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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

viernes, 23 de marzo de 2018

Publicaciones: “Sin Título”, Por Alfonso Peláez Bazán (I)

Lo recuerdo con claridad, como si hoy mismo lo estaría escuchando. Hasta ahora la tengo grabada. Imaginé la escena: el campesino tras el cerco de pencas, de poncho bayo igual que el que me regaló mi abuelo, los animales saliendo en tropel, idéntica a nuestra salida del colegio al terminar un día de clase (lo digo por lo traviesos y divertidos), y al profesor, feliz, observándolo todo, esperando las metáforas de los labios de don Sisostres o las sabias palabras de don Leandro Zegarra.



Fueron los años los que escondieron este recuerdo que hoy aparece nítido.

La lectura de la anécdota, la escena de la conversación leída y el libro de colores pálidos, tenues, en manos del profesor de clase que leía emocionado, como si fuera él el que hubiera redactado el texto o escuchado al campesino.

Busqué el libro por las librerías de Celendín, Sucre y otros lugares; algunos, al preguntarles, me miraban sorprendidos. No creían que existiera. Hasta la bibliotecaria de la provincia me dijo que consulte bien porque, seguramente, ese no es el título.

Ahora lo tengo en mis manos, deshojándolo como mi profesor, con cariño; esperando terminar su lectura para compartir con ustedes, queridos amigos. Lo encontré en el lugar que, pensé, no estaría: en la biblioteca de mi sobrino Kike Chávez, un lector empedernido. Cómo pude ser tan tonto, me dije, la biblioteca en mis narices y yo buscando por otros lugares. “La curiosidad mató al gato”, reza una expresión popular, en mi caso fue todo lo contrario: me alimentó. ¿Será por eso que estoy gordo? ¿Ustedes creen que la lectura engorde? Bueno, bueno, eso es otra cosa; dejémonos de bromas que hoy estamos para presentar los textos del libro “Sin título” de don Alfonso Peláez Bazán. (NdlR)


“Sín Título”

Por Alfonso Peláez Bazán

Del paisaje Peruano
EL DÍA EN DOS METÁFORAS

Un alegre sendero, poblado de mariposas y avecillas, une las poblaciones de Celendín, Huacapampa y Sucre. A ambos lados de aquél, hay pequeñas propiedades con sus casitas de paredes blancas y techos rosados.

Las gentes son afanosas e inteligentes. Quedan todavía entre ellas algunos viejos magníficos que ordinariamente se expresan en hermosas y cabales metáforas. Se diría que viven en función de metáforas.

“Haciendo la vía…”, llegamos junto con el alba a la casa de don Sisostres Zegarra, para quien no parecen ser carga pesada sus ochenta y pico de años. Desde la cerca de pencas, le dimos en voz alta los buenos días.

El momento es hermoso y reconciliador. En bullicioso y desordenado tropel, una heterogénea fauna abandona el espacioso corral. Mientras de las “cargadoras” y de los árboles, en cortos vuelos, bajan las cariocas, las papujas y las polancas. Alegres, “Sultán”, “Rayo” y “Terrible” reparten rápidos mordiscos a diestra y siniestra.

Clara y vigorosa, se oye en medio del bullicio la voz de don Sisostres: “¡Abre las trancas, Ezequiel”! “¡Tú, Celinda, separa los becerros!” “Isidro, arrea las mulas al rastrojo” “¡Saca el yugo y desata las coyuntas, Ideal!” “¡Crisálida, el maíz para las aves!”. Voy yo a abrir la compuerta!”.

Pronto estuvimos al lado del viejo.

¿Y qué tal, don Sisostres?...

Este nos mira y responde al instante:

Aquí mi señor, como Ud., lo ve, soltando el día…

Sonriendo amablemente, repetimos la frase:

Soltando el día…

Minutos después, cuando las pampas y laderas resplandecen hermosas bajo el sol, nos alejamos del solar jocundo.

De regreso por la tarde con las últimas luces alcanzamos a encontrar a don Sisostres dando las últimas “rayas”. Los bueyes parecen más lentos y pesados.

Uss… Uss… Tess… Tess…

Por supuesto que no podíamos pasar sin darle la voz. ¡Hola, don Sisostres!... dándole siempre duro usted…

Sin soltar el arado ni mirarnos, grave, casi solemne, nos contesta:

Aquí, mi señor, empujando la tarde…

Sin sonreir ahora, no podemos menos que repetir la frase.

Empujando la tarde…

Y tras unos segundos de silencio, dijimos adiós a don Sisostres Zegarra.

Páginas 15 y 16 del libro “Sin Título”.

REPORTAJE A DON
LEANDRO ZEGARRA

No esperéis saber de un personaje importante de la política, de la ciencia o de las artes. No. Don Leandro Zegarra es solo un rudo labrador, de quien, sin embargo, hemos querido obtener unas respuestas sobre un problema de palpitante actualidad nacional: la huelga magisterial.

Por lo demás, a nadie debe sorprender que entre las gentes modestas, haya casi siempre el mejor discernimiento y la mejor disposición para el bien. Tenemos un hecho innegable: los refranes han salido del pueblo. Y los refranes no son simples frases académicas o literarias, sino magníficos cofres de virtud y sabiduría.

Por eso hemos creído conveniente acercarnos a un hijo del pueblo para hacerle dos o tres preguntas sobre la referida huelga. Orgullosos de tener un compatriota como don Leandro Zegarra, reproducimos el breve diálogo que con él sostuvimos un atardecer hermoso al borde de su chacra.

