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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

lunes, 7 de mayo de 2012

Historias reales... y de las otras: La patita rota


 Por José Ángel Escalante Del Águila

Aquel año, en vacaciones nuestro padre nos había ofrecido llevar a toda la familia a Balsas, porque tenían que cosechar maní, mangos y ciruelas, que era su tiempo, esa noche no había dormido, porque yo era el más entusiasta por estar en Balsas, un lugar muy hermoso, que me trae muchos recuerdos familiares.

Nos habíamos levantado muy temprano, mi mamá y mis hermanas estaban haciendo el fiambre, que constaba de Papa revuelta con trozos de carne de chancho y arroz, luego lo envolvieron en unos manteles blancos, para después ser depositados en la alforja que llevaba todos los víveres.



Partimos toda la familia contenta, mi mamá iba montada en la mula vieja que teníamos, mi papá en el caballo moro, mis hermanas se iban “changadas” en la yegua roana, yo y mis hermanos íbamos adelante en compañía de Fido un perro chusco, pero con aires de fino, a veces paraba su rabo, levantar una mano, para distinguirse de los demás.

Casi las seis de la tarde estábamos haciendo nuestra entrada a Chacanto, por el puente que cruza al majestuoso Marañón, “la serpiente de oro” de Ciro Alegría.

Ya casi a la oración llegamos a la finca de mi padre, ahí nos estaba esperando Alejo Bardales, con la agüita de Yerba Luisa, las yucas recién sacadas del terreno, que se habían partido por el centro, señal de que estaban “buenazas”.

Nos habíamos arreglado para pasar la primera noche, a esa hora hacia un poco de calor, seguramente por la “fresca” (aire) que estaba soplando con moderación, antes de acostarme me di un chapuzón en la acequia que pasaba cerca de la casa, era agua limpia y cristalina, se podía beber sin ningún problema.

Esa noche creo que nadie durmió, uno por el calor, otro los zancudos, claro que no nos picaban porque cada cama tenia su mosquetero, sino el ruido que hacían al volar, en fin cerca de las cinco de la mañana, ya escuchábamos a los peones que estaban en pie, a nosotros nos despertó el ulular de las chicharras y el canto de las aves, los periquitos, las cuquilas con su canto característico, el pajarito que en su canto decía algo como “Santiago siembra tu ají”.

Todo parecía hermoso, era la primera vez que habíamos ido a conocer Balsas, la alegría aún más de estar toda la familia junta.

Por la mañana a la hora de tomar desayuno, llegó un sobrino de mi papá, se llamaba Mario, era nieto de mi tío Indalecio, que tenia su chacra a un kilometro de distancia, como quien va a Chachapoyas, mi mamá le invitó a sentarse a la sombra del mango grande, que tapaba la casa le sirvió café con pan, que se había amasado el fin de semana.

Me había preparado con mi jebe, que me compraron en el mercado de Celendín, con mis hermanos y mi primo, nos habíamos ido al rio a bañarnos, mientras los peones estaban empezando su trabajo de pelar las plantas de maní, para luego nosotros encargarnos de separar el maní del tallo, era un trabajo tedioso, pero lo hacíamos con mucha alegría.

Por la tarde habíamos ido con nuestro primo a cazar palomas, el lugar indicado era en la parte donde estaba sembrado los cocales, ese lugar lo llamaban la coca malque, todas la palomitas iban a comer las semillas de la coca, Mario tenia buena puntería, cuando de pronto veo que de un tiro con el jebe, se bajó a una palomita, yo fui corriendo a cogerlo, la palomita iba volando por entre las plantas de coca, cuando en una planta se enreda y lo cojo.

Grande fue mi sorpresa cuando veo que su patita estaba destrozada, la palomita me miraba asustada, seguramente en esa mirada vivaz me quería decir que no le haga daño, sentí tanta lástima por esa palomita que lo llevé a la casa, con la ayuda de mis hermanas, lo entablillamos la patita rota, luego lo metimos a una jaula que teníamos.

Al principio no quería comer nada, le habíamos puesto en un platito su comida, en otro agua, pero no quería nada, cuando nos acercábamos para verlo, empezaba a volar en el espacio reducido de la jaula, por consiguiente se hacia daño.

Pasaron tres días, pensábamos de se iba a morir, porque no comía nada, por las noches lo metíamos a nuestro cuarto, cuando casi al amanecer escuchamos su canto, entonces nos pusimos alegres, porque ya daba signos de que estaba recuperándose, a los cinco días ya empezó a comer, al darse cuenta que estaba en cautiverio no le quedó otra cosa que aceptar su realidad.

Cuando caminaba lo hacia con dificultad, no asentaba bien la patita, seguramente le dolía, pero su semblante era bueno, al parecer había pasado lo peor, con un poco de paciencia seguramente la patita rota iba a soldar.

Lo tuvimos todas las vacaciones (tres meses), ya lo veíamos que estaba bien, ya asentaba la patita, se había engordado un poco, llegó el día de la partida, el cielo estaba entoldado, como si amenazara caer una tempestad, todos nos habíamos levantado temprano, con la alegría que íbamos a retornar a nuestra querida casa en Sucre.

Con mucha pena tuvimos de soltarlo a nuestra prisionera, lo cogí de la jaula ya no aleteaba como los primeros días, se dejaba acariciar como una palomita mansa, luego de tenerlo en mi mano, acariciarlo le di un beso en su cabecita y lo dejé libre.

Voló y se posó en una planta de zapote que está cerca de la casa, al parecer quería despedirse de nosotros, estuvo un momento mirándonos, luego tomó vuelo, lo vimos desaparecer por la altura del cerro por encima de la carretera para perderse en los árboles de pate.

Para las vacaciones de Julio, yo le acompañé a mi papá para cosechar los mangos, porque tenia una contrata, que lo llevaba a Chachapoyas, el otro lote a Cajamarca, ya casi era el atardecer cuando me estoy dirigiendo a jalar agua de la acequia que pasa cerca de la casa, el volar de una paloma, me sacó de mi marasmo, casi a diez metros de mi persona, veo a una paloma en compañía de dos palomitas pequeñas, casi me caigo de sorpresa al distinguirlo bien, era la palomita de la patita rota, que lo habíamos cuidado hasta que se sane.

Había venido acompañado de sus polluelos, seguramente, para agradecerme y decirme que ya tenia familia, que lo conozca a sus “hijitos”, me llené de alegría primero, luego me vino la nostalgia cuando en un raudo vuelo los vi desaparecer por encima de las plantas de cacao.

Muchas veces, las aves como en este caso u otros animales nos dan ejemplo de gratitud, nosotros los humanos nos olvidamos que existe el agradecimiento por algo que nos dan nuestros semejantes.


José Ángel Escalante Del Águila (abril 1955).- Es un sucrense que realizó sus estudios primarios y secundarios en su pueblo natal. Fue Cadete de la EO de la Fuerza Aérea del Perú. Estudió Economía en la Universidad San Luis de Gonzaga (Ica) y Ciencias Contables en la Universidad de Cajamarca, sin concluir las carreras en ambas universidades. Trabajó en el Banco de Crédito del Perú, ocupando cargos de responsabilidad. Actualmente dirige, con mucho acierto, un negocio familiar. Es casado con doña Zoila Rosa Pajares Valencia (Nutricionista), con la que tiene seis hijos: Orietta (Ingeniera Industrial), Ángel Harley (Profesional en Ciencias de la Comunicación), Ángel Eduardo (Administrador de Empresas), Paolita (Estudia Derecho y Ciencias Políticas) y Hussein quien pertenece a la Policía Nacional.

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