Por Elmer Castillo
Estando en el Colegio Nacional Mixto “San José” de Sucre, conocí un hombre extraordinario, de aquellos que se nos quedan grabados para toda la vida. De eso ya muchos siglos, pero el recuerdo queda. Don Efraín Quintanilla Candía, era nuestro Director. Enjuto, educado, correcto, culto, deportista, sabía de todo, por eso a la no llegada de uno sus colegas, presto lo remplazaba, aún si el que falto haya sido de química nuclear, no se quedaba atrás, siempre se lo veía entrar a los salones donde faltaba un profesor y en el aula no se escuchaba ni el vuelo de una mosca. La disciplina que imponía no necesitaba de gritos o varillazos, su sola presencia ponía a los pupilos en trance, su “floro” enmudecía hasta mi rebelde personalidad.
Hace poco lo encontré en la misa de honras del buen y amable profesor Quintiliano Velásquez, al que fue invitado. No hay un ex alumno del San José que no se levante para estrecharle la mano con respeto. Y si hay alguien, debe ser uno de esos renegados que lanzan porquerías por haber tenido la vida más que frustrada o tal vez, un cobarde, ¿verdad “señor” anónimo? Se acercó a nosotros, Moisés Sánchez estaba a mi lado, brindábamos con un cogollito traído para la ocasión. Respetuosamente, ambos le hicimos un campito para que nos acompañe y comenzamos a charlar, su plática y caballerosidad sigue incólume y no nos quedó otra cosa que escucharlo muy atentos.
Las copas van y vienen, los familiares se retiraban y seguíamos brindando. Haciéndome una seña comprendí que nos invitaba para irnos a otro lugar, pues, ¡Adelante Maestro! ¿Qué ha dicho con eso? Hace mucho que quería hacerle algunas preguntas que se quedaron en mi mente por falta de valor, le tenía y tengo aparte de respeto, un profundo aprecio, pues su imagen siempre estará ahí, en ese lugar privilegiado al cual llegó sin tanto aspaviento, sólo por ser tal cual es.
Cuando estudiante, junto a los demás peloteros, trajimos muchas copas en fútbol y fulbito para nuestra Alma Mater, fue el tiempo que en cada participación los profesores brindaban con nosotros festejando los triunfos a rabiar. Siempre lo he dicho, si no hubiese tenido la habilidad con la pelota, no hubiese salido jamás del centro educativo y fuese alguien sin nombre. Seguía la charla, con unas copas de más se me da por ser algo preguntón, “Don Efraín, por qué usted nunca brindó con nosotros, parecía que odiaba a los alumnos que tomábamos unas espirituosas celebrando el haber goleado a nuestros rivales”, “Si Elmer, tienes razón, ¿sabes? Ahora que lo pienso debería haber estado con ustedes un buen rato, sino que mi maldita educación no me lo permitía, creía que estaba haciendo algo malo, no podía comprenderlo…mil disculpas Elmer, en realidad”
¡Grande Don Efraín, grande, Maestro!
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