Empezamos mal la semana con el artículo que publicó el Reforma de Vargas Llosa, titulado "La barbarie taurina".
Narra su asistencia a una corrida de toros en Marbella, con seis astados bravos, alegres, nobles y de buen peso, en la cual sólo había media entrada, lo cual corrobora que los llenos cada vez se dan menos, afortunadamente.
Halaga a los toreros por su virtuosismo y voluntad de gozar y hacer gozar y por haber concedido a la afición diez orejas -cercenadas a 5 toros.
Haciendo uso de su habilidad literaria disfraza un evento sanguinario y cruel de complicidad tensa de encerrarse con el toro en un diálogo secreto del que resultan figuras en las que se mezcla la gracia, la destreza, la inteligencia y por supuesto el coraje, donde la corrida está más cerca de una danza, de un ballet.
Me indigna que con su pluma sagaz use eufemismos para describir una serie de torturas que culminan con la muerte de un ser sintiente, a quien Vargas considera un participante voluntario de un baile que el toro ignora va a ser su último. ¡Menuda concepción del baile donde hay que matar a la pareja!
La segunda parte del artículo lo dedica a atacar a Rafael Sánchez Ferlosio quien en un artículo de El País quisiera que desaparecieran las corridas de toros "no por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres". En un párrafo de tremenda incoherncia dice que antes no se protegía a los caballos con el peto, y que morían despanzurrados, siendo eso lo que los aficionados querían ver: el sufrimiento y la matanza de los brutos. ¿Y no es similar lo que hacen hoy día quienes asisten a una plaza de toros? Vaya esquizofrenia moral horrorizarse de ver a un caballo ensartado por un toro, pero aplaudir cuando una espada atraviesa los pulmones de un toro y él vomita sangre.
Su respuesta a quienes estamos a favor de la abolición de la tauromaquia es la misma aberración que tantos dicen: que es una falta de respeto privar de la fiesta a quienes la amamos: un atropello a la libertad. ¿Y la falta de respeto a un animal no humano? ¿y el atropello a la libertad del animal de vivir libre de tortura? En el antropocentrismo del peruano no hay cabida para el respeto ni la considerarción de la libertad de quien no sea homo sapiens.
Con un tono despótico e insinuando ignorancia de nuestra parte, agrega que para entender estos ensayos, hay que amar a los toros y no odiarlos, pues el odio obnubila la razón y estraga la sensibilidad. Los aficionados amamamos profundamente a los toros bravos y no queremos que se evaporen de la faz de la tierra, que es lo que ocurriría fatalmente si las corridas desaparecieran.
Dale con la cantaleta de la desaparición del toro de lidia. Si tanto lo aman, déjenlo vivir en las dehesas sin lucrar con su venta y reproducción para usarlo en las plazas. La forma de amar más enferma que hay es la que cree que la vida del otro nos pertenece, y asi es como concibe Vargas a los toros, como un objeto del que se puede disponer al punto de llegar a matarlo -eso sí, por amor.
Termina su nefasto artículo agradeciendo lleno de emoción y gratitud áquel espectáculo de tanta perfección que nos da voluntad y razones para seguir defendiendo las corridas de toros contra la prohibición, la última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo.
Si algo ofende es que un diario como Reforma, le de un espacio tan grande a un texto que hace apología de la tortura disfrazada de arte, sólo porque el autor es un reconocido escritor latinoamericano.
Abusar del prestigio y el renombre para publicar una narrativa del goce particular de un individuo frente a la matanza de un animal, es desperdiciar pluma, espacio e inteligencia.
Espero que quien haya leido el artículo note lo caduco del estilo, lo decimonónico de su "argumentación". Apuesto a que los jóvenes de hoy pasan los ojos de largo frente a un texto semejante, y por el contrario, están más atentos al sufrimiento injustificado de los animales en manos humanas. Ese es el verdadero progreso moral.
La lucha por el respeto, la justicia y la compasión hacia otras especies es de las nuevas generaciones y está cada vez más viva. Dejemos a Vargas Llosa agonizar en los estantes de las librerías: el único destino de la tauromaquia es su muerte.
