Por Marco Arana*
28 de marzo, 2013.- Todos los presidentes de América Latina, sean de
izquierdas o derechas, fueron electos por sus promesas de seguir
impulsando el crecimiento económico y disminuir o erradicar la pobreza.
Para algunos la receta es el neoliberalismo económico y para otros,
mayor participación del Estado en las actividades económicas y la
redistribución de la renta. En cualquiera
de los casos apostaron por intensificar y expandir las industrias
extractivas (minería, petróleo, pesca), en una suerte de sobreentendido
de que las necesidades son infinitas y los recursos naturales también.
No creo haber escuchado a uno solo de los presidentes de la región un
discurso sofisticado diciendo que “los avances científico-tecnológicos
compensarán y resolverán los graves problemas ecológicos que el actual
modelo de desarrollo genera”. Como sí lo hicieron los defensores de la
“economía verde” en la última cumbre ambiental de Río +20.
En el actual escenario Chile pugna por mantenerse como el primer
productor de cobre y harina de pescado, aunque para ello se tope ya con
el agotamiento y contaminación de sus aguas dulces y no disponga de los
recursos energéticos que necesita (dimensión que la geopolítica peruana
parece ignorar). En Perú, los neoliberales y ahora también los
nacionalistas, dicen que hay que imitar o superar al sureño país, se
continúa con la política del “Perro del hortelano”, para justificar la
entrega en concesión petrolera y minera el 72% de la Amazonía peruana.
Brasil sueña con la explotación del petróleo de las profundidades
marinas (proyecto Presal) y la infraestructura vial IIRSA para que “cada
brasilero tenga oportunidad de tener un vehículo, un televisor, un
refrigerador, una computadora….”, según nos dijo en Sao Paulo, la
entonces candidata Dilma Roussef en el 2010.
“El ecologismo político, y en el caso peruano, también libertario, tiene que enfrentar el paradigma del crecimiento económico depredador impulsado por las derechas liberales y las izquierdas tradicionales. Requerimos cambios profundos no solo económicos, políticos y sociales sino también culturales.” |
La Bolivia de Evo Morales tiene hoy más explotación minera que la de
la época del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (quien era minero) y,
la Amazonía boliviana empieza a convertirse en la más deforestada de la
región. En Ecuador, Rafael Correa es el más entusiasta presidente minero
de la historia de su país y promotor de la minería “limpia a gran
escala”. De paso, ha endurecido la represión contra quienes él denomina
“ecologistas infantiles” y “enemigos del desarrollo”. En Venezuela, Hugo
Chávez intensificó la economía petrolera y declaró la minería aurífera
“recurso estratégico”, suscribiendo, dos semanas antes de su última
elección, grandes acuerdos con las mineras chinas. En Colombia, el
presidente Santos en busca implantar la “locomotora minera” incluso en
los páramos de Santurbán, una zona de alta biodiversidad y naciente de
los ríos que surten al principal acueducto de Santander.
Solitario el presidente uruguayo Pepe Mujica suena como voz de
profeta en el desierto: “¿Tiene el mundo hoy los elementos materiales
como para hacer posible que 7 mil u 8 mil millones de personas puedan
tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen las más
opulentas sociedades occidentales? (…) ¿Estamos gobernando la
globalización o la globalización nos gobierna? ¿Es posible hablar de
solidaridad (…) en una economía basada en la competencia despiadada?”
Ante esas preguntas, urge que los pueblos de América Latina, sus
intelectuales y líderes políticos construyamos una nueva visión de
desarrollo con sostenibilidad ecológica, con afirmación de la democracia
y justicia social. Esa visión no puede dejar la naturaleza y los
territorios que habitamos sometidos a los abusos del capital y a las
arbitrariedades del mercado. Tampoco puede justificar que, en nombre de
una economía de Estado, se limite la actividad empresarial para repartir
más, sin importar la crisis ecológica y económica que solo podrá
superarse administrando adecuadamente: biodiversidad, amazonía, recursos
hídricos y marítimos y diversificando la matriz energética, pero
principalmente dedicando más atención a nuestra principal riqueza, el
“capital humano”, con mejor educación y desarrollo de ciencia y
tecnologías adecuadas a nuestras múltiples y diversas realidades.
El ecologismo político, y en el caso peruano, también libertario,
tiene que enfrentar el paradigma del crecimiento económico depredador
impulsado por las derechas liberales y las izquierdas tradicionales.
Requerimos cambios profundos no solo económicos, políticos y sociales
sino también culturales. El verdadero reto es construir derroteros para
el desarrollo sostenible de nuestros pueblos, afianzar una democracia
(en nuestro caso de izquierda) justa y libertaria, que no solo es
política, sino también económica y ecológica.
*Marco Arana es un lider ambiental, sociólogo, catedrático y
ex-sacerdote peruano, fundador y militante del partido político Tierra y
Libertad, de Perú.
Fuente: El presente artículo ha sido publicado en el diario El Comercio el 27 de marzo de 2013. Y se reproduce con la autorización del autor.
Fuente: El presente artículo ha sido publicado en el diario El Comercio el 27 de marzo de 2013. Y se reproduce con la autorización del autor.
1 comentarios:
Líderes con estas concepciones políticas, filosoficas, comprensión social es que necesitamos en nuestra américa, solo cabe decir que el poder de los mineros es fuerte y a los cobardes los somete como Humala, Evo, Correa
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