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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

viernes, 15 de noviembre de 2013

Narrativa: Arturo Bolívar Barreto, SETENTA CÉNTIMOS (Cuento)


Arturo Bolívar Barreto

      Esteban Crespo, maestro de escuela de desvencijado maletín, habíase introducido a la oficina de Defensoría del Ministerio Público, cuando sintió que alguien tiraba de una de las piernas de sus pantalones. Al bajar la mirada le sorprendió advertir la presencia de un niño mendicante que, con anhelantes ojos y mano extendida, le imploraba. “¡Qué presión, señor pensó azorado, imposible librarse, es a cada paso, a cada paso!”

      Quiso ignorar la presencia del niño atendiendo más al trámite que seguía, pero aquél volvió a jalar de sus pantalones. Entonces Esteban se desplazó a la siguiente ventanilla a concluir su gestión.


      A pesar de que la sala estaba llena de gente, el niño sólo lo siguió a él y se detuvo nuevamente a su lado. Esta vez apenas le dio unos golpecitos a la altura del muslo y volvió a mirar anhelante, entreabriendo levemente la boca, desplegando pedigüeña mano.

      El profesor, inclinando por segunda vez la frente, volvió a mirar al niño. Aunque la cabeza rapada de éste y su aspecto desaseado no le llamara la atención, sí lo desconcertó un poco lo pequeño y ralo que era, aparentaba no alcanzar aún los siete años. Se preguntó cómo invadían también una oficina donde sólo se corrían papeles y sellos. No obstante, al dirigir la mirada a la calle, a través de las grandes lunas del establecimiento, se apercibió de la gran cantidad de vendedores ambulantes de comida, sobre la vereda y la pista, y de los sórdidos restaurantes de enfrente. Era claro que merodeaban por aquí y por allá alrededor de estas viandas expuestas a los cuatro vientos.

      El niño no se había movido de su lado. El profesor repasó en su memoria sus magros bolsillos. Tenía presente que, después de descontar los picoteados gastos que había hecho en la mañana, no debía llevar encima nada más que un sol y veinte céntimos. Si restaba, pensó, los ochenta céntimos que le iban a costar los dos pasajes que lo depositarían en su casa, le quedaban exactamente cuarenta céntimos para dárselos al niño. Metió la mano en uno de sus bolsillos y, para su sorpresa, extrajo una moneda de cincuenta céntimos. Esto significaba, recapacitó satisfecho, que había errado en sus cálculos: no tenía un sol con veinte céntimos, sino un sol con cincuenta céntimos, puesto que recordaba poseerlos en monedas enteras. Por tanto, luego de la acción generosa que pensaba realizar debía quedarle para sí un sol redondo, lo suficiente para granjearse sus pasajes de retorno. “Está en el bolsillo pequeño”, ratificó esta conclusión muy conforme.

      Alcanzó al niño la moneda de cincuenta céntimos, admitiendo que éste finalmente lo había vencido. Al parecer el niño había sospechado lo mismo desde el principio, al perseguir y no soltar, aun sin conocerlo, al profesor primario Esteban Crespo quien, orondo, salió del establecimiento y dirigióse al paradero.

      Cuando auscultó su bolsillo pequeño, en el que creía contener el sol, sólo pudo extraer veinte céntimos, en dos pequeñas monedas de a diez. Muy nervioso revisóse una y otra vez todos los bolsillos, del pantalón y de la camisa, de adelante y de atrás, de arriba y de abajo. Varias veces introdujo el dedo en el bolsillo pequeño de la cintura, incrédulo. Sólo veinte céntimos en todo su cuerpo y en toda su humanidad.

      ¡Qué error de cuentas! “Miserable”, insultóse una y otra vez. Había creído que poseía un sol con veinte y en realidad sólo le había sobrado aquel día setenta céntimos. La moneda entera no había sido del sol sino de los cincuenta céntimos.

      “¡Pobre miserable!”, se dijo otra vez mientras marchaba por una de las aceras de la larga avenida, con su andar pausado y cansino de maestro, con su desvencijado maletín a cuestas; muy lejos, muy lejos de su casa.

(Relato perteneciente al libro Historia singular del profesor Chicho Rivasplata y otros cuentos, 1997, de Arturo Bolívar Barreto)

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