Por Franz Sánchez Cueva
He
buscado muchas fórmulas, la mejor manera de redactar este artículo, sin
delatar mi repugnancia hacia muchos de mis paisanos. He percibido un
putrefacto vaho escapando de la boca de algunos de mis coterráneos.
Están contaminados. La contaminación que los horada, es producto del
pernicioso apetito del que ambiciona tener más, aún a si esto es a
costa del desmoronamiento de Celendín. Lo ocurrido en la jornada
propuesta por dignos celendinos -que aprovecharon otros, en forma
especial algunos que de lejos creen estar involucrados en las
problemáticas del pueblo, pero que son incapaces de cumplir con su
palabra, y otros que incluso estando cerca son más ciegos que lombrices
de tierra- me crispa desde la raíz.
Qué
rabia, qué pena y qué náuseas dan los jetudos personajes que se embuten
la boca con palabras lindas hacia nuestra provincia y que a la hora de
mostrar sus rostros, con posturas achantadas y cobardes tapan sus caras
para no ser reconocidos por sus amigos del narcotráfico.
El Día de
la Dignidad Celendina, resultó en el más cruel desfile de indiferencia,
y peor aún, fue una pasarela del miedo. Lo que más recordaré es el
haber visto caras de espanto, que firmaban petitorios justos con manos
temblorosas. Muchas personas no querían ni siquiera escribir sus
nombres a pesar de que nos alentaban en la causa.
Aquel día, hay que
decirlo, hemos sido insultados, calumniados, amenazados, pero nunca
humillados. ¿Cómo podríamos estarlo? Cuando ama algo con nuestra
completa fuerza, y lo defendemos, ¿cómo podríamos ser humillado? Son
ellos, los traidores de nuestra tierra, los que deberían sentirse así,
por cobardes, por no estar a la altura, por no haber respondido al
llamado de Celendín cuando nuestro pueblo pide auxilio.
Se ha dicho
muchas cosas, desde que somos “antiprogresistas” que degustamos de la
vida nómade, que amamos el adobe y la paja, la pintura rupestre y
vestirnos con taparrabos, hasta que estamos desquiciados por oponernos
a la modernidad, que nos asusta la tecnología, que somos chúcaros a los
adelantos de la cibernética. ¡Ese sería nuestro crimen!
Eso no es
todo, sin embargo. La barbaridad más execrable que escuché, es la de un
tipejo que no pienso mencionar porque no creo que su nombre valga la
tinta que gastaría en él, es el haber dicho que Celendín no tiene
historia: “de qué pues vamos a estar orgullosos los shilicos, qué
pasado, qué historia”, berreaba, ahogándose en sus detritus mental.
Durante
la jornada, también recibimos el repudio de la iglesia evangélica que
funcionaba al costado de nuestra trinchera. “Apágame tu bulla, hay que
tenerle miedo a Dios”, me dijo el pastor, padre, profeta, o como
diablos se llame. Increíble que una fe se argumente en base al temor a
alguien y que se puedan olvidar de las cosas terrenales, de la patria
que los acoge, y que se sea tan insensible al punto de mandarnos a
callar cuando la voz salía de las grietas de nuestro suelo y no de los
parlantes.
Así fue la jornada del 20 de marzo, en la que algunos
celendinos dieron la cara y otros la ocultaron. Una jornada digna pero
indiferente, justa pero descartable, verdad pero no se lo cuentes a
nadie, te apoyo pero no me apuntes, estoy contigo pero que no nos vean,
quiero a Celendín pero necesito plata. De esta manera se puede resumir
nuestra jornada cívica que exijo no quede inconclusa, a pesar que otras
veces me digo, yo mismo: se recibe lo que se merece. ¿Nuestro pueblo ha
pecado tanto que merece el castigo que está recibiendo?
Ante nuestra trinchera, algunos partidos, movimientos políticos y candidatos pasaron casi a la carrera. Algunos de ellos incluso nos ofrecieron acompañarlos en sus respectivas campañas. Y quizá no sea lo más recomendable pero a veces quisiera poder llegar hasta donde los buitres comen de la putrefacción de Celendín, llegar con ellos y luego espantarlos a balazos. Porque espantarlos sería la mejor revancha, antes que matarlos. Condenarlos a deambular con hambre por nuestras calles, así como lo hacen los inocentes niños de los que nadie se acuerda, pero que en temporada electoral, ellos cargan. Fulminarlos, detonarlos y demolerlos con acciones, así como ellos se tiran abajo nuestra historia.
Consecuente con la sinceridad con la que escribo, debe agradecer a Ulises Linares, de quien no esperaba mucho, casi nada, pero que me demostró todo lo contrario. Se puso al hombro nuestro reclamo y cumplió como se debía con lo propuesto, como sólo lo hace un verdadero shilico. Mi rechazo a quienes ofrecieron el oro y el moro, pero cuando necesitábamos de ellos, no estaban más con nosotros, y este es el caso de los personajes que ofrecieron proyectores, herramientas y materiales para nuestra vigilia, la misma que no pudo concretarse. Nuestro reconocimiento a Miguel Briones por su apoyo constante e indesmayable a pesar de los kilómetros de distancia.
Gracias mil a Javier Chávez Silva por el
apoyo con la banderola, a Luis Chávez y el profesor Sánchez, nuestros
amigos del SUTEP, por alentarnos con su presencia, al glorioso Coronel
Cortegana, en la persona de un cajamarquino, mi profesor de secundaria
Mario Guerra, quien haciendo honor a su apellido batalló con nosotros
en los salones de nuestra casa de estudios. Lo mismo para mis
compañeros de jornada, estudiantes de la Universidad Nacional de
Cajamarca, y también a las insignes glorias vivas de la generación de
intelectuales celendinos, que apoyaron con sus palabras, aún estando
ausentes, debido a que muchos por lo avanzado de su edad no pudieron
acompañarnos, como es el caso del profesor Manuel Silva Rabanal.
Un
pensamiento final, para agradecer y comprometerme y comprometerlos con
más trabajo por nuestro Celendín Pueblo Mágico, para mis hermanos de la
asociación CPM: para el escritor y erudito celendino Alfredo Pita, el
artista Jorge Chávez Silva, el entrañable Charro, el sensible maestro
Jorge Horna, el combatiente inacabable José Luis Aliaga Pereyra, mis hermanos.
Seguimos…
0 comentarios:
Publicar un comentario