Narra su asistencia a una corrida de toros en Marbella, con seis astados bravos, alegres, nobles y de buen peso, en la cual sólo había media entrada, lo cual corrobora que los llenos cada vez se dan menos, afortunadamente.
Halaga a los toreros por su virtuosismo y voluntad de gozar y hacer gozar y por haber concedido a la afición diez orejas -cercenadas a 5 toros.
Haciendo uso de su habilidad literaria disfraza un evento sanguinario y cruel de complicidad tensa de encerrarse con el toro en un diálogo secreto del que resultan figuras en las que se mezcla la gracia, la destreza, la inteligencia y por supuesto el coraje, donde la corrida está más cerca de una danza, de un ballet.
Me indigna que con su pluma sagaz use eufemismos para describir una serie de torturas que culminan con la muerte de un ser sintiente, a quien Vargas considera un participante voluntario de un baile que el toro ignora va a ser su último. ¡Menuda concepción del baile donde hay que matar a la pareja!
La segunda parte del artículo lo dedica a atacar a Rafael Sánchez Ferlosio quien en un artículo de El País quisiera que desaparecieran las corridas de toros "no por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres". En un párrafo de tremenda incoherncia dice que antes no se protegía a los caballos con el peto, y que morían despanzurrados, siendo eso lo que los aficionados querían ver: el sufrimiento y la matanza de los brutos. ¿Y no es similar lo que hacen hoy día quienes asisten a una plaza de toros? Vaya esquizofrenia moral horrorizarse de ver a un caballo ensartado por un toro, pero aplaudir cuando una espada atraviesa los pulmones de un toro y él vomita sangre.
Su respuesta a quienes estamos a favor de la abolición de la tauromaquia es la misma aberración que tantos dicen: que es una falta de respeto privar de la fiesta a quienes la amamos: un atropello a la libertad. ¿Y la falta de respeto a un animal no humano? ¿y el atropello a la libertad del animal de vivir libre de tortura? En el antropocentrismo del peruano no hay cabida para el respeto ni la considerarción de la libertad de quien no sea homo sapiens.
Con un tono despótico e insinuando ignorancia de nuestra parte, agrega que para entender estos ensayos, hay que amar a los toros y no odiarlos, pues el odio obnubila la razón y estraga la sensibilidad. Los aficionados amamamos profundamente a los toros bravos y no queremos que se evaporen de la faz de la tierra, que es lo que ocurriría fatalmente si las corridas desaparecieran.
Dale con la cantaleta de la desaparición del toro de lidia. Si tanto lo aman, déjenlo vivir en las dehesas sin lucrar con su venta y reproducción para usarlo en las plazas. La forma de amar más enferma que hay es la que cree que la vida del otro nos pertenece, y asi es como concibe Vargas a los toros, como un objeto del que se puede disponer al punto de llegar a matarlo -eso sí, por amor.
Termina su nefasto artículo agradeciendo lleno de emoción y gratitud áquel espectáculo de tanta perfección que nos da voluntad y razones para seguir defendiendo las corridas de toros contra la prohibición, la última ofensiva autoritaria, disfrazada, como es habitual, de progresismo.
Si algo ofende es que un diario como Reforma, le de un espacio tan grande a un texto que hace apología de la tortura disfrazada de arte, sólo porque el autor es un reconocido escritor latinoamericano.
Abusar del prestigio y el renombre para publicar una narrativa del goce particular de un individuo frente a la matanza de un animal, es desperdiciar pluma, espacio e inteligencia.
Espero que quien haya leido el artículo note lo caduco del estilo, lo decimonónico de su "argumentación". Apuesto a que los jóvenes de hoy pasan los ojos de largo frente a un texto semejante, y por el contrario, están más atentos al sufrimiento injustificado de los animales en manos humanas. Ese es el verdadero progreso moral.
La lucha por el respeto, la justicia y la compasión hacia otras especies es de las nuevas generaciones y está cada vez más viva. Dejemos a Vargas Llosa agonizar en los estantes de las librerías: el único destino de la tauromaquia es su muerte.
Fuente: El Universal Blogs.
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