Por Mario Peláez
Nada más incesante, libérrimo y vorazmente audaz que la imaginación. Que pobre resulta el espíritu sin su motivación. Sin ella solo queda el bostezo… Y bien, cómo lograr una fértil imaginación: consumiendo arte, viajando con espíritu de aventura, con prolija lectura que permita conocer el mundo a través de imágenes, además de reforzar nuestra subjetividad encaminada más a la sabiduría que al solo conocimiento.
Con la imaginación visitamos hasta las recamaras de otros mundos, nos prodigamos dioses con quienes establecemos alianzas estratégicas, al estilo de los griegos y los incas; lideramos el tiempo a nuestro antojo: viajamos al pasado con la alforja llena de presente, y acampamos en el futuro solventando nuevos acontecimientos. El gran Stephen Hawking decía lo insípida que sería la vida sin nada más que imaginar.
También la imaginación nos provee de excelsitudes como caminar sobre el agua o el simbolismo de la Santísima Trinidad o el Génesis.
Gracias a la imaginación gozamos de la creación artística: de la música, la pintura, la literatura, del teatro, la escultura, la artesanía, la arquitectura, la decoración, del cine. Correspondiendo a cada uno elegir sus preferencias. El propio conocimiento científico se nutre de la imaginación. Releamos a Julio Verne, por ejemplo, o hurguemos en la astronomía la geometría y en la propia filosofía.
Aún más: la imaginación agiganta los linderos del amor. Quien no ha sido visitado por la pasión de los amores platónicos. Empero la huella cimera de la imaginación es el erotismo. Ese caudal de inventivas, de sutilezas y ternuras. Sin ella el encuentro de los cuerpos termina en un menesteroso orgasmo. Sin capacidad de incendiar el corazón, y olvidando que el ser humano vale lo que vale el conjunto de sus afectos.
En bella suma: La imaginación nos permite pasear por el infinito, acariciar las estrellas, dialogar con los dioses y soñar despiertos que todos somos felices…
(Hasta el próximo domingo, amigo lector)
(*) Felizmente la materia fecal, como el actual acontecer político, no es insumo de la imaginación.
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