Seitdem ich
hier drinnen bin,
hat die Erde
zehnmal ihre Bahn um die Sonne gezogen.
Und mit der
gleichen Leidenschaft wiederhole ich,
was ich für
sie schrieb1...
Nâzim Hikmet.
Es casi mediodía. Estoy sentado frente a tu retrato que
alguna vez me enviaste en una de tus cartas. Me da la impresión de tenerte
cerca, a mi lado, melosa: una gata enlazando mi cuello con su lomo arqueado. En
tu rostro terso, de apariencia juvenil, todo aquello que tiene de castidad, de
inocencia, se metamorfosea en tentación. Tu sonrisa seductora hierve en mis
ojos. La cereza desnuda de tu oreja se inflama en mi boca. Percibo la insolente
mosca de tu perfume en mi alrededor y vuelan mis sueños al paraíso. Pero no es
posible un paraíso sin su serpiente y entonces me duelen tus traiciones, tus
cartas, tu letra menuda atrapada en sus horrores ortográficos. «Amar es la peor
cagada del mundo», me dijo un día el chato Antonio.
Frente a tu retrato los pensamientos le ponen luto a este
domingo solitario. Un disco que escucho por breves segundos insiste, quererte pude / olvidarte no, / cuál será el
cariño / que me has tenido". Recuerdas aquellos años cuando te decía
que me quisieras así, como era, con mis zapatos macarios, con mis anteojos de
miope dándome un aire de intelectual, con esta mi piel salpicada de lunares,
con mis pantalones “blue jeans”, mis T-shirts como llamabas a mis polos, con
esa mi manera de darte placer matando mi sexo en tu vientre; en fin, así, así
como soy. Ahora el tiempo y la distancia nos separan. La edad sin misericordia
nos aplasta y a mí la desgracia me ha sumido en un letargo sin remedio.
La columna vertebral empezó a dolerme como un pinchazo de
aguja, luego se convirtió en un furioso ataque de leones, un relámpago rasgando
mis espaldas; finalmente mis piernas y los esfínteres de la vejiga y el recto
decidieron no obedecer más las órdenes emanadas de la superioridad. Fue un artero
golpe del destino. Mi cerebro lúcido siente la humedad sensual de la Brigitte
Bardot. La fiebre seca mi boca en cada página de las Playboys. Pero mi sexo es
una malagua inapetente, sin luz ni fuerza. Me cuenta un amigo que a ti los
senos, con el orgullo caído, te cuelgan flácidos. Patas de gallo han dejado
huellas junto a tus ojos. Arrugas difíciles de simular trazan un mapa añejo
sobre tu rostro. Tu vientre blando rebaza los aparejos bajo tus vestidos.
Mi habitación tiene la ventana sucia. Las cortinas son
vulgares y no las han comprado en Karstadt2. Sobre
la única silla hay una toalla, ropa interior y un par de camisas. En el piso
están regados libros y revistas, periódicos viejos, pantalones descoloridos y
algunas medias rotas. Las alfombras que cubren el piso tienen la etiqueta del Kaufhof3, están avejentadas y han adquirido un
color indefinido. Un espejo grande recostado sobre la pared redobla el caos y
la suciedad. Sin embargo me hubiera gustado tenerte aquí, como en nuestros años
mozos. Sentada, tomando té, cogiendo la taza con la delicadeza de tus dedos y
levantando el meñique con cierta burguesa coquetería. ¿Hubieras tenido la
valentía de quedarte junto a un viejo renegón e inválido?
Te solía esperar en el paradero 16 de la Avenida
Revolución. En mi reloj Seiko eran las diez de la noche y no llegabas. Ya vendrá, me
decía, y esperaba media hora, una hora, dos horas más. Al ver que no venías,
cansado, con las manos en los bolsillos me iba a dormir aguijoneado por el
gusanillo de los celos. ¿Celos? Los celos me mostraban sus colmillos, pero yo
me jactaba de no ser celoso. Yo tengo confianza en ella, les decía a los amigos
del barrio. Pero aquella vez que hechizada mirabas a un muchacho que pasaba
frente a tu puerta te pregunté a gritos que qué pensabas, por qué lo mirabas
así. Nada, no es nada, me dijiste, pero a mí no me convenció tu respuesta. A
decir verdad, no me importaba que desnudaras a los hombres con tu mirada. Fue
la ternura de tus ojos, la mueca de tus labios devorándolo...; eso fue lo que
me descompaginó. ¿Entiendes? Eso fue lo que me hizo perder los papeles.
Estoy solo frente a tu retrato. Los recuerdos son una
lluvia fantasmal colándose en las paredes retumbantes del corazón. Se dibuja en
mi memoria el día que, apagando la colilla de un cigarrillo sobre el asfalto,
le colgaste un beso al policía que hacía turno en la esquina de tu casa. Por tu
culpa, me dijiste, porque tú no me llevas al cine, no me invitas a tomar un
café después que salgo del trabajo, ni me acompañas a una fiesta. Esa noche
lloré dos veces. Lloré por tu traición y lloré también porque te morías de
placer en los brazos de un elemento integrante del aparato represivo. Eso era
realmente lo que más me indignaba, me humillaba. No importa, me decía el chato
Antonio, pero cuando venga la haces que primero se lave el culo. Era terrible
ver como cada día te perdía y el otro se anotaba las victorias. En vano habían
sido los susurros de mi canción en tus oídos: Cuando un extraño te hable de amores / dile al momento dile que no...
«En el amor me dijo una periodista francesa tiene que haber tensión. Ese amor de epistolares besitos
carece de toda emoción; más aún, amor de lejos es amor de pendejos.» Y ella era
una bestia en la cama. Fue la única mujer que me sacó la puta madre por primera
vez. «Me gusta me dijo que te entregues con justicia, paz y vida, sin
violencia, que cooperes silencioso atizando mi fuego, y que me hables con la
delicadeza de un Pérez de Cuellar del
amor, con la boca menos torcida y sin caspa en las solapas.» Eran las diez
de la mañana, y le dije: «tu avión parte a las doce.» Ella muy tranquila me
contestó: «Si, entonces tenemos dos horas todavía.» Su sexo aterciopelado
mordió mi sexo y sus pechos pletóricos me invitaron a un gozo mortal. El disco
suena todavía, adiós juventud / vida
pasajera / de tanto florecer te vas consumiendo...
Sinceramente creo que has hecho dos cosas buenas en la
vida: una, haberte casado conmigo cuando creíste que era necesario; y dos,
haberme abandonado en el momento preciso. El chato Antonio, quien repetía que
no era chato sino que tenía los zapatos muy hondos, me dijo: «Así son las
cosas, iniciamos una relación y no sabemos cuando terminará... ni en que
circunstancias. Pero lo comido y lo bailado no te lo quita nadie.»
Frente a tu retrato mis reflexiones son una inmensa
cárcel envuelta en las brumas de la soledad. ¿Será que tengo el corazón vacío
como las calles de Colonia en las madrugadas de otoño? Madrugadas tenebrosas.
El viento embravecido levanta las hojas que aúllan sus quejas por haberse
separado de su rama, de su árbol. Desde mi silla de ruedas veo transcurrir la
vida oscura y desgraciada, aunque hay veces en que se vuelve tierna, delicada y
en mi corazón resplandece un cielo azul.
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