Por: Gutemberg Aliaga Zegarra
1
DON Zenobio Rocha requería de buena escalera
para agarrar las goteras del tejado de su antañona casa.
—Présteme su escalera, don Ishco —habló
suplicante.
—Allí está vecino. Llévelo nomá; pero tenga
en cuenta, que si no lo trae, está privando de su gallinero a misa gallinas.
Pasaron veinte días, el faite y canta triste
de Zenobio Rocha, de tanto canturrear por las tardes con su cumpa Delfín
Camacho, se había olvidado de devolver la escalera y gallinero a la vez.
2
UN día, de los que menos se espera, pero a la
hora llega, sucedió lo que tenía que suceder.
—Zenobito, por favor, présteme su escalera
—le dijo socarronamente don Ishco.
—Disculpe vecinito, la escalera no es mía, es
de usted.
—No, no, no, de ninguna manera. No puede ser,
es suya; porque si fuera mía, estaría en mi casa —sentenció don Ishco rebosante
de altruismo.
De toda suerte, se llevó la escalera y al
término de su uso la regresó, quedándose perplejo y avergonzado Zenobio.
—Aquí le devuelvo su escalera vecino —dijo
filantrópicamente don Ishco.
Canturreando entre dientes, inició la
retirada, feliz de obedecer a sus desfasadas neuronas y a su innata manera de
ser.
(*) DE su libro de relatos “Avatares… y
relatos al paso”, páginas 81 y 82.
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