojaba a todo lujo y desrazonaba a cada rato. Se entretenía. Mas su fama de loco aumentaba contenta… Cuando lanzó su “trilce” buscaron en los léxicos profusos y no hallaron la significativa palabreja. Recorrieron la poética abstrusa de sus páginas… ¡Y sintieron terror de vivir lado a lado con aquel hombre tétrico!... Cierto día penetrara al salón de profesores. Había animado parloteo, que al ingresar él se concluyó de golpe… Se callaron a breque. El poeta notó que se trataba de él… Percibiera la fuga azulceleste de la carátula de Trilce… Se criticaba su obra… Y, cuando le preguntara con aire protector, como a un pobre enfermo, uno de sus colegas:

—¿Y, mi amigo, que tal?

—¿Cómo va eso?...

Alienándose el semblante vastamente, contestó:

—Maduro un gran negocio en estos días, pero me falta “plata”.

—¿Sí? ¿Y qué cosa? —preguntaron simultáneamente varias voces amigas.

—¿De qué se trata?

Y el indio contestó, arrugando el ceño:

—sembrar arroz con pato en grande escala…

Los cráneos pedagógicos erizaron sus pelos…

PEREGRIN.

Página 114 del libro de Ernesto More, Vallejo en la encrucijada del drama Peruano.

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