Buenas tardes, don Leandro. Disculpe que vengamos a distraerlo de sus labores. Pero nos interesan unas respuestas suyas. Le prometemos ser breves.

Muy buenas tardes, señores. Y al tiempo de secarse con la manga el sudor de la frente y dejar la lampa: Estoy a vuestras órdenes.

Nos acercamos un poco más al espinoso cerco y le hacemos la primera pregunta, que, en verdad, nos salió infortunada.

¿Está Ud. enterado, don Leandro, de la huelga de maestros en toda la república?...

Don Leandro toma un aire de extrañeza y nos responde al instante:

Pero, señores… ¿No sabían ustedes que soy padre de varios hijos que aun cursan estudios en las escuelas y colegios?

—Disculpe, don Leandro. Cuestión de forma, quizá.

Comprendo, señores. Estoy, pues, a vuestras órdenes.

-Díganos, don Leandro, ¿qué concepto le merece la extrema actitud tomada por el Magisterio Nacional?

Don Leandro nos mira fijamente y al instante nos da la respuesta:

Sí, extrema actitud. Pero pienso yo que no quedaba otro remedio… Pues, según aseguran los maestros, desde hace años solo recibían ofertas… Y así, de tal forma, no solo que se cometía contra los maestros una injusticia, sino que, al mismo tiempo, se daba un desdichado ejemplo de incumplimiento y desconsideración… Estos son mis pensamientos, señores.

Nos llenamos de admiración y cariño por este hombre del pueblo y lo abrazamos efusivamente.

Un silencio grave nos envuelve en medio de la serenidad del campo.

Al cabo hacemos la tercera pregunta:

¿Y cree Ud., don Leandro, que, en aras de la niñez y la juventud, debe el Magisterio deponer su actitud, sin antes ver satisfechas sus justas expectativas?...

Don Leandro se afirma en el terreno y abriendo enérgico los ojos, exclama:

No se imagine, señor, que voy a responderle en sentido afirmativo, no. Ni honrosa sería tal determinación. Aparte del fracaso que ello significaría, vendría a ser un mal ejemplo para nuestros hijos y para la ciudadanía en general. Un mal ejemplo, señor.

Desde luego, don Leandro.

Nuestros hijos necesitan y muy urgentemente- lecciones vivas de dignidad, de valor y de sacrificio. Queremos hijos que más tarde sepan luchar por la verdad y el bien. Hijos que dignifiquen a la Patria y a la Humanidad.

¡Oh!... ¡Qué cosas más hermosas dice Ud., don Leandro.

Es hermoso, señor, todo lo que sale del corazón…

No tiene límites nuestra admiración por este hombre rudo y franco. Deseándole una larga vida para el bien de los suyos y de la Patria, nos despedimos con un fuerte abrazo.

Páginas 83, 84 y 85 del libro “Sin Título”.

Continuará…
Alfonso Peláez Bazán.

Este gran escritor, ganador del Premio Nacional de Narrativa en su primera convocación, en 1944, nació y murió en Celendín (1904-96). Sus padres fueron don Eleuterio Peláez Portocarrero y doña Celia Bazán Velásquez.

Estudió primaria en Celendín y la secundaria en los colegios San José de Chiclayo y Guadalupe de Lima, que fueron escenario de sus primeras inquietudes, puesto que ya en aquel tiempo incursionaba en el periodismo local.

Sus primeros años de vida transcurrieron en el campo, en las haciendas Chorobamba y Opaván, propiedad de sus padres. Allí nació su amor por la naturaleza y su identificación con el hombre del campo. Sus principales cuentos: “Querencia”, “Truhan” y “Maximino”, se inspiraron en aquellos lares.

Casado con la profesora Blanca Pérez Quevedo, tuvo ocho hijos. Su principal actividad fue la docencia y enseñó en el colegio Celendín, que luego se llamó Javier Prado y, hoy Coronel Cortegana. Su identificación con los jóvenes fue proverbial. Fue subprefecto de Celendín en dos ocasiones. Su opción por los campesinos explotados, como fue el caso de los de la hacienda Pallán, y su inconformismo frente a lo incorrecto, hicieron fugaz su permanencia en el cargo.

El año 1944 se presenta al CONCURSO NACIONAL DE FOMENTO A LA CULTURA. El jurado calificador estuvo conformado por José María Arguedas y Clemente Palma entre otros. Alfonso Peláez Bazán al obtener la más alta calificación en el referido evento se hizo acreedor al máximo honor cultural en el campo de la literatura: PREMIO NACIONAL RICARDO PALMA. El Ministerio de Educación publicó entonces el libro "Tierra mía", que recoge su producción literaria de entonces, junto a las de Porfirio Meneses y de Francisco Izquierdo Ríos.

Tres cuentos fueron suficiente para darlo a conocer a nivel nacional: “Truhán”, “Querencia” y “Máximino”. Hermosas historias que fueron traducidos a varios idiomas y están insertos en antologías peruanas y americanas. Los libros de lectura y textos secundarios los tienen en sus páginas.

Las principales características de su estilo -según lo puntualiza José María Arguedas- son un admirable poder de síntesis y un manejo perfecto del idioma junto a su ancestral amor al terruño.

En vida sólo publicó las siguientes obras:

“Tierra Mía”, “Cuando recién se hace santo”, “Naticha”, “Reportaje en tres dimensiones”, “Espina de Maram”, “Sin título”.

Ha dejado novelas inéditas y una colección de cuentos, que incluye la hermosa historia “El niño y la mariposa” y los agudísimos relatos “El Chino” y “Los sobres”.

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