Si bien la noche del 24 de cada diciembre suele ser, por lo general, congregante, familiar, este año 2017 un hecho falaz tiñó de indignación la conciencia de nuestros conciudadanos.
Dos peruanos bamba trepados en el poder que las circunstancias les ha dado, negociaron secretamente favores, porque eso es lo único que saben hacer. Alberto Fujimori, el otrora candidato a una senaduría en el Japón, que vendió –remató- las empresas nacionales para llevarse el dinero a sus bolsillos, además de ser campeón de la corrupción, persecución y asesinatos de inocentes. Y Kuczynski, el lobista profesional que sigue entregando a las empresas transnacionales –previa coima- nuestros recursos, y desesperado ante las evidencias que la justicia peruana se dispone a ventilar.
Cambalache nauseabundo: liberar a un reo condenado por delitos que afectan a toda la humanidad y en recompensa mantener en su cargo a un norteamericano disfrazado de peruano.
Esa misma noche y al día siguiente, la calle, escenario natural de históricas jornadas populares, albergó a miles de peruanos protestando ante la ofensa a la nación, conscientes de su deber patriótico. Y en la otra orilla, grupúsculos de gente automatizada en la grita, repitiendo cual papagayos revestidos de anaranjado, palabras/frases sin contenido argumentativo; actitudes estas que son la consecuencia de un sistema educativo que hace tiempo abandonó su alta misión de formación ciudadana y cultivo de valores éticos y morales.
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