César Vallejo, meditaba un negocio lucrativo.
De esto hace cinco o seis años y sucedió poco antes de que el poeta bohemio
sintiera una mañana en el espíritu, caer íntegramente a plomo, el gran tedio
flotante de la ciudad, sobre su espíritu. Poco antes de que, portando al cuerpo
un palm-beach chocolate, por toda indumentaria, cinco libras peruanas de a cien
francos, el bolsillo extrañado, y el manuscrito grueso de una novela autóctona
en la diestra, en un camarote de tercera de la P.S.N.C., partiera hacia París.
¡A conquistar París!...
¡Las que pasó él las sabe!
—¡Me he golpeado contra todas las contras —escribía —. Pero ya convalezco y plantaré mi
tienda en este ombligo. Levantaré hasta el tope el oriflama de la única camisa
que me resta!
¡Y así ha sido!
Su retrato os lo voy a mostrar:
Miradlo acá:
Erguido el cuerpo magro, sostiene la terracota de una cabeza fuerte. Bajo
la tupida cabellera lacia, un noble rostro de indio, trazado a cuatro trazos poderosos
por la mano segura de un alfarero artista. Un gran frontal a todo lo ancho, una
nariz famosa y un gran mentón potente. Tal el rostro de huaco del gran cholo
poeta, por afuera del cráneo… Por adentro era el orbe en el caos en una pieza pero
con sensibilidad y todo con conciencia y voluntad para ordenarse a tiempo y a
capricho y porque sí.
La libertad es arte: ese es Vallejo y muchas cosas más que no se nombran
porque sería largo…
Cuando llegara a Lima en mala traza y en plan de conquistar su poco mundo,
halló que resultaba difícil comer todos los días en la ciudad ilustre que
fundara el marqués Pastor de Puercos y pensó en trabajar al margen de la
literatura… Pero no había adónde… Al fin encontró la singular rendija por la
que comenzó a enseñar castellano en un Colegio, en la sección primaria. Por
entonces le conocí y ya vestía un chaquet bien cortado para sugestionarse… y
sentirse otro… Había comenzado a enseñar un castellano bastante vanguardista
que hacía la delicia de sus discípulos selectos… Conste que sus alumnos
devendrán literatos algún día, pero él, honradamente, les inculcaba horrores de
las letras… Ellos se portaban muy bien en clase. Además le apreciaban y leían
sus versos. Se ingurgitaban “Trilce”… ¡Y lo entendían!... Todo estaba muy bien,
solo que sus colegas de primaria, los maestros, le tomaban por loco… de reojo
lo miraban pasar. Se miraban entre ellos. Y, disimuladamente sonreían… El cholo
regocijábase del caso. Exageraba el gesto y acentuaba los tonos. Paradojaba a
todo lujo y desrazonaba a cada rato. Se entretenía. Mas su fama de loco
aumentaba contenta… Cuando lanzó su “trilce” buscaron en los léxicos profusos y
no hallaron la significativa palabreja. Recorrieron la poética abstrusa de sus
páginas… ¡Y sintieron terror de vivir lado a lado con aquel hombre tétrico!...
Cierto día penetrara al salón de profesores. Había animado parloteo, que al
ingresar él se concluyó de golpe… Se callaron a breque. El poeta notó que se
trataba de él… Percibiera la fuga azulceleste de la carátula de Trilce… Se
criticaba su obra… Y, cuando le preguntara con aire protector, como a un pobre
enfermo, uno de sus colegas:
—¿Y, mi amigo, que tal?
—¿Cómo va eso?...
Alienándose el semblante vastamente, contestó:
—Maduro un gran negocio en estos días, pero me falta “plata”.
—¿Sí? ¿Y qué cosa? —preguntaron simultáneamente varias voces amigas.
—¿De qué se trata?
Y el indio contestó, arrugando el ceño:
—sembrar arroz con pato en grande escala…
Los cráneos pedagógicos erizaron sus pelos…
PEREGRIN.
Página 114 del libro de Ernesto More, Vallejo
en la encrucijada del drama Peruano.
0 comentarios:
Publicar un comentario