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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

martes, 19 de marzo de 2013

Narrativa: Walter Lingán, Sal y canela sobre una silla (cuento)


Seitdem ich hier drinnen bin,
hat die Erde zehnmal ihre Bahn um die Sonne gezogen.
Und mit der gleichen Leidenschaft wiederhole ich,
was ich für sie schrieb1...
Nâzim Hikmet.

Es casi mediodía. Estoy sentado frente a tu retrato que alguna vez me enviaste en una de tus cartas. Me da la impresión de tenerte cerca, a mi lado, melosa: una gata enlazando mi cuello con su lomo arqueado. En tu rostro terso, de apariencia juvenil, todo aquello que tiene de castidad, de inocencia, se metamorfosea en tentación. Tu sonrisa seductora hierve en mis ojos. La cereza desnuda de tu oreja se inflama en mi boca. Percibo la insolente mosca de tu perfume en mi alrededor y vuelan mis sueños al paraíso. Pero no es posible un paraíso sin su serpiente y entonces me duelen tus traiciones, tus cartas, tu letra menuda atrapada en sus horrores ortográficos. «Amar es la peor cagada del mundo», me dijo un día el chato Antonio.


Frente a tu retrato los pensamientos le ponen luto a este domingo solitario. Un disco que escucho por breves segundos insiste, quererte pude / olvidarte no, / cuál será el cariño / que me has tenido". Recuerdas aquellos años cuando te decía que me quisieras así, como era, con mis zapatos macarios, con mis anteojos de miope dándome un aire de intelectual, con esta mi piel salpicada de lunares, con mis pantalones “blue jeans”, mis T-shirts como llamabas a mis polos, con esa mi manera de darte placer matando mi sexo en tu vientre; en fin, así, así como soy. Ahora el tiempo y la distancia nos separan. La edad sin misericordia nos aplasta y a mí la desgracia me ha sumido en un letargo sin remedio.

La columna vertebral empezó a dolerme como un pinchazo de aguja, luego se convirtió en un furioso ataque de leones, un relámpago rasgando mis espaldas; finalmente mis piernas y los esfínteres de la vejiga y el recto decidieron no obedecer más las órdenes emanadas de la superioridad. Fue un artero golpe del destino. Mi cerebro lúcido siente la humedad sensual de la Brigitte Bardot. La fiebre seca mi boca en cada página de las Playboys. Pero mi sexo es una malagua inapetente, sin luz ni fuerza. Me cuenta un amigo que a ti los senos, con el orgullo caído, te cuelgan flácidos. Patas de gallo han dejado huellas junto a tus ojos. Arrugas difíciles de simular trazan un mapa añejo sobre tu rostro. Tu vientre blando rebaza los aparejos bajo tus vestidos.

Mi habitación tiene la ventana sucia. Las cortinas son vulgares y no las han comprado en Karstadt2. Sobre la única silla hay una toalla, ropa interior y un par de camisas. En el piso están regados libros y revistas, periódicos viejos, pantalones descoloridos y algunas medias rotas. Las alfombras que cubren el piso tienen la etiqueta del Kaufhof3, están avejentadas y han adquirido un color indefinido. Un espejo grande recostado sobre la pared redobla el caos y la suciedad. Sin embargo me hubiera gustado tenerte aquí, como en nuestros años mozos. Sentada, tomando té, cogiendo la taza con la delicadeza de tus dedos y levantando el meñique con cierta burguesa coquetería. ¿Hubieras tenido la valentía de quedarte junto a un viejo renegón e inválido?

Te solía esperar en el paradero 16 de la Avenida Revolución. En mi reloj Seiko eran las diez de la noche y no llegabas. Ya vendrá, me decía, y esperaba media hora, una hora, dos horas más. Al ver que no venías, cansado, con las manos en los bolsillos me iba a dormir aguijoneado por el gusanillo de los celos. ¿Celos? Los celos me mostraban sus colmillos, pero yo me jactaba de no ser celoso. Yo tengo confianza en ella, les decía a los amigos del barrio. Pero aquella vez que hechizada mirabas a un muchacho que pasaba frente a tu puerta te pregunté a gritos que qué pensabas, por qué lo mirabas así. Nada, no es nada, me dijiste, pero a mí no me convenció tu respuesta. A decir verdad, no me importaba que desnudaras a los hombres con tu mirada. Fue la ternura de tus ojos, la mueca de tus labios devorándolo...; eso fue lo que me descompaginó. ¿Entiendes? Eso fue lo que me hizo perder los papeles.

Estoy solo frente a tu retrato. Los recuerdos son una lluvia fantasmal colándose en las paredes retumbantes del corazón. Se dibuja en mi memoria el día que, apagando la colilla de un cigarrillo sobre el asfalto, le colgaste un beso al policía que hacía turno en la esquina de tu casa. Por tu culpa, me dijiste, porque tú no me llevas al cine, no me invitas a tomar un café después que salgo del trabajo, ni me acompañas a una fiesta. Esa noche lloré dos veces. Lloré por tu traición y lloré también porque te morías de placer en los brazos de un elemento integrante del aparato represivo. Eso era realmente lo que más me indignaba, me humillaba. No importa, me decía el chato Antonio, pero cuando venga la haces que primero se lave el culo. Era terrible ver como cada día te perdía y el otro se anotaba las victorias. En vano habían sido los susurros de mi canción en tus oídos: Cuando un extraño te hable de amores / dile al momento dile que no...

«En el amor me dijo una periodista francesa tiene que haber tensión. Ese amor de epistolares besitos carece de toda emoción; más aún, amor de lejos es amor de pendejos.» Y ella era una bestia en la cama. Fue la única mujer que me sacó la puta madre por primera vez. «Me gusta me dijo que te entregues con justicia, paz y vida, sin violencia, que cooperes silencioso atizando mi fuego, y que me hables con la delicadeza de un Pérez de Cuellar del amor, con la boca menos torcida y sin caspa en las solapas.» Eran las diez de la mañana, y le dije: «tu avión parte a las doce.» Ella muy tranquila me contestó: «Si, entonces tenemos dos horas todavía.» Su sexo aterciopelado mordió mi sexo y sus pechos pletóricos me invitaron a un gozo mortal. El disco suena todavía, adiós juventud / vida pasajera / de tanto florecer te vas consumiendo...

Sinceramente creo que has hecho dos cosas buenas en la vida: una, haberte casado conmigo cuando creíste que era necesario; y dos, haberme abandonado en el momento preciso. El chato Antonio, quien repetía que no era chato sino que tenía los zapatos muy hondos, me dijo: «Así son las cosas, iniciamos una relación y no sabemos cuando terminará... ni en que circunstancias. Pero lo comido y lo bailado no te lo quita nadie.»

Frente a tu retrato mis reflexiones son una inmensa cárcel envuelta en las brumas de la soledad. ¿Será que tengo el corazón vacío como las calles de Colonia en las madrugadas de otoño? Madrugadas tenebrosas. El viento embravecido levanta las hojas que aúllan sus quejas por haberse separado de su rama, de su árbol. Desde mi silla de ruedas veo transcurrir la vida oscura y desgraciada, aunque hay veces en que se vuelve tierna, delicada y en mi corazón resplandece un cielo azul.


1 Desde que estoy aquí / la tierra ha seguido su trayectoria diez veces alrededor del sol. / Y con la misma pasión repito / lo que escribí para ella... (Nâzim Hikmet, poeta turco)
2 Nombre de un supermercado en Colonia.
3 Lo mismo que en 2

Fuente: De su libro La ingeniosa muerte de Malena, páginas 69, 70, 71 y 72.

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