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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

domingo, 12 de febrero de 2012

Por Raúl Wiener
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Ayer debe haber sido un día de sentimientos encontrados para el presidente Ollanta Humala. En la mañana despertar con la noticia de que Datum ya le da 58% de aprobación, a dos puntos apenas del simbólico 60% y con posibilidades de que hacia el fin de semana CPI y Apoyo lo sitúen más arriba, y en la tarde encontrarse con una marcha multitudinaria con representantes de las provincias movilizadas sobre la capital, y de limeños solidarios con la lucha cajamarquina contra el proyecto Conga.

Seguramente Favre, Valdés y Castilla deben haberle insistido en que no hay razón para alarmarse ya que unas decenas de miles de manifestantes son poca cosa en una ciudad de 7 millones y en un país de casi 30 millones. Pero conociendo a Ollanta estoy seguro que este debe haber sido uno de los momentos más amargos de su gobierno. La razón es simple: esta ha sido LA PRIMERA vez que se arma en términos prácticos el frente del 30% que le hizo pasar a la segunda vuelta y que quedó de lado en sus decisiones posteriores.

La Marcha del Agua que algunos despistados habían ninguneado antes de tiempo afirmando que una movilización de mil personas desde el norte era un fracaso de los organizadores (como si fuera fácil juntar gente para recorrer la costa en una semana), se convirtió en un gigantesco abrazo de Lima con los pueblos del interior. Una victoria política de los que hasta hace unos días se daban por los derrotados. Y si hay alguien que debe haber entendido el significado de lo que ha pasado, es el presidente Humala.

Los marchistas de esta semana hicieron un recorrido pacífico ciudad por ciudad, sembrando la idea de que no debemos dejarnos avasallar por el poder de las transnacionales.

Si uno ve lo que significó cada uno de esos encuentros y los que ocurrieron en el sur del Perú antes de la partida de sus delegaciones concluirá en que ciertamente ha habido un país movilizado contra los excesos de la minería y exigiendo un cambio de política ahora, que implique a los proyectos que ya dejaron firmados los anteriores gobiernos.

A partir de aquí estamos en un nuevo escenario para el desarrollo de los conflictos socioambientales que ya no son ocurrencias distantes y esporádicas sino un sentimiento de una nación que no quiere convertirse en un campamento minero. Después de la escalada prominera, la marcha representa, aun sin proponérselos, una respuesta de dignidad: preferimos el agua limpia y vivir de nuestro trabajo, antes de ver desaparecer las lagunas, los cerros y los bosques a ritmo del tajo abierto.

Ollanta ya lo sabe: le podrán contar que la marcha es prosenderista porque cogieron una bandera roja que era de Patria Roja, o que hay un complot de la izquierda, o que vamos a Conga y después todo se calma, pero lo que no va a poder sacarse de encima es que esos que estaban ayer en las calles lo llevaron al primer plano de la política y esos que tratan de tranquilizarlo para que no hayan nuevos virajes son los que conspiraron cinco años para cerrarle el paso. Tal vez sus nuevos aliados lo ayuden a gobernar con el timón a la derecha. Pero los otros son los que han marcado la política nacional en el último período.
 
Fuente: Diario La Primera, domingo 12 de febrero 2012

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