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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 3 de octubre de 2011

Historias reales y..., de la otras: Don Antonio

 Por: Nazario Chávez Aliaga.

Don Antonio ha dado órdenes terminantes para que se haga el rodeo de hacienda el mes de julio próximo.

Este año el 28 será sonado en Cajamarca.

Para lo cual se han constituido en la hacienda, él y su familia, debidamente equipados, con un cortejo de 20 a 30 indios, domésticos inmediatos del latifundio.

Amanece el 4 de julio.


Cincuenta a sesenta indios, patacha ponchos, en el patio de la casa, originalmente ecuestres, reciben sumisamente las órdenes últimas del primer mayoral de hacienda, y parten como una cuadriga de centauros, devorando a relinchos las distancias del dominio.

Lunes, martes, miércoles.

Tres de la tarde.

A lo lejos. Por el cerro calvo de enfrente se ve descender una nube de toda clase de animales, como si fuera un hormiguero fecundo.

Se diría todo un cerro en movimiento.

Don Antonio y su mujer, vestidos de cuasimodo, hablan engreídos no sé de qué cosas.

Don Antonio sonríe tomando de la mano a su mujer.

El café está humeando en el regio comedor.

Las hijas de don Antonio han quitado su hilaza a las semaneras de la hacienda que tuercen el copo de lana musga, ha risotadas, enjilado en una rueca de lloque.

El niño –que así llaman los indios al hijo de don Antonio- apalea a un cholito de la hacienda, de ocho años aún, que se arrastra envuelto en un pañal zarrapastroso.

Las cuatro de la tarde.

No hay corrales para tanto animal desorientado.

Don Antonio se siente engrasado este año.

Todo el mundo se ha desmontado y se ha sacado el sombrero.

En los corrales se producen alumbramientos de vacas.

Dos toros pelean a matarse sin ningún respeto.

Han traído, desde sus querencias, la ira en la punta de sus astas.

Una yegua baya agoniza de la tremenda cornada que le ha dado un toro negro en el vientre.

Una chancha flaca, rendida, grita asmosamente aplastada por bueyes mansos.

Los becerros balan desesperadamente topeteándose contra las ancas de los potrillos que se acurpan.

Un par de burros viejos, con los belfos caídos, discuten sobre años en un canto del corral.

La indiería se ha tendido en las pircas como un arcoíris.

Han venido siguiendo sus animales, sin más fiambre que requesones y leche sango.

Las órdenes de don Antonio se cumplen estrictamente, y guay de que no.

Junto a la mesa de escritorio se va llenando de dinero, minuto a minuto, un cajón manual hecho a propósito.

Los corrales comienzan a hacer la digestión de animales, gracias a los buenos laxantes diarios.

Don Antonio ha cosechado dinero este año.

Los indios, como gusanos en abandono, suben apenas, cuesta arriba, con sus ganados dispersos, que no fueron del antojo, ni del patrón, no de su mujer, ni de los hijos de don Antonio.
Los corrales despiden un olor a estiércol fresco.

La casa de hacienda está muy molida de trotes.

Don Antonio va a pasar este año un gran 28 en Cajamarca, al fin que ya ha consumado el degüello.

Él irá de mayordomo del Santísimo y del Corpus Christi y se arrepentirá de todo hasta el próximo año.

Del libro “Parábolas del Ande”

De su obra “Cajamarca” tomo V página 34 y 35 1958.

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