La mayor parte de los seres
humanos huimos de los problemas y preferimos una vida standard sin altos picos
ni hondas caídas. Quizá ésta sea una forma cómoda de vivir pero si se convierte
en una norma que deje muy poco espacio para la lucha, entonces nos convertimos
en “autómatas” de la vida e iremos anulando la capacidad de enfrentarnos a
retos que, de alguna forma, tonifican nuestro espíritu y nos confieren la
verdadera cualidad de humanos.
Una vez que hemos
solucionado un problema y que hemos logrado comprobar que dentro de nosotros
existe una fuerza y una capacidad de decisión para enfrentarnos a las
dificultades, habremos dado el primer paso en nuestra superación; nada es más
dañino que dejarnos llevar por las aguas mansas sin siquiera haber intuido la
belleza del impulso que nos enfrenta a situaciones temerarias y aparentemente
riesgosas, pero que nos permite forjar nuestro carácter y nos invita por
caminos de valor y desafío.
Los obstáculos, para el
hombre de carácter, tienen un atractivo especial. Son amplificadores de nuestra
potencialidad, acicates que nos impulsan a ser osados y creativos. Cuerpo,
mente y espíritu vibran al unísono ante las dificultades, surge el problema y
por allí ya está apareciendo la solución. No existen las lamentaciones ni el
retroceso, son los problemas los que retroceden porque nuestra entereza les da
la cara y no les deja tiempo de atraparnos en sus mil redes de infortunio.
Con el constante manejo de
nuestras capacidades intelectuales y espirituales, al igual que un cuerpo
acostumbrado a hacer deportes, iremos adquiriendo “elasticidad y potencia” para
hacer frente a los inevitables tropiezos que diariamente surgen en nuestra
vida, intentando hacernos fracasar.
A más obstáculos resueltos,
más capacidad de lucha, más entereza y carácter para seguir adelante.
Alguien dijo con acertada
intuición: “No es necesario quitar las piedras del camino, lo importante es
aprender a ccaminar sobre ellas”.
Libro: Mi Casa, página 123
Autor: José Juventud
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