Escribe: Ricardo Cabanillas
Creíamos cuando éramos estudiantes que aquí en
Cajamarca, nuestra indómita raza quechua fue vulnerada impíamente, por barbados
rufianes, venidos de allende los mares. Que nuestra Lengua del Sol fue hecha
trizas por la Lengua de Castilla. Nos lo habían dicho y repetido en todos los
niveles educativos. Entonces, nuestro otrora espíritu ingenuo, se tornó
xenofóbico, y creció disminuido, guardando resentimientos, odios y fobias.
Un cierto sector de políticos, maestros e
intelectuales despistados, oficiantes de la educación, víctimas de un ciego
chauvinismo, continúan aún transmitiendo ese mensaje pesimista y disociador.
¿Conocen estos señores las ocultas raíces de nuestra historia? ¿Conocen el
étymon de las lenguas inscritas en el Yo Profundo de nuestra cultura
cajamarquina?
Anterior a los quechuas, hubo aquí otra cultura,
tribal y profunda. Eran los Culles, poseedores de una lengua mágica, cuyos
fonemas encantaban las piedras y armonizaban el alma de los ríos. Cada vocablo
poseía un significado polifónico, casi mántrico, sensatamente holístico. Con
dos o tres palabras se podía explicar un conjunto de vívidas experiencias.
Cuentan nuestros abuelos que ciertos chamanes, como Pancho Callua y Estefanía Chomba,
dieron cuenta de algunas voces en sus rituales de florecimiento y sanación.
Tuvo esta Lengua a Catequil por deidad y a Cuismanco Cápac como último rey que
sucumbió ante la superioridad bélica delinca invasor.
Habitaban cerca de los ríos (uram), en la zona yunga,
mesoandina y altoandina (Contumazá, San Pablo, Cajamarca, Condebamba,
Cajabamba, Huamachuco). En Huamachuco había un gran santuario al dios Catequil;
enTantarica (Contumazá) había otro, desde donde se divisaban los cuatro
confines del fabuloso reino.
El Culle era una lengua viva, conectada con la
naturaleza, el cosmos y con el Padre Dios (Quinuinyá). Sus gentes dialogaban
con las piedras (chungall) y con las aves (lic-lic). En las noches se
extasiaban con las estrellas (chuip) y con las “siete cabrillas” (chuchucoc).
Comprendían los ciclos del sol (su) y de la luna (muñ). Eran hombres (usu) de
mediana estatura, fornidos y laboriosos. Sembraban en sus chacrasla papa del
gentil (caino), la (mashua) y el maíz (urúa); hablaban con el viento (llucá) e
invocaban a la lluvia (cau) para regar sus sembríos. Cazaban el venado (llaga)
en compañía de sus perros (corep).Sus mujeres (ahii), usaban hermosas trenzas
(shimbas).Nunca les faltó ni cobertor ni alimento (cushal).No temían a la
muerte (caní), pues vivían a pura vida y a puro gozo (cuhi). Era el cuy o cuye,
animalito emblemático de ternura e indefensión, su metáfora de existencia.
Fueron vilmente devastados por los Orejones, señores
de la guerra, las intrigas, deslealtades e infortunios. Cuando Cápac Yupanqui,
por mandato de Pachacútec, allá por años de 1460, persiguió a los Chancas y no
pudo atraparlos, tuvo noticias del esplendor de los Culles que habitaban
Huamachuco y Cajamarca. Para calmar su frustración, arremetió contra ellos.
Cuismanco Cápac, se retiró con sus tropas hacia las faldas de Tantarica, para
iniciar la resistencia. Allí fue la epopeya del último grito Culle. El Gran
Cuismanco Cápac, con el brazo y puño en alto, cayó a tierra, conjurando a
Catequil, la voz del rayo, para que nunca niegue su sombra protectora a su
pueblo. Así fue. En 1532, luego de setenta y dos años de dominación, los
quechuas fueron subyugados por los españoles. Dicen los nativos que Catequil
aún sigue vivo:“En cada trueno que escuchamos y en cada rayo que resplandece, la
sombra de Catequil florece todavía.”
La lengua Culle es considerada lengua extinguida. Pero
muchas voces siguen vigentes en el cotidiano hablar de nuestros pobladores.
Algunas han sido recogidas por la Onomástica y la Toponimia. Sin embargo, esta
matriz lexemática aún no se incorpora en los proyectos educativos regionales y
locales, menos se habla en las escuelas y se la desdeña en la Universidad.
¿Dónde están los políticos y los expertos en diversificación curricular, los
bilingües y quechuólogos interculturales? ¿En el ocioso camino de las
tarántulas (mishangos)? ¿O en el canto azul de los gorriones (pichisas)?
Escribo esto como una voz en solitario, pues
necesitamos abrir la ruta hacia el Yo profundo de nuestra cultura cajamarquina.
Es allí donde nuestros hijos, libres de rencores deben buscar y cimentar su
identidad-como lo señalaba Mariano Ibérico Rodríguez- en armonía con el
sentimiento cósmico de la vida. En esta aventura, más allá del cientificismo
del lingüista, necesitamos ser filólogos. Cultivar a plenitud –como dice
OctaviFullat- “el amor a las palabras”. Porque cada palabra Culle que se
investiga, rescata o se pronuncia, es sagrada. Entonces, hay que cuidar su
fronda semántica y transvasarla a la Filología para depositarla en nuestra alma
con asombro, amor y felicidad.
(Publicado en el diario Panorama
Cajamarquino el 17 de febrero del 2011)
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