Por : César Hildebrandt
A estas alturas ya no hay dudas: el segundo
vicepresidente Ornar Chehade ha mentido y ha intentado hacer pasar por versión
de parte lo que es una tabulación autoexculpatoria.
Allí están los hechos sobre los cuales ya no
es necesario abundar. Cada intento de coartada ha sido respondido por una nueva
revelación y Chehade, que prometía tanto, ha quedado al margen de la política y
ahora es parte de esa larga lista de breves sinvergüenzas que acuden al poder
para ver si sacan alguna tajada.
"Al fin de cuentas, de un general de la policía
peruana nadie espera nada"
El señor Chehade ya había quedado bastante
mal cuando, hace algunas semanas, dijo que era natural que el partido de
gobierno "metiera a su gente" en la administración pública. Esta
frase parecía plagiada del programa de moral pública del alanismo y, sin
embargo, pasó casi inadvertida. Pero -ahora lo vemos- fue profética.
Con lo hecho, con lo que ha querido ocultar
recurriendo a mentirijillas perecibles y a risibles pre-textos, Chehade es uno
más en la lista de las decepciones. No importa que un general policial que fue
pasado al retiro haya revelado los hechos tardíamente. Al fin de cuentas, de un
general de la policía peruana nadie espera nada. Pero de un vicepresidente sí
cabe esperar por lo menos el buen gusto de no ir a un restaurante grasciento a aceitar
a unos uniformados dispuestos siempre a oír alguna oferta.
Y pensar que el señor Chehade se creía
presidenciable para las próximas elecciones (así lo había insinuado hace poco
en una de sus erráticas entrevistas). Lo que pareció ignorar es que para llegar
al 2016 necesitaba, entre otras cosas, pasar ileso el 2011.
Pero junto a Chehade están los piadosamente
olvidados hermanitos Wong, que compraron, dudosamente, dizque el 52% de las
acciones de la cooperativa azucarera Andahuasi y que están a la espera de que
un juez más o menos ad hoc ordene un desalojo a sangre y fuego de los
trabajadores que allí se han atrincherado.
Pero nadie habla de los Wong. O casi nadie.
Porque los Wong, que demostraron ser pundonorosos herederos de aquellos culíes
que guiaron a las tropas de ocupación chilenas en el siglo XIX, son dinero y
poder. Ese poder pétreo, que no es el de los Chehade que se alquilan, sino el
de los platudos corruptores que siempre están allí.
Porque no me van a decir que el señor Chehade
fue donde unos generales a pedirles un favor armado para los señores Wong y que
los señores Wong no estuvieron enterados de que el segundo vice¬presidente de
la república estaba representándolos con todo el peso de su investidura. ¡A
otro Pluto con ese hueso!
Pero, claro, hablar de los Wong puede poner
en peligro el juego de las mutuas tolerancias y los auxilios recíprocos que la
derecha económica (la única realmente existente) y un buen sector de la prensa
han aprendido a jugar tan bien.
Los Wong quieren tomarse Andahuasi con o sin
azúcar. Y Chehade fue el desatado lobista que se jugó por ellos. Ahora, el
desalojado es él. Le espera no sólo la condena de la opinión pública y la
desilusión de sus pares de partido, sino también el ridículo. Su biografía
política tendrá cabida en un párrafo avaro que habrá de terminar con el
topónimo Cachiche.
¿Pero, quién desaloja a la derecha de sus
hábitos de emputecer la política, infectar a los congresistas, promover las
leyes con nombre propio, anclar en los ministerios y servirse del aparato
público para cuidar de sus privilegios?
¿Quién desaloja a la derecha de sus recursos de amparo, de sus jueces delivery, de sus fiscales subarrendados y de sus policías y militares acompasados?
Nadie. Porque eso sí que sería grave
"para el sistema". Que vuelen los fusibles como Chehade es una cosa.
Que vuelen las usinas del poder económico, eso sí que no debe hacerse.
Chehade está tan quemado como un cañaveral en
trance de cosecha. ¿Pero el presidente que lo nombró no debería estar un tanto
chamuscado?
Y no lo está. A pesar de no haber tomado una
drástica distancia respecto de este asunto y decir que no cree en "juicios
populares" y sí en la presunción de la inocencia.
Una elección es también un juicio popular.Y
Húmala ganó ese juicio prometiendo hacer lo que, escrupulosamente, no está
haciendo. Y, desde luego , la presunción de inocencia es un derecho. Pero es
que nadie ha dicho que el señor Chehade es culpable de un delito previsto en el
Código Penal. Desde ese punto de vista, el señor Chehade y Caperucita Roja se
disputan un lugar en las cumbres de la castidad.
Lo que el señor Chehade ha hecho es legal, en
la medida en que en el Perú el lobismo no está legislado (si así fuera, PPK
tendría variadas cadenas perpetuas en su prontuario). Lo que ha hecho el señor
Chehade sí es profundamente inmoral, venal y suicida. Y de eso sí debería haber
tomado distancia el señor presidente de la república.
Quizá no la haya tomado porque el señor
Chehade fue su abogado en el caso Madre Mía, cuando don Carlos Escobar tuvo que
abandonarlo después de que se enterara de la compra de un testigo por 4.000
dólares.
De modo que lo que el presidente Húmala sabe ahora de Chehade es muy poco si se lo compara con lo que el señor Chehade sabe del presidente Humala en relación a un caso donde, en vez de atontados generales de la policía, hubo un capitán del ejército que usaba el mismo nombre (Carlos) del "Chacal" venezolano Illich Ramírez Sánchez y donde, en vez de desalojos expectaticios, hubo asesinados reales y un testigo que salvó la vida lanzándose a un río. De modo que tenemos vicepresidente para rato.
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