Arturo Bolívar
Barreto
Javier
Diez Canseco es elpolítico revolucionario paradigmático de las últimas décadas
en el Perú, que –como aquel otro Javier, el heroico poeta guerrillero-, fue
fruto de aquella época de ascenso revolucionario de los 60, de la revolución
cubana, de las luchas de liberación nacional, de la heroica resistencia del
pueblo de Vietnam, de las luchas estudiantiles. Y que generó las condiciones para
el crecimiento de la izquierda también en nuestro medio, crecimiento que llegó
a su mayor expresión en los inicios de los 80, en los movimientos gremiales,
políticos y electorales que se representaron en la Izquierda Unida, tanto como
en las agrupaciones que se alzaron en armas. Ambas tendencias se alimentaron de
la generación joven politizada emergida de las universidades y de las
organizaciones populares.
En ese contexto este líder socialista fue el
más destacado, no sólo por lo que se ha dicho de su consecuencia en la lucha
social y su coherencia entre prédica y práctica, sino por su agudeza política,
por la justeza de su línea política. De manera que se mantuvo siempre en una
posición revolucionaria ante las tendencias reformistas, socialdemócratas,
dominantes en la conducción de la IU en
aquel periodo, tanto como en su propia organización partidaria donde libró con
otros dirigentes dura lucha para rectificar esas posiciones. Posiciones
políticas que lo acusaban de un radicalismo no táctico y reclamaban una alianza incluso con el APRA,
del primer gobierno de abortado populismo de
Alan García. Le acusaban sus supuestos compañeros de ruta que él estaba
buscando la agudización de las contradicciones
coincidiendo con los movimientos armados que efectivamente promovían la
militarización del Estado. Esto último
era una calumnia, pues su deslinde con este proceso y con los grupos
armados era claro, como se lee en esos documentos partidarios y en sus
declaraciones de la época, es decir, consideraba que el dogmático,el
militarismo y el autoritarismo de estos movimientos eran estrategias de derrota del movimiento popular.
Esos
mismos líderes que lo combatían, compañeros suyos, jóvenes de su generación, de
los años 70 y 80, autodenominados revolucionarios en esos periodos, abandonaron
finalmente las posturas marxistas desde los 90,tras la globalización neoliberal,
la caída del Muro de Berlín y de los paradigmas humanísticos y del socialismo
como de la hegemonía del pensamiento único o posmoderno. Unos devinieron
liberales y fueron ministros en la época del gobierno liberal de Toledo, otros
volvieron a sus fuentes apristas y fueron funcionarios o incondicionales del
último gobierno aprista, desvergonzadamente ultraliberal y conservador. Los que
no se atrevieron a abandonar del todo sus primigenias posturas socialistas,
ensayaron propuestas “superadoras” del marxismo –la famosa tesis posmoderna de
que la “educación” determina el proceso social-
o abrazaron posturas pragmáticas, adaptándose a la posmodernidad y con
ello ofertándose en el establishment. Pocos como Javier diez Canseco lucharon
contra la dictadura fujimorista y el último gobierno aprista desde sus
primigenias tesisrevolucionarias. Javier Diez Canseco claramente conservó sus
posturas socialistas en las condiciones difíciles del oscuro periodo neoliberal
y la nueva realidad social del mundo, sin caer en el esquematismo y el
dogmatismo. Sus respuestas -ante los provocadores acosos de la derecha y de las
preguntas de la prensa oficial en el sentido de que él, cavernariamente, seguía
defendiendo las tesis marxistas de la violencia armada, de la lucha de clases,
tesis “enemigas de la democracia”-, él encaraba estos cuestionamientos sofistas
y envenenados-que usaban el terrorismo en boga apara arrinconarlo-, con su reconocida capacidad para la polémica
–otro de sus atributos al que tenían terror los mediocres representantes de la
derecha y del oportunismo político-, contestaba que él defendía el hecho
lógico, contundente – contempladohasta en las constituciones vigentes- de la legítima defensa del pueblo ante la
violencia de las dictaduras o de
regímenes antipopulares que pisotean sus propias leyes. Que él nunca postuló
una violencia que no sea la justificada
socialmente en tanto el poder recaía en última instancia en el pueblo. Y seguidamente
revelaba esos abusos, los atropellos constitucionales del estado, de las
empresas, etc., con tanta abundancia de
información, contundencia y racionalidad que quedaba claro para cualquiera,
incluso para el eventual periodista, que no sabía cómo retrucarle.De manera
sutil y hábil defendía las tesis del poder popular y revolucionario. De manera
que este líder nunca negó sus posiciones
socialistas aún en el debate con representantes recalcitrantes de la derecha y
la prensa sesgada que lo quería hacer caer.
