—¿A dónde vas sobaco
sabihondo? —le dijo el maíz. Arrojó la colilla del
cigarro —. Todos los días con lo mismo.
—Voy a la sombrita a leer.
¿Tú no lees?
—¿Para qué si ya sé? Me
enseñaron en la escuela.
—No hay peor analfabeto que
el que sabiendo leer no lee —contestó el cuy acomodándose los bigotes.
—Es verdad. Pero ni te
imaginas las maravillas que se encuentran en los libros.
—Vaya, ¿Tú crees que me
podrían sacar del aburrimiento? —preguntó el maíz tocándose las barbas.
—Ni lo dudes. No sólo te
entretienen sino que también te hacen conocer mejor al mundo y a los hombres.
¿Por qué no me acompañas y hacemos la prueba?
—Hum. Puede ser. Total no
tengo nada qué hacer.
El cuy y el maíz se sentaron
bajo unas rosas. El cuy abrió el libro y empezó a leer en voz alta. El maíz
escuchaba con atención. Las páginas empezaron a pasar cada vez más rápido hasta
que hicieron un remolino y los dos amigos fueron absorbidos de la cabeza por
unas letras. Después de cinco minutos cayeron en un caminillo asfaltado de
tinta. Aún no se reponían de la sorpresa cuando se dieron cuenta de que había
anochecido. En la penimbra vieron a una pata que hablaba por celular.
—Por dónde están… Okey. Ya
voy —dijo
y empezó a correr.
El cuy y el maíz se pusieron
de pie y siguieron a la pata para preguntarle qué les había ocurrido. La luz de
la luna guiaba sus pasos tras la pata, a la que se habían sumado sus patitos
dorados. Llegaron al claro de un bosque donde estaba reunida una multitud de
animalitos y plantas. El león dirigía una asamblea y llamó la atención a la
pata por su tardanza. Luego dijo:
—Como les iba diciendo, la
situación se ha puesto realmente insoportable. El ogro no está contento con
pagarnos una miseria por nuestro trabajo y ahora quiere aumentarnos los
impuestos. Pero como si esto fuera poco, a su grupo de ayayeros no los toca
para nada. No es justo bajo ningún punto de vista. En esta reunión queremos
debatir las medidas a tomar. Conforme al centralismo democrático, los acuerdos
se decidirán por mayoría.
El tigre pidió la palabra:
—Propongo que secuestremos al
ogro y lo obliguemos a que no nos cobre impuestos y nos aumente los salarios.
Fuertes aplausos coronaron
las palabras del felino. La paloma pidió hablar y dijo:
—No soy partidaria de la
violencia. Más bien debemos ir una comitiva a pedir audiencia y suplicar al
ogro que sea caritativo con nosotros.
Se escucharon tenues
aplausos y algunos silbidoslevantó la mano y dijo:
—La experiencia histórica nos
enseña que los poderosos sólo hacen promesas y cuando dan algo sólo son migajas
y caramelos para contentar.
Se produjo una confusión.
Todos hablaban y la voz del león no conseguía poner orden. El cuy observó un
rato y sobreponiéndose al griterío dijo:
—Veo que están desorientados
y desorganizados. Lo primero que tienen que saber es que a veces hay que
protestar para que atiendan sus justos reclamos.
—Todos voltearon y miraron al
cuy. El maíz le dio un codazo. Sin embargo poco a poco empezaron los aplausos.
El delfin dijo:
—El forastero tiene razón.
Debemos organizarnos y hacer una movilización. Si es necesario hay que ir a la
huelga.
—Bravo así se habla —gritaron
todos los animales, secundados por las plantas.
El león dijo que
advirtiéndose que había unanimidad se aprobaba la moción y se pasaba a
conformar las comisiones.
El cuy y el maíz fueron
invitados a quedarse. En agradecimiento de su aporte al cuy le regalaron el
recordatorio de un hombrecito de piedra. Un poco más tarde un grupo de plantas
y animales cenaron sopa y leche alrededor de una fogata y relataron historias
de triunfos y derrotas. La lechuza dijo:
—Siempre la misma historia.
Los dueños de la riqueza abusan de los pobres. ¿Hasta cuándo será?
El cuy intervino:
—Hasta cuando no haya pobres
ni ricos.
El maiz preguntó:
—¿Será eso posible?
—Hay historias que demuestran
que sí. Pero son un poco largas para explicarlas —contestó
el cuy.
—Bueno ya es un poco tarde. Vamos a dormir.
Mañana nos espera un día difícil —dijo el girasol.
Por la mañana todas las
plantas y animales se dirigieron al castillo del ogro, coreando arengas para
levantar los ánimos. Se notaba que el ogro estaba avisado pues muchos otorongos
y soldados de plomo resguardaban el castillo con sus fusiles apuntando a los
manifestantes. Los delegados pidieron hablar con el ogro pero les respondieron
con disparos al aire. Se produjo una desbandada general. Las plantas y animales
huyeron topeteándose. Los otorongos los persiguieron gritando:
—Cojan al cuy y el maíz, son
los conspiradores infiltrados que han provocado el rompimiento del orden
público.
El cuy y el maíz corrían y
corrían y no sabían por dínde escapar. De casualidad encontraron el claro del
bosque donde se había realizado la reunión. Los otorongos estaban cada vez más
cerca y se sentían disparos rasgando el aire sobre sus cabezas de los
fugitivos. Los dos amigos continuaron veloces por el caminillo asfaltado de
tinta. Por unos segundos los levantó un viento frío salpicado de hojas secas,
unas letras les golpearon en la cara y aterrizaron debajo de las rosas, al lado
del libro.
Luego de arreglarse las
barbas y secarse el sudor de la frente el maíz recogió el recordatorio del
hombrecito de piedra que había caído lejos y lo entregó al cuy diciéndole:
—¡Ufff!... ¡Que historia. Es
para contarla! A partir de hoy voy a dedicarme a leer.
Nota: De su libro Cuentos para todos
Glosa biográfica
Lúcido Enrique Boy
Palacios(1965).-
Nació en Cajabamba. Es abogado graduado en la Universidad Nacional “Pedro Ruiz
Gallo” de Lambayeque. Estudió Maestría en la Universidad Nacional de Cajamarca.
Fue Juez de Paz Letrado Suplente, Teniente Alcalde de la Municipalidad
provincial de Cajabamba, Fiscal Provincial Titular Mixto de Cajabamba, Profesor
de la Facultad de Derecho de la Universidad Privada “San Pedro”. Ha publicado
los siguientes libros: Para Chatear con
Apolo, Cambio social, Leyes de la narración y Cuentos para todos.
0 comentarios:
Publicar un comentario