Por Jorge A. Chávez Silva
Apasionado por la literatura y la cultura de mi pueblo, en la última Feria Internacional del Libro asistí a la presentación de las obras de dos paisanos (“Extraños frutos”, de Alfredo Pita, y “Un beso del infierno”, de José de Piérola). Era casi una obligación moral, en esta hora aciaga por la que atraviesa nuestra santa tierra. Quería resarcirme de la depresión que la destrucción de mi pueblo me causa refugiándome en el talento de dos escritores celendinos y lo que encontré, realmente, fue el manantial de la creatividad que me ha devuelto la fe en el destino de Celendín, al tiempo que pude ver, con pena, la subcultura en que se debate el Perú, en especial la juventud.
El día inaugural de
Érase de ver la cantidad de
público que acudió al "stand" habilitado para Bayly y la modestia del
otro, donde se exponía la obra de nuestro autor. Y era fácilmente advertible la
catadura cultural del público que asistía a ambos eventos: por un lado una
juventud frívola, que estaba allí sin saber por qué. O sabiendo: para hacer
cola para lograr un autógrafo de la estrella de nuestra pobre televisión y así
participar, de algún modo, de su execrable figuretismo.
Y por otro, en la otra
sala, un público entendido, que devoraba con fruición cada palabra de los
críticos y editores, de personas cuyos rostros denotaban mil batallas por la
cultura de nuestro país, mientras por los altavoces llegaban difusas las
palabras subidas de tono del aflautado Bayly, y las estrepitosas carcajadas de
sus "fans", que le coreaban cada chiste. Nada de esto, sin embargo,
nos distraía a los que asistíamos, silentes e hipnotizados, a la vigorosa escenificación
de un conmovedor cuento de Pita a cargo del actor Nerit Olaya. Era una
situación como para meditarla.
Estábamos ante dos aspectos
de cómo se promueve la literatura entre nosotros, ante dos caras distintas de
la moneda cultural, digamos. Pero había algo raro. Esa situación, que debía
incomodarme en principio, extrañamente me satisfacía, sin que de inmediato
supiera por qué. Ese algo terminó evidenciarse cuando rememoré unas palabras de
mi padre, en sus lecciones de vida: “Lo ordinario viene así, siempre en
cantidad, nunca en calidad”. En otras palabras, era cierto aquello de que los
perfumes más caros vienen en frasco pequeño.
Leyendo las pocas críticas
que en general la prensa dedicó a ese magno y variopinto evento cultural, me
topé con un artículo publicado en La República que definía a Alfredo Pita como “un
escritor de culto”, expresión nueva para mí, en verdad, que me llevó a indagar
por su significado, para ver si en algo conjugaba con mis impresiones. Con
frecuencia me ocurre cosas así: me acerco, o llego, al meollo del asunto, pero
no termino de expresarlo, y cuando lo expreso a veces encuentro que alguien más
locuaz o elocuente se me ha adelantado y ha dicho lo que pensé.
Este fue el caso. Buscando
en la telaraña cultural encontré la frase y el sentido que escondía esa
expresión. Un "escritor de culto" es aquel que es seguido con fervor
por un grupo en general reducido pero informado de lectores, los que respetan y
hasta idolatran su obra. En general, se dice que alguien es un "escritor
de culto" cuando está en la antesala de la consagración definitiva. De
Cervantes nadie diría que es un "escritor de culto" por que es un
dios. Pero durante mucho tiempo, los lectores de Borges, de Cortázar o de
Vallejo, eran como los primeros catecúmenos cristianos, que escondían su
fe y se reconocían por señales.
Un escritor de estas
características no es pues un "bestseller" y es probable que nunca lo
sea, a no ser que, como ocurre de tanto en tanto, que llegue a las librerías
sin parafernalia publicitaria y sin la ayuda de la ola de la televisión
chabacana, sólo empujado por ese de boca en boca que consolida y lleva al lugar
que merece al "autor de culto". Este sería el caso, pues, de nuestros
paisanos, según el artículo citado. Mi descubrimiento me dejó más que contento.
Pensando en nuestro autor,
me dije que, en efecto, por su tratamiento de la palabra es uno de esos
escritores con el cual nos gustaría quedarnos siempre, así las modas, las
críticas especializadas muestren caminos distintos a los suyos, así las mafias
capitalinas pretendan ignorarlos. A autores como ellos, por lo general, sólo
después de muertos se les concede el valor altamente merecido que no recibieron
en tiempo justo. No es el caso de Alfredo Pita. De él, el crítico y escritor
español Dámaso Vicente Blanco no ha dudado en destacar que “habrá un día en que
se hablará de los cuentos de Pita como de obras claves en la literatura peruana
y en la literatura en castellano”.
Esto es, en verdad, lo que
el día de la presentación del libro de Alfredo, pese al ambiente reinante en la Feria , me hizo sentirme en
el fondo satisfecho y contento. Estaba seguro del valor de la literatura de
nuestro paisano y me sentí feliz de saberlo alguien tan cercano y leal a
nuestra tierra. ¿Autor de culto? ¿Ya ven? Lo que sucede es que, como decía
antes, a veces alguien se me adelanta con la definición de lo que siento y
pienso. En este caso, estoy contento.
1 comentarios:
En la presentación del maravilloso libro de Alfredo Pita, los críticos literarios que lo presentaron dijeron que "Pita es un celendino universal". A mí me tocó la fortuna de narrar uno de sus cuentos, el mismo que volveré a contar este martes 24 de agosto en Quilla Teatro (Bolognesi 397 Barranco) a las 8:00 p.m. Están todos invitados.El ingreso es libre.
Nerit Olaya
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