Por Tito Zegarra Marín
Sumbat |
Por coincidencia, programamos nuestra visita de campo al
caserío La Florida (la onceava en el presente año), los días en que pequeños pueblos de la parte alta del distrito
de Sucre, se preparaban o ya celebraban la
festividad en homenaje a su patrón religioso: San Juan Bautista. En efecto,
pasado el medio día del 22 de junio, ingresamos
desde Cruzconga a esos amplios y
ondulados territorios que conducen al mencionado caserío, antes Guacrayo, nombre chocante y
enigmático.
Atardecer límpido y frío al recorrer las verdes pampas de
Tincat y al llegar al bello villorrio La
Quinuilla, done sus pobladores conmemoraban la antevíspera del día central, también
en pleitesía al patrono San Juan; departimos leche chocolatada con pan familiar y nos
contagiamos del entusiasmo por su
festividad, que incluía animación por
una orquesta cajamarquina.
Al día siguiente, muy temprano, reiniciamos el recorrido pasando
por el borde alto, lado derecho, del centro poblado de Calconga. Al observarlo,
comprobamos que aún conserva rasgos tradicionales
e históricos, y, lo más importante, circula dentro de ella sangre de origen prehispánico, las familias Yupanqui y
Quisquiche, aunque ya pocas, hacen ese honor.
Calconga |
Pronto descendimos a la antigua comunidad de Muñuño, a
cuyo costado derecho luce inmensa la
planicie de Zumbat, otrora hacienda renombrada dedicada a la ganadería, cuyo
último propietario fue el hijo sucrense Hildebrando Aliaga Zavaleta. Una amplia y
alargada avenida cruza a esa antigua
comunidad, en cuyos filos, por decisión de sus moradores se han construido pequeñas casas dándole una tenue sensación de
urbanidad. Como en otros casos, erróneamente se le ha cambiado de nombre,
por San Francisco de Zumbat.
Luego de recorrer
la avenida y voltear la suave pendiente, sorprende a la vista otra de
las extensas y llamativas llanuras, cubierta de pastizales y de ganado vacuno, de
nombre Zumbatillo, conformante de la hacienda Zumbat. Su propietario,
Hildebrando Aliaga y José David Reyna Rojas, dueño de la hacienda de Tincat, incursionaron,
poco después y con éxito, en la actividad comercial y
empresarial, en la ciudad de Chachapoyas. Ambas haciendas fueron
lotizadas.
Atravesamos las pampas de Zumbatillo por el antiguo
camino de herradura, respirando aire
limpio que casi ya no se tiene en las ciudades y disfrutando de ese sosiego y
ternura de ambiente que aún nos depara la madre naturaleza. Trepamos luego por
un caminito angosto orlado de plantaciones de quiñuales, alisos y
zarzales, en cuya cima del lado derecho,
un picacho de nombre Chunchulca se alza imponente que a
decir de los moradores, esconde a los “gentiles”. Al remontar la cima nos pusimos frente a otro
escenario natural realmente deslumbrante: las enormes pampas ganaderas de Tallambo
conformantes de la legendaria
hacienda La Pauca (propiedad de la
familia Puga Estrada de Cajamarca), y del histórico predio El Sauco (propiedad de la municipalidad de Sucre), de tantos
recuerdos, por su origen y gestas por su recuperación, grabados en la memoria imborrable de sus hijos.
Ya en terrenos escarpados
de Guacrayo, al caminar cortando cercas y superando alambradas, encontramos,
entreverados con maleza y tierra, restos
de cerámica parecidos en su contextura y
color a los de la zona, en especial La Lechuga, centro principal de una
importante llacta preinca. Nuestra meta
era llegar al predio de Bernabé Sánchez, donde sabíamos se guardaba dos litoesculturas representativas de cabeza de felinos con los
órganos exagerados (boca, orejas, dientes),
conservados y de cierta similitud a la piedra de Múyoc y de evidente
influencia chavínica. No lo logramos por ausencia del mencionado propietario.
Pero, ¿por qué el nombre Guacraryo? Cuentan que tiempos
atrás, cuando tupidas montañas y bosques nativos se extendían por los
alrededores de ese lugar, un gruñido estridente emanaba de las entrañas de esas
montañas en medio de la oscuridad de la noche, ocasionando temor y espanto. Al
parecer, un ave desconocida y misteriosa
a la que denominaron guacrayo era la causante, pero no era un ave cualquiera,
se dice, era un animal endemoniado y maligno. El lugar, por mucho tiempo quedó
identificado con ese nombre.
Después de casi 6 horas de caminata agotadora pero
reconfortante, regresamos a Calconga, que
hacía gala de alegría y colorido en tributo a su patrono San Juan. Los
amigos Yupanqui, mayordomos del año, nos brindaron grata hospitalidad, la preparación de las vísperas centrales se
aceleraba: castillos para los fuegos artificiales, cohetes y música para alegrar el ambiente y apuros para acondicionar el altar en la modesta capilla y
el espacio para el baile popular.
Nuestros pequeños pueblos con esas nuevas prácticas sociales (oriundas o
incorporadas) y el hermoso paisaje en que se dan, también nutren sus tradiciones y cultura.
Gracias a la mamapacha por permitirnos, de nuevo, haber estado allí.
Fotografías: Blog Movimiento de Unidad Sucrense.
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