Por José María Arguedas
Hace muchísimos años el zorro tenía la boca menuda y no era chismoso. Un
día andaba de paseo y vio un huaychao que cantaba sobre un cerro. Éste era
pequeñito como un zorzal y tenía el plumaje gris claro y al cantar movía
alegremente las plumas blancas de su cola.
El zorro se quedó mirando el pico largo y
aflautado del ave y le dijo mañosamente:
-
¡Qué
hermosa flauta amigo huaychao, y qué bien tocas! ¿podrías prestármela sólo por
un momento? Yo la tocaré con mucho cuidado.
El ave se negó, pero
el zorro zalamero insistía tanto que al fin el huaychao le prestó su pico,
recomendándole que para tocar se cosiera el hocico a fin de que la flauta se
adaptara mejor.
Y así, sobre el
monte, el zorro se puso a tocar soplando la flauta. Después de un rato, el
huaychao reclamó su pico, más el zorro se negó. Decía el ave:
-
Yo
sólo la uso de hora en hora y tú tocas sin descansar.
El zorro no entraba
en razones y soplaba y soplaba incansablemente para un público de pequeños
animales que se habían reunido en torno suyo.
Al ruido se
despertaron unos añases y salieron de sus cuevas, subieron al cerro en animada
pandilla, al ver al zorro tocando se pusieron a bailar y bailaron con ellos
todos los animales del campo. El zorro no pudo guardar la seriedad por mucho
tiempo y de pronto rompió a reír y al hacerlo se le descoció el hocico mucho
más de la medida y éste le quedó grande y rasgado de oreja a oreja.
El huaychao antes de
que el zorro se recuperara de la sorpresa, recogió su pico y echó a volar.
Desde entonces, según
cuentan, se quedaron los zorros con la boca enorme castigo de su abuso de
confianza.
1 comentarios:
Realmente elustrativo para todos sin esepción
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