Por: Elder Cortéz Oq’as.
Eran las tres de la madrugada. Josué transitaba por la Av. San Juan, a
la altura del colegio Javier Heraud; a bordo de su vehículo marca Toyota
del año 2006, escuchaba música de Leo Rubio; él es taxista. “Atento
unidad cuatro”, escuchó decir a la operadora de la radio. “Lo copio”,
dijo Josué. “¿Dejó a su pasajero?” preguntó la operadora. “Afirmativo”,
informó Josué. “Su siguiente servicio es al aeropuerto Jorge Chávez.
Recoja a la señorita Rocío Cardona, calle Los faisanes 7056,
urbanización La Campiña, Chorrillos”, ordenó la operadora. “Copiado”,
asintió Josué.
“Estoy cerca”, pensó el taxista. Por la vía que cruza a desnivel a la carretera Panamericana Sur, gracias al puente Alipio Ponce, se dirigió a Chorrillos. Hacía años que no transitaba por allí. “Cómo ha crecido Lima. Esta zona que antes era pampa abierta, hoy está bien urbanizada”, se dijo.
Advierte que la pista tiene una pendiente, una ligera bajada. A la izquierda, una calle perpendicular, está silente, con una sola fila de casas. En reemplazo de la otra fila; hay una pared larga, alta y blanca. Una señorita solitaria, bien apuesta; de cabellos largos, sueltos y castaños y de vestido blanco; le hace el alto como para tomar su servicio. Josué, un tanto distraído en sus observaciones a la urbanidad, se pasó unos metros. Sobreparó y decidió retroceder, para tratar con la posible pasajera. Pero ésta desapareció. Josué pensó que la mujer caminó rápidamente, en otra dirección y se mimetizó por alguna zona oscura. Luego reanudó su viaje hacia Chorrillos. Cuando la pendiente ascendente de la vía, le permitió una visibilidad por encima de la pared blanca; recién se percató que a su izquierda existe un cementerio, el de la Policía Nacional del Perú, llamado "Campo Santo Santa Rosa de Lima".
Josué era valiente, habría que serlo, para trabajar como taxista, de noche, en una ciudad como Lima. Así que continuó su viaje con cierta tranquilidad. Recogió a su pasajera en la dirección que le dio la operadora de la radio y enrumbó, por la avenida Costa Verde, hacia el aeropuerto. Por su espejo retrovisor, que solo permitía ver parte del rostro de sus pasajeros, (no quería que pensaran que el era un fisgón) ésta vez, percibía que su pasajera se movía exageradamente y se mostraba muy intranquila. Rompiendo su regla, hizo girar un poco al espejo hacia abajo para observarla mejor.
_ ¿Le sucede algo señorita? _preguntó el taxista _. La siento intranquila.
_ Sí señor. Me miro en el espejo, pero ella no soy yo, ésa imagen no es mía _dijo la pasajera, algo exasperada _. Además, refleja el rostro de otra chica junto al mío, pero a mi lado no hay nadie.
_ Tranquila señorita, quizás no ha dormido bien y está teniendo visiones _dijo José, tratando de calmarla, pero pensando en la señorita de blanco, que minutos antes le alzó la mano en el cementerio.
_ No señor, he dormido bien. Todo esto es muy raro.
_ No se preocupe señorita, está conmigo. No es nada, ni le pasará nada _la tranquilizó el taxista _. Luego, esporádicamente, hacía maniobras y volteaba para mirar hacia el asiento posterior, con tal que su pasajera tenga confianza y tranquilidad.
En cruce de las Avenidas La Marina y Faucett, el vehículo de Josué, empezó a sobre pararse, como si tuviera alguna falla mecánica. “¿Qué pasa?", preguntó la pasajera. “Nada señorita, un pequeño bache”, mintió el conductor. Josué percibió, que la puerta posterior del vehículo, sonó como cuando un pasajero se baja y la cierra. La aparente falla del vehículo se superó inmediatamente. Minutos después, Josué dejaba a su pasajera en el aeropuerto internacional Jorge Chávez. Regresó raudo por la misma ruta. A las cinco de la mañana pasaba, de nuevo, por el cruce de las Avenidas La Marina y Faucett. Aquí, alguien, desde la berma lateral pavimentada, estira la mano invitándole a parar; era una señorita muy atractiva, vestida con pantalón negro, blusa blanca y chompa azúl.
_ Buenos días señor, por favor, para llevarme hasta el puente Alipio Ponce ¿cuánto me cobra? _inquirió la mujer.
_ Veinte soles, señorita _ofreció el conductor, correspondiendo con una sonrisa, a la manera amable de cómo lo abordó.
_ Lléveme usted señor _dijo la mujer.
_ Suba._ dijo Josué _inclinándose hacia atrás y alargando su brazo derecho para levantar el pestillo de seguridad de la puerta. La mujer, como haciendo gala de sus atributos, subió y se acomodó.
Josué es de esos taxistas, que no dirigen la palabra a sus ocasionales pasajeros, a no ser que éstos tengan la iniciativa. Su pasajera de momento, no le habla; va en el asiento posterior, en silencio, como reflexionando o meditando. Josué, al volante de su vehículo, toma la Panamericana Sur, como si regresara a dónde estuvo a las tres de la mañana. Pasando el puente Atocongo, pregunta a su pasajera: “Señorita. ¿Lo dejo arriba o debajo del puente Alipio Ponce?”. Al no obtener respuesta, mira por el espejo retrovisor y la pasajera no aparece. Luego de unos segundos, inquietado, habló más fuerte: “! Señorita! ¿Me escucha?”. “Si señor”, dijo la pasajera, enderezándose y levantando su cabeza desde tras del asiento del conductor. “Le pregunté algo señorita, no me contestó”, insistió el conductor. “No le escuché, estuve agachada, amarraba el pasador de mi zapatilla”, respondió la pasajera. El taxista, recuperado del susto, volvió a hacerle la misma pregunta. “No”, respondió ésta vez, “lléveme al Campo Santo Santa Rosa de Lima, está hacia la derecha, cerquita al puente”. Josué se puso más nervioso. “! Qué coincidencia. En la madrugada vi a una chica bonita allí y ahora otra, por lo que veo muy parecida, me trae al mismo sitio”, dijo para sí.
Josué tomó aire, para fingir naturalidad, y preguntó a su pasajera:
_ Señorita ¿A qué va al cementerio?
_ A visitar a mi hermana, señor _respondió la pasajera _. Falleció un día como hoy, hace exactamente un año. Éramos gemelas, élla era policía, por eso sus restos descansan en ese cementerio.
_ Murió muy jóven _dijo Josué, en tono consolador, pero en estado de intranquilidad.
_ Así es señor. Mire usted, qué coincidencia, hoy, casi al amanecer, lo he soñado clarito. Mi hermana me despertaba y me decía: “Levántate floja, ve allá al lugar dónde yo estoy, lleva flores. Si tu problema es la movilidad, ahorita envío a un taxista y te llevará". Me levanté, me alisté rapidito y salí a la avenida. Levanté la mano al primer taxista, que es usted, y tal como lo quiere mi hermana estoy aquí tempranito. Me da mucha pena recordarla _remató la pasajera, algo emocionada.
_ Lo sien siento señori ri ta, de verdad, lo siento to, la vi vida es a así _tartamudeó Josué, entrando en una especie de pánico, pese a que era casi las ocho de la mañana.
Sin mirar a la pasajera, apurado, le indicó que el servicio no le costaba nada. Apenas sintió que la mujer, agradecida, se bajó del asiento posterior, aceleró a su vehículo rumbo a su casa.
“! Éste no es mi día, no lo es”, se decía, reiteradamente, en el trayecto.
0 comentarios:
Publicar un comentario