Por Hugo Neira
Un laureado del Nobel dice “lo que piensa sobre la literatura, el
mundo y la vida”. Esto es lo que sostuve en artículo anterior, antes del
acto de Estocolmo, en estas mismas páginas. De mi primera conjetura
algo se cumplió. Vargas Llosa mencionó a Borges, a Cervantes, el papel
de la ficción en su propio territorio discursivo, lo cual era
predecible, pero también citó a Balzac, Tolstoi, a Conrad acaso por los
viajes, y a Thomas Mann, cuyos Buddenbrook, aquella saga de una familia
sigue inspirando a escritores más allá del alemán. Era predecible la
referencia a Vallejo, y erré, no citó a Garcilaso, pero sí y con
énfasis, a Arguedas. En fin, cabe destacar la primera línea del
discurso. “Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano
Justiniano, en Cochabamba”. Es decir, el papel decisivo de la lectura en
aula, tema que comentaré al final.
Hoy todos conocemos su discurso en Estocolmo. Cabe ahora comentarlo
con las artes del oficio. ¿Qué es, sin embargo, comentar? Es descubrir
el vínculo entre argumentos, el movimiento de la prosa y hacer explícita
la problemática central que todo texto lleva consigo. Para cumplir tal
cometido no dispongo de mucho espacio. Lo intentaré sugiriendo que hay
varios ejes en el discurso de Estocolmo. Como este Nobel además de
narrador es un “scholar”, no es difícil seguirlo: su orden es
cronológico. El primer eje es el aprendizaje de la lectura, la infancia,
el colegio de La Salle, el inicial deslumbramiento, “el sueño en vida y
la vida en sueño”; la madre, “me gustaría que estuviera aquí”. El
segundo eje cuenta la dificultad, “no es fácil escribir historias”. El
tercero enlaza literatura y política libertaria, contra “el tirano, la
ideología, la religión”. El cuarto, “la buena literatura”, una humanidad
en lectura planetaria, “en Tokio, Lima o Tombuctú”. Hay otros ejes,
“nunca me he sentido un extranjero en Europa”. La revelación de Popper y
de Raymond Aron se entremezcla con lo personal, esposa, hijos. Sí, la
emoción, en algún momento se le quiebra la voz, pero la pausa fue corta y
continuó con “volvamos a la literatura”. ¿Cómo se llama este tipo de
discurso? Cuando se combina autobiografía y episodios intelectuales,
estamos ante un itinerario. El escritor se ve a sí mismo, sus
experiencias, y como dijo Ortega y Gasset, toda vida es navegación.
Abordemos, es hora, la problemática del texto entero. Algunos han
dicho que gira sobre vida y literatura. Sin embargo algo desborda la
cita misma de Estocolmo. ¿Cuál es la propuesta gigantesca, no solo de
MVLL sino de García Márquez, de Cortázar, de Carlos Fuentes, del propio
Borges con sus cuentos filosóficos? Ese algo, me parece, va más allá de
la literatura. Dicho de otra manera, ¿una civilización puede dotarse de
un discurso literario propio en espera de tener uno en el campo
filosófico y científico? La respuesta, comparando civilizaciones, es sí.
Eso es posible. Dos obras literarias fundan el saber griego. Los
trabajos y los días de Hesíodo y La Iliada y La Odisea de Homero. Ellas
preceden por siglos al “logos” de Platón y Aristóteles. Aquella
civilización del saber se inició con la literatura. La obra de Vargas
Llosa –y la totalidad del “boom”– prepara la libertad del espíritu tras
enfrentar lo mitológico de este continente, incluyendo dictadores. Así,
la apuesta de la ficción de América Latina es convocar el caos de lo
irrazonable para vencerlo. Para que aparezcan los Kant, los Hegel y los
Albert Einstein de este lado del mundo. Pero nuestro templo preferido
tendría que ser el de Atenea-Minerva, y no lo es. Escuela y lectura
andan divorciadas. Mario a los cinco años aprende a leer porque hay, por
fortuna, un profesor de La Salle, el hermano Justiniano. Esa frase, esa
vida, ese Nobel, es un vivo reproche a la seudoescuela actual (y parte
de la universidad) que forma neoanalfabetos que cree que leer está
pasado de moda. (P.D. Sobre política, dentro de 15 días. Pero hay buenas
noticias: la alcaldesa Susana Villarán sabe decir no).
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