Héctor Béjar - www.hectorbejar.com
El sufragio es la expresión de la libertad individual y sobre la base de ésta se construye la democracia.
En el Perú es distinto.
La peruana es una sociedad censurada por los poderes dominantes y autocensurada por el miedo.
Las empresas que saquean el país pagan a los medios y éstos controlan
todas las informaciones que se imprimen o propalan. Sus periodistas
saben bien a quién ignorar y a quién atacar. Qué repetir todos los días.
No necesitan directivas para quedar bien con los dueños del billete.
Importantes sucesos internacionales como la crisis financiera, el
desastre del neoliberalismo europeo o los abusivos bombardeos a Libia
son ignorados o minimizados. Los demonios son Hugo Chávez, en primer
lugar, y luego Evo Morales y Rafael Correa. Lula es más o menos
aceptable. Siendo Ecuador y Bolivia vecinos importantes, la política
internacional peruana consiste en autoaislarse de la región andina y de
cualquier proceso tímidamente renovador que se de en el continente. De
integración latinoamericana ni hablar.
De los sucesos nacionales sólo se destaca el escándalo, las anécdotas. Pero la corrupción y la violencia como síntomas de problemas sociales mayores tampoco merecen espacio. Todo queda en la superficie colorida de los tabloides de cincuenta centavos. O de los periódicos grandes que se comportan como tabloides: El Comercio, por ejemplo.
Se dice que si algo cambia, se pueden ir los inversionistas (la
suerte del Perú dependería de su buena voluntad y no hay que enojarlos).
Ergo, no hay que cambiar nada. Todo está tan bien que ¿para qué
cambiar?
Pero los grupos de la derecha tienen como lema el “Gran Cambio” de Pedro Pablo Kuczynski o el “Cambio Radical” de José Barba y Alex Kouri. Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Cambiamos o no cambiamos?
La histeria cunde. Ollanta Humala es el hombre de Chávez, el lobo disfrazado de cordero, el estatista, el salto al vacío. Si se acerca al cuarenta por ciento de preferencia, según las últimas encuestas, significaría que Chávez es puntero en la carrera electoral.
En realidad la derecha quiere trasmitir sus propios miedos al electorado.
Pero buena parte de los electores no sólo parecen inmunes al temor
sino que reaccionan contra lo que la derecha predica. Votan en contra. A
más terror mediático, más desobediencia. A más dinero despilfarrado en
slogans, carteles, gigantografías y spots televisivos, más rechazo de la
gente. Al final, la derecha ha producido una polarización
Ollanta–Kuczynski: los pobres y los ricos, los sectores C y D contra el A
y B.
La derecha peruana acostumbra amenazar a sus adversarios, conducirlos a entrar dentro de sus parámetros.
Látigo y zanahoria. Fue lo que hizo el civilismo con el Apra
temprana, allá por los años treinta del siglo pasado hasta que el Apra y
su líder, Haya de la Torre, acabaron siendo los precursores del
macartismo en América Latina. Quieren hacer lo mismo con Ollanta.
Jaqueado por decenas de pistolas y puñales de distintas mafias, ha
terminado a la defensiva: no estatizaremos, no somos amigos de Chávez,
no cambiaremos las reglas de juego. ¡Arriba las manos, Ollanta!
El debate electoral del domingo pasado fue una sucesión de repeticiones dentro de un marco de hierro.
Ninguna idea nueva, ninguna posición notable. Sólo mediocridad. En
algunos casos, puro cinismo, como Kuczynski hablando de apoyar a los
agricultores, Keiko Fujimori postulando legalidad y democracia, o Luis
Castañeda pontificando sobre seguridad ciudadana. O confusiones que
denotan ignorancia en derechos humanos, como cuando Alejandro Toledo y
Keiko Fujimori se acusaron de haber liberado “terroristas” que son, en
realidad, los inocentes que el Ejército y el Poder Judicial mantuvieron
injustamente en prisión durante años hasta el indulto promovido por las
organizaciones de la sociedad civil.
Sintomático. Nadie habló contra la corrupción.
Con justeza, puede llamarse a estas elecciones las del voto libre contra el miedo.
¿Ganará el voto libre o estaremos presos de las mafias por cinco años más? ¿Alguien dirá alguna vez la verdad?
* Sociólogo peruano, profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y miembro de Social Watch.
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