Por Mario Peláez
A pesar del extraordinario desarrollo científico y tecnológico, lo que menos encontramos en la historia de las relaciones humanas es racionalidad, inteligencia y humanidad. ¡Qué absurda contradicción!. Si eso es así, quiénes son los culpables o hacedores de que el egoísmo y pasión derroten a la razón, y bien sabemos que la pasión siempre termina como adicción, como fanatismo. ¿Acaso son culpables los dioses, molestos con sus criaturas, o los demonios jubilosos con la maldad o el cimbreante azar?.
Ironías aparte, son los seres humanos los únicos culpables del descalabro de la historia. Pero esto no significa que el ser humano es malo desde el nacimiento (de fábrica, dicho coloquialmente). No. Ninguna persona nace perversa o buena, devenimos en tales a consecuencia de la vida que nos ha tocado vivir y de cómo la encaramos. Pero entonces, ¿cuál es la causa que determina las conductas egoístas, desleales, de solo emociones primarias y generadores de las abismales desigualdades económico sociales?
Justamente la Revolución Bolchevique del siete de noviembre de 1917 trae luces que deben recepcionarse con la ecuanimidad que requiere la historia, con la objetividad que no necesita de la hiperbólica.
Por vez primera en la historia (en lo que fue la Unión Soviética) la propiedad social de los medios de producción constituye la base del desarrollo humano, por consiguiente la igualdad económica social entre los seres humanos, empieza a florecer como realidad concreta. Así, si todas las personas por igual sufrirían las penurias, y también por igual disfrutar de los logros de la educación, de la cultura, de la ciencia y del trabajo, no habría espermatozoides ni óvulos que engendren el egoísmo, la explotación y la acumulación de riqueza privada, tan propia del capitalismo a lo largo de sus casi cinco siglos liderando la historia.
Asimismo el triunfo de la Revolución Bolchevique posibilita que la clase obrera dirija el Estado con su propia ideología, el marxismo. También por primera vez asomó en el horizonte de la vida social una ética laica basada en la solidaridad.
Tan contundente fue la influencia de la Revolución Bolchevique y del marxismo que en muchos países capitalistas, la clase obrera conquistó importantes derechos; y en los países de Europa Oriental se instauró el socialismo; en Asia, China, Vietnam y Corea del Norte. Ahora no queda huella alguna del socialismo; en América Latina, Cuba es la excepción.
En el Perú la influencia se concreta en la organización de la clase obrera, en la consolidación de la Jornada de las Ocho Horas y también en la Reforma Universitaria.
Pero también es cierto que la Revolución Bolchevique, a poco de echarse a andar, fue infectada mortalmente. Sus dirigentes, en su mayoría no eran obreros, se convirtieron en burócratas que la subastaron. Entonces la historia emprendió la marcha en retroceso, dejando una izquierda a nivel internacional como furgón y huérfana de ideas. Que por lo demás nunca las tuvo propias. Mariátegui y Gramsci son las excepciones.
Tendrá que pasar buen tiempo ( ¿dos, tres o cinco generaciones? ) para que la historia retome el cauce de la dignidad humana. “Para que el hombre no sea el lobo del hombre”, como bien precisa la locución latina. Solo así la vida y la historia tendrían sentido. (Hasta el Próximo domingo, amigo lector)
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