Es
más, nunca negó por ejemplo sus simpatías por la Cuba de Fidel y fue activo en
los actos de solidaridad con la isla. En otro nivel, sin embargo, tuvo la valentía, como queda dicho, de deslindar con la
estrategia dogmática, dictatorial y militarista de Sendero Luminoso, no desde
posturas de derecha sino con la autoridad moral y política de quien sí se
ligaba a las luchas populares. Siempre claro y definido, nunca con el oportunismo
de algunas figuras conservadoras o las que se autodenominadas de izquierda:
“Según algunos intelectuales como Vargas Llosa o Pablo Macera -dijo hace muchos años-, que supongo no serán
subversivos ni terroristas, Sendero Luminoso recoge alguna clase de sentimiento
andino y de sentimiento mítico y atrasado. Pero ese movimiento atrasado,
mítico, casi feudal, es capaz de volar con segundos de diferencia cinco torres
en diferentes puntos de Lima” (Ya lo decía en la Cámara de Diputados en 1982, años
iniciales,cuando muchos coqueteaban con este movimiento). Ni qué decir
posteriormente, cuando muchos de sus correligionarios en el trabajo de masas
perdieron la vida ante el terrorismo, quienes, como otros sectores gremiales,sufrieron
el embate de estas fuerzas regresivas. No obstante, siempre denunció,poniendo
en riesgo su propia seguridad, en primer lugar, el genocidio que venían provocando
las Fuerzas Armadas en las comunidades campesinas durante la razzia
antisubversiva, y denunció las matanzas extrajudiciales o las que se producían
en las cárceles contra los prisioneros alzados en armas.
Es
cierto que no nos ha dejado un movimiento político vasto y orgánico –para eso
ha jugado en contra la propia decadencia de la época- y tampoco reflexiones
doctrinarias, teóricas, ideológicas, que afirmaran el marxismo para estas
nuevos tiempos, como legaron los clásicos y en nuestro medio José Carlos
Mariátegui. Aunque sí argumentaciones y defensa aguda de los postulados,
además, como queda dicho, nos reveló una capacidad de interpretación lúcida de
la coyuntura política, que le permitía actuar con justeza y rapidez. Quizá la
reflexión teórica no fue la prioridad de este combatiente político y ejecutivo,
que bregó siempre, como los revolucionarios que quieren llevar a la práctica el
legado de los clásicos, en la lucha política concreta. Perotodo eso ha sido
sustituido con el gran legado que ha dejado en el espíritu del pueblo, conel
modelode revolucionario, limpio y digno,recto en sus principios, sin nunca
claudicar, que el pueblo –sabio en esto- reconoce con su identificación, con su
cariño, con su agradecimiento a este histórico dirigente socialista.
A este líder le correspondía naturalmenteser
–si hubiera habido menos mezquindad e inmadurez en la pasada izquierda- el eje
aglutinador, el dirigente socialista de consenso, por su capacidad y
consecuencia. Y pensar que lo teníamos cerca. Se pecó de ceguera e ingratitud.
Pero ya está. Queda como herencia su afán por la más grande unidad del pueblo,
sin pequeñeces del pasado, sin cobardía, sin oportunismo, con grandeza de visión,
con generosidad, con consecuencia de principios. Es la tarea que nos deja. Hagamos honor a ese
legado que, como gran mariateguista, es legado que levantó y llevó dignamente,
recogido de la propia fuente del Amauta.
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