Por Mario Peláez Pérez
Perdón, el artículo debió titularse el Día del Padre; aunque con rigor histórico se trata efectivamente del padre machazo. No hay duda de que el machismo (que nada tiene que ver con la masculinidad) envilece la historia. Prueba irrefutable de que poco hemos avanzado en cuanto a calidad de vida.
¿La omnipotencia del hombre se dio como hecho natural?. No, no. La sociedad patriarcal -bien sabemos- es el resultado del proceso histórico cultural. Proceso que tiene pródigo abono en las diferentes religiones, en el Islamismo, el Judaísmo, el Hinduismo y Cristianismo (Catolicismo). Así, Dios Hijo es concedido como varón, los discípulos también, igual la jerarquía eclesiástica. Desde entonces la hegemonía del hombre se acrecienta, se desliza y refuerza en el hogar, en la escuela, en el trabajo y en la calle, como un mosaico de agresiones de todo sentir. Y son los niños los primeros en internalizar la imagen del padre autoritario y ruidoso y de la madre cariacontecida y sumisa; entonces el niño empieza a de codificar el mundo con una ética machista, y más tarde, cuando varones jóvenes y adultos, aman a su pareja con corazón machista y la desean con falo egocéntrico, con sísmica arrechura, decía el poeta Alberto Hidalgo. Esto es, con cínico erotismo patriarcal. Desde luego hay excepciones de papá con corazón de mamá.
INEI acaba de publicar una estadística terrorífica: el 68.2% de mujeres en el Perú sufren violencia familiar, y abandonan el hogar los varones en el 89% de los casos.
Entonces me pregunto sin aspavientos (pero si con ironía de aguafiestas) si vale la pena celebrar el día del padre, sin ni siquiera, nosotros los padres, hacernos una sincera y profunda autocrítica. (Hasta el próximo domingo, amigo lector